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La guerra de Afganistán
Columna
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Fibra pretoriana

Lluís Bassets

"Hice la campaña sin consultar a nadie: no habría hecho nada de provecho si hubiera tenido que conciliar mi punto de vista con el de otro. Si me imponéis obstáculos de todo tipo; si debo explicar todos mis pasos a los comisionados del Gobierno; si estos tienen derecho a cambiar mis movimientos, a quitarme o a mandarme más tropas, no esperéis nada bueno. Si debilitáis vuestros medios dividiendo las fuerzas; si rompéis en Afganistán la unidad de pensamiento militar, os lo digo con dolor, habréis perdido la mejor ocasión para imponer las leyes en Afganistán".

Stanley McChrystal es un militar duro y fibroso, todo músculo y cabeza, sin una gota de grasa ni una concesión a la frivolidad. Su única estética es la militar, la de la fuerza bruta debidamente domesticada y comandada. Su biografía no admite dudas sobre el carácter y la fuerza de este hombre con vocación de caudillo. El reportaje que Michael Hastings publica esta semana en Rolling Stone documenta el tipo de militar que hasta ayer comandaba las fuerzas de Estados Unidos y de la OTAN en Afganistán. Como cadete en West Point fue un adolescente indisciplinado y rebelde, dispuesto siempre a asumir riesgos y a meterse en todos los líos. El periodista describe la academia militar de la época en que estuvo McChrystal como "una potente mezcla de testosterona, hooliganismo y patriotismo reaccionario".

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McChrystal no es un intelectual, sino un hombre de acción. Aunque tuvo su año sabático en Harvard, donde se puso al día en asuntos políticos en la Kennedy School of Government, lo suyo es la acción militar y de alto riesgo. Algunos comentaristas le han comparado erróneamente con el otro general de cuatro estrellas, David Petreaus, el comandante en jefe en Irak que le sustituirá en Afganistán, este sí, un universitario y hombre de pensamiento. El grueso de la trayectoria de McChrystal ha transcurrido en las fuerzas de asalto, los Rangers, con los que se labró su fama de comandante implacable y eficaz, especialmente en Irak, donde se hizo célebre por participar personalmente en misiones de patrulla nocturna y entrar en combate junto a sus soldados. A sus fuerzas se deben la detención de Sadam Husein y la muerte del líder iraquí de Al Qaeda, Musab al Zarqaui, pero también la fama de Camp Nama, un centro de interrogatorio donde sus soldados torturaron a detenidos iraquíes, y el escándalo de la muerte por fuego amigo del jugador de fútbol americano Pat Tillamn, presentada como una caída heroica en combate por el general.

Con estas credenciales no es extraño que fuera el niño mimado de George W. Bush y su secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, responsables de su ascenso a general en 2001. Con ellos actuó de portavoz del Pentágono durante la guerra de Irak, por lo que comparte la responsabilidad de parte de las manipulaciones y ocultaciones. La llegada de Obama a la Casa Blanca poco afectó a buena parte de los militares más implicados en las operaciones en Irak y Afganistán, al contrario. Entre otras razones porque el propio secretario de Defensa, Robert Gates, ya lo fue de Bush en el último tramo de su presidencia. Pero el nombramiento de McChrystal como comandante en jefe en Afganistán, en 2009, sí se identifica con la nueva estrategia de Obama en el país afgano, hasta el punto de que con su destitución tambalea todo el esquema de contrainsurgencia destinado a permitir la salida de las tropas en julio de 2011.

McChrystal, en realidad, no podía estar de acuerdo con los planes de Obama para salir de Afganistán y solo se adaptó a ellos para intentar sacar más de lo que ya estaba recibiendo. Su objetivo era obtener más medios y tropas e intentar alcanzar una victoria militar limpia y clara, en vez de una retirada gradual con el traspaso de responsabilidades al gobierno de Karzai. El reportaje de Rolling Stone pudo ser, en su intención, un nuevo medio de presión sobre la Casa Blanca, en la misma línea de la filtración a la prensa a finales de 2009 de un informe en el que pedía un incremento de 40.000 soldados. En aquella ocasión Obama le llamó a capítulo. Ahora, además del acto de indisciplina intolerable, Estados Unidos se ha infligido un revés a sí mismo en la guerra de Afganistán, donde las cosas andan de mal en peor y se atisba un final poco glorioso para Washington y para la Alianza Atlántica.

Hay muchas citas célebres sobre Afganistán, país donde caen todos los imperios. Las frases con que se encabeza este artículo podrían haber salido de la pluma de McChrystal, pero hay una pequeña modificación respecto al original: en la cita original, donde dice Afganistán decía Italia, país donde nunca combatió nuestro general e hizo en cambio la fortuna militar su autor, de sobra conocido, que responde al nombre de Bonaparte.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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