"Irlanda no reparó en los riesgos de un crecimiento vertiginoso"
Mary McAleese (Belfast, 1951) es la primera presidenta nacida en Irlanda del Norte y la segunda mujer consecutiva que desempeña el cargo, tras Mary Robinson. La crisis económica -que propició, en noviembre, el rescate de 85.000 millones de euros de la UE y el FMI-, marca el final de su segundo mandato (2004-2011), pero también lo hace el vuelco del panorama político tras las elecciones de febrero, que expulsaron del poder al conservador Fianna Fáil y llevaron al Gobierno a una coalición Fine Gael-laboristas.
Pese a tratarse de un cargo elegido por sufragio directo, McAleese se abstiene de cualquier comentario sobre política -sus funciones son representativas-, así que del cuestionario previo requerido para la entrevista se caen diplomáticamente tres preguntas sobre el nuevo Ejecutivo. La presidenta, en cambio, no rehuye pronunciarse sobre la crisis y, como capitana de un barco que zozobra, defiende con ardor la capacidad de Irlanda para superar las dificultades. "No es la primera crisis que pasamos. Somos un pueblo fuerte, saldremos de esta como otras veces", dice a EL PAÍS en su residencia de Dublín en vísperas de su primera visita oficial a España, que se inicia hoy.
"Las reformas van a ser dolorosas, pero eso no es nada nuevo para nosotros"
Pregunta. España es el octavo socio comercial de Irlanda. En medio de la crisis económica, ¿cuál será su mensaje?
Respuesta. El primero, estrechar nuestros lazos históricos, nuestras relaciones de amistad desde hace siglos. En segundo lugar, reforzar nuestros intercambios económicos y, como socios en la UE, nuestro compromiso común. En estos tiempos difíciles, una de las fortalezas de la UE es la cooperación, el trabajo conjunto de sus socios, la ayuda y la asistencia. Con respecto a España, queremos reforzar nuestras exportaciones. España es un buen mercado para Irlanda, y eso debe reforzarse en estos momentos.
P. Tras el rescate de la UE y el FMI, ¿cómo restaurar la confianza en Irlanda?
R. Es nuestra prioridad. Esta es una crisis global de una economía interdependiente, que en nuestro caso ha hecho mella especialmente en dos ámbitos concretos, el sistema bancario y el sector inmobiliario, que además están estrechamente interrelacionados entre sí. En este sentido, hemos acometido una reforma radical para estabilizar el sistema bancario, porque una economía sana debe tener unos bancos estables; pero también para reducir la deuda y recortar el gasto público en consonancia con nuestros socios europeos. Las reformas van a ser dolorosas, pero no será nada nuevo para los irlandeses: a lo largo de nuestra historia hemos pasado momentos muy duros, y hemos salido de ellos.
P. El impuesto de sociedades irlandés permanece muy bajo. ¿Sigue siendo Irlanda un buen país para invertir?
R. Un país con nuestras características y capacidades ofrece probablemente las mejores condiciones para invertir del mundo. Las mayores compañías internacionales, informáticas, farmacéuticas, de cualquier área de alta tecnología, están presentes en Irlanda. ¿Y por qué? Porque ofrece un paquete perfecto: una población joven y extraordinariamente formada, con un 70% de titulados universitarios; un sistema educativo muy flexible que se adecua a un mercado cambiante, un buen sistema de I+D en el que el Gobierno invierte mucho. Nuestra ambición es crecer más como economía del conocimiento global. Pero es curioso, la inversión extranjera es un área que no plantea problemas a Irlanda; lo verdaderamente problemático es la economía doméstica: mucha gente ha perdido su trabajo, y los que aún lo conservan, no gastan, por lo que se retrae el consumo y por tanto la economía. Nuestro principal desafío es pues regenerar la economía doméstica.
P. Los irlandeses tienen un arraigado sentimiento nacionalista. ¿Pueden considerar el rescate como una pérdida de soberanía? ¿Cómo lo están viviendo?
R. No hay duda de que la economía del país ha generado en los últimos años un excelente nivel de vida y, como es natural, los irlandeses a la fuerza han de estar enojados por el frenazo en seco de ese proceso. Así que lo primero es un amplio desencanto. También hay furia por la quiebra del sistema bancario y financiero, porque de repente vieron que trabajaba en su propio interés, y no en el interés público y general. Así que la gente está enfadada por todo ello, pero es una reacción perfectamente natural. Pero los irlandeses saben canalizar su enfado positivamente.
P. El escritor John Banville dijo en noviembre a EL PAÍS que en los próximos años los irlandeses no sólo deberán gestionar una economía seriamente dañada, sino también la percepción de sí mismos. ¿Es más difícil esto último?
R. La Irlanda que yo veo a diario, en todos los confines del territorio, es un país muy acostumbrado a lidiar con dificultades, y esto viene siendo así a lo largo de toda su historia. Somos un país fuerte con una sociedad civil muy rica y bien organizada. Nunca hemos delegado en el Gobierno para resolver nuestros problemas, y nunca hemos dado un paso atrás. Sabemos organizarnos, sabemos trabajar y no nos falta voluntad. No creo que ésta sea una crisis cultural. Sí hemos perdido la confianza en los bancos, en algunas instituciones, pero no en nuestra fortaleza. Así que estoy de acuerdo solo con la primera parte de la frase; en lo segundo, no: no estamos derrotados por la actual crisis económica, que es eso, actual, coyuntural.
P. En los últimos 20 años, Irlanda se convirtió en un milagro económico. Pero de repente, un día, el sueño de riqueza y prosperidad se esfumó. ¿Qué se ha hecho mal?
R. Lo paradójico es que han sido muchas las cosas que se han hecho muy bien. En los setenta, se generalizó la gratuidad de la educación secundaria, lo que dio una formación reglada a muchos jóvenes hasta los 18 años y les inoculó ambición y ganas de ampliar estudios en la universidad. Por primera vez en nuestra historia, eso galvanizó la materia gris de Irlanda y fue un motor para el despegue económico. Cuando nos incorporamos a la UE, en 1973, pasamos enseguida de ser el país más pobre del grupo a uno de los más prósperos, con uno de los PIB más saludables, que aún se mantiene. Así que muchos de los logros de estos años aún se mantienen. Nos afecta, como a otros muchos países -como a Francia, Alemania, EEUU o España-, la recesión global, y en especial la perniciosa crisis del sistema bancario, que ha afectado sobremanera a una sociedad como la nuestra, pujante y ambiciosa, que creyó en la capacidad del dinero barato y no reparó en los riesgos asociados a un crecimiento tan vertiginoso. Eso también se ha manifestado en el pinchazo del sector inmobiliario.
P. Algunas voces -en especial, del Partido Laborista, hoy socio de la coalición de Gobierno- han visto en el rescate financiero de la UE una ruptura de puentes con Europa. El lema de su presidencia es "tendiendo puentes". ¿Alguna idea al respecto?
R. No entiendo que alguien pueda describir, cuando tus vecinos vienen en tu ayuda, como es el caso del rescate financiero de la UE y el FMI, que se han roto puentes... Creo que, al contrario, entre Irlanda y nuestros vecinos de la UE hay ahora puentes aún más amplios (risas)...
P. Durante el boom económico, Irlanda ha atraído a buen número de inmigrantes. Pero algunas fuentes prevén que en los próximos cuatro años unas 100.000 personas dejarán el país. ¿Teme que repunte el fenómeno de la emigración masiva, como antes?
R. No lo creo. Es cierto que por primera vez en 150 años, Irlanda se convirtió en las últimas décadas en una sociedad receptora de emigrantes, procedentes del este de Europa, pero también del África subsahariana o Asia. Esto ha supuesto un punto de inflexión en una tendencia de siglos, porque durante décadas lo que más hemos exportado al mundo ha sido nuestra gente. Ahora los ciudadanos son móviles, van y vienen, porque el mundo está más interconectado, y los migrantes económicos han dado paso a los turistas económicos, así que con el notorio incremento del nivel educativo de la juventud irlandesa podría espolearse un flujo de movimientos en uno y otro sentido, de jóvenes que aprovechan sus conocimientos para probar nuevas experiencias en otro lado; eso revertirá en riqueza para Irlanda a su vuelta.
P. Ha nacido usted en Irlanda del Norte. ¿Cómo ha contribuido a su carrera política su propia experiencia de la violencia?
R. Mucho, sin duda. Los acontecimientos que viví durante mi infancia y adolescencia han tenido una influencia fundamental en mi vida y en mi actuación. Vivir en un entorno sectario, donde los católicos eran tratados como ciudadanos de segunda, me empujó no solo a convertirme en abogada y a reafirmar mi confianza en el diálogo, sino también, fundamentalmente, a constatar que la violencia nunca puede ser vista como una respuesta, aunque haya sido una parte endémica del conflicto [norirlandés] durante generaciones. Aborrezco la violencia, porque he visto morir a familiares y amigos a la puerta de mi casa. Hay que transformar el miedo al otro en entendimiento a través del diálogo y del reconocimiento de que somos seres humanos iguales. Y no hablo solo de los católicos y los protestantes en Irlanda del Norte; también de musulmanes, judíos, agnósticos y ateos; gais; hombres, mujeres; capaces e incapacitados...
P. La reina Isabel II de Inglaterra visitará Irlanda este año. Será la primera vez que un monarca británico viaje a la Irlanda independiente. ¿Se siente especialmente orgullosa de este logro?
R. Es algo que he acariciado durante años, porque demuestra lo que en realidad somos: los vecinos más próximos con una historia común extremadamente difícil, cruel y amarga. Pero ahora y siempre, vamos a seguir siendo vecinos. La naturaleza de nuestras relaciones ha cambiado desde que nos incorporamos a la UE, y ambos pasamos a ser colegas. Esto nos ayudó a sacar adelante el proceso de paz [norirlandés], no por separado, sino juntos. Ninguno de los dos intenta convencer al otro de que está equivocado, sino que ambos reconocemos nuestras diferencias. La próxima visita de la reina subrayará todo esto, recordará que entre los dos países hay amplias áreas de entendimiento y de acuerdo. Una de las más importantes es el acuerdo de paz de Viernes Santo [1998], que reconoce que Irlanda del Norte es parte de Gran Bretaña porque eso es lo que los norirlandeses quieren en este momento; pero si cambian de opinión, tanto Londres como Dublín harán posible su integración en una Administración irlandesa unida. Así que este acuerdo también ha hecho posible la visita. Nuestros predecesores fallaron en el intento; nuestra generación ha conseguido convertir a nuestros dos países en socios.
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