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El conflicto de Oriente Próximo

Indignación en el Gobierno israelí por la iniciativa

Escepticismo entre los palestinos por la negativa a reconocer su Estado

Enric González

En Oriente Próximo ya se han escuchado muchos discursos sobre "nuevos comienzos" y sobre las buenas intenciones de Estados Unidos. El que ayer pronunció Barack Obama no será, probablemente, de los más recordados. Fue especialmente tibio al abordar la cuestión israelo-palestina, pero la simple mención de las fronteras previas a 1967 como base para un acuerdo (un principio ya respaldado por Clinton y Bush) bastó para enfurecer a la derecha israelí y al primer ministro Benjamín Netanyahu, quien calificó de "indefendibles" esas fronteras. Fue un mal augurio para la reunión que Obama y Netanyahu tenían previsto mantener hoy en la Casa Blanca.

Netanyahu contemplaba la cita con Obama como una simple formalidad. Su vista estaba puesta en el discurso ante el Congreso estadounidense, el día 24, y en los entusiastas aplausos que iba a recibir de la mayoría republicana y de no pocos congresistas demócratas con donantes y electores judíos. Cuando Netanyahu afirmó anoche que Palestina no podía crearse a costa de territorio israelí no solo implicó que los territorios ocupados, que incluyen Jerusalén oriental, pertenecen a Israel: lanzó un mensaje resistencialista a su electorado.

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La línea verde establecida en el armisticio de 1949, es decir, la frontera (que entonces separaba Israel de Jordania) vigente hasta la guerra de 1967, ya fue la base de las fallidas negociaciones de Camp David en 2000. En 2004, George W. Bush escribió una carta a Ariel Sharon en la que calificaba de "irrealista" un "completo retorno a las líneas del armisticio de 1949" y señalaba que dichas fronteras debían adaptarse con "intercambios mutuamente acordados". Exactamente lo mismo que ha mantenido el Cuarteto (Estados Unidos, Unión Europea, Rusia y ONU) estos últimos años y lo que el propio Obama planteó en su discurso de El Cairo, hace dos años, al referirse a la llamada Iniciativa Árabe.

Obama no propuso nada nuevo, nada que alterara el statu quo tras el colapso de las negociaciones de paz en septiembre pasado. Ni siquiera mencionó la necesidad de que Israel dejara de colonizar los territorios ocupados, como establece la Hoja de Ruta del Cuarteto y como él mismo exigía meses atrás. Pero el Gobierno israelí da por amortizado al actual presidente de Estados Unidos y prefiere cerrarse en banda, con la esperanza de que a principios de 2013 haya en Washington un presidente republicano más favorable a sus intereses. Obama y Netanyahu se llevan mal personalmente y la coalición derechista que gobierna Israel se ha habituado a considerar enemigo al presidente estadounidense. El diputado Danny Danon, miembro del Likud de Netanyahu, dijo anoche que Obama había adoptado "el plan de Yasir Arafat para la destrucción de Israel".

Tzipi Livni, jefa de la oposición y líder de Kadima (el partido más votado en las últimas elecciones), declaró por el contrario que las propuestas de Obama resultaban convenientes para Israel y que el gran problema era el inmovilismo de Netanyahu.

Las reacciones fueron las previsibles. Las de siempre. El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, reunió a su círculo interno y telefoneó a otros líderes árabes antes de expresar oficialmente una opinión. Bastaba hablar, sin embargo, con algunos dirigentes palestinos para captar el habitual escepticismo, denso desde que Obama vetó una resolución de la ONU que condenaba la colonización de Cisjordania y reforzado por su anuncio ayer de que por más que lo aprobara la asamblea general de la ONU, Washington no pensaba reconocer en septiembre al Estado palestino. Hamás calificó el discurso de "trampa".

En un nivel más popular, muchos árabes creyeron detectar el aroma de la hipocresía ante la exigencia de que el libio Muamar el Gadafi y el yemení Alí Abdulá Saleh abandonaran ya el poder, mientras seguía ofreciéndose al sirio Bachar el Asad la posibilidad de erigirse en líder de las reformas democráticas en cuanto terminara de masacrar a sus conciudadanos.

También impresionó que en un discurso sobre la democratización del mundo árabe Obama no mencionara ni de pasada a Arabia Saudí, con un régimen más represivo que el de Irán. Esa omisión evocó la tradicional sospecha de que el suministro de petróleo importa más en Washington que el ansia de libertad de millones de árabes.

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