Carlos Andrés Pérez, homenaje al amigo
Felipe González repasa su relación con Carlos Andrés Pérez y recuerda que le alertó del golpe de Estado que dio Chávez contra él en Venezuela en 1992
Ha muerto como un trasterrado sin dejar de mirar a su tierra, Venezuela, a la que dedicó su vida, sus esfuerzos, su pasión. Por ninguna razón merecía ese destino, incluyendo el procesamiento que lo sacó de su segunda presidencia de la República. Cuando se sosieguen las cosas y se vea la perspectiva histórica con cierta objetividad, esto quedará claro.
Carlos Andrés Pérez ha sido mi amigo durante casi cuatro décadas. Amigo más allá de los acuerdos y desacuerdos y, por eso, amigo. Es fácil hablar de amistad cuando solo hay coincidencias y realmente complicado cuando las discrepancias se manifiestan o cuando las circunstancias de la vida hacen el camino difícil y los que estaban próximos, o algo más que próximos, toman distancias "porque les conviene".
También ha sido siempre amigo de España, en el poder y en la oposición; dentro de su país y en exilio. Allá por el año 76, cuando balbuceaba la Transición en España, con el Rey ya en su sitio, pero sin partidos legalizados que articularan el pluralismo democrático, me trajo en su avión, procedente del Congreso de la Internacional Socialista en Suiza.
El Rey fue a recibirlo, con los rituales de rigor. Convinimos que yo debería descender del avión oficial por otra puerta, con la discreción debida para no interferir en la ceremonia oficial. Una de las magníficas tiras de Peridis ilustra el momento en que el presidente de Venezuela saluda al Rey y le dice "traigo contrabando en el avión". Yo era ese contrabando. Naturalmente desaparecí de ese escenario sin que nadie se percatara, salvo por sus palabras y la risa del Rey. Hasta la primavera siguiente no se produjo la legalización de los partidos.
La anécdota ayuda a comprender la personalidad arrolladora de CAP, como todo el mundo le llamaba. También su pasión por las libertades democráticas y, lo que antes decía, su sentido profundo de la amistad.
Nos separaban 20 años de edad, llevaba dos años en la presidencia y tenía 54. Yo viajaba a Venezuela y me recibía a las 5.45, indefectiblemente, después de haber caminado durante una hora ?"el presidente que camina" había sido eslogan e idea fuerza de la campaña que lo llevó a la presidencia de la República?. "¿Crees que estarán puestas las calles de Caracas?", le decía cuando me convocaba, recién llegado a la residencia oficial.
Años después, en 1983, yo estaba en el gobierno y CAP en la oposición. Cada vez que me veía o cuando impaciente llamaba por teléfono, insistía en que lo estaba haciendo mal. Reconversión industrial, ajuste económico, reformas de fondo, le parecían un seguro definitivo para la catástrofe electoral. Salvaba siempre la amistad cargando las culpas en los ministros de Economía y de Industria ?Boyer y Solchaga? en aquella dura época de los comienzos del mandato.
Era inevitable que me viera como un joven con poca experiencia que no hacía, como Mitterrand, lo que se esperaba de un socialista. No ponía límites a su crítica, siempre privada y personal, pero implacable. Su mandato presidencial, en aquella Venezuela que se había incorporado al club de los petroleros, que había conformado la OPEP y participado del primer gran salto en los precios, allá por los años 73-74, después de la Guerra de Yom Kippur, estuvo lleno de expansión y crecimiento. Nosotros vivíamos exactamente lo contrario. Llegábamos al gobierno sin habernos ajustado a ese choque y soportando el segundo en 1982.
Por esos años de su primera presidencia, estábamos en un congreso de Acción Democrática y Carlos Andrés, exuberante, repasaba la situación internacional, tocándolo todo, desde Singapur a Brasil, pasando por África y Europa. Gonzalo Barrios, viejo y sabio dirigente del partido, comentaba a mi lado, con su dificultad para articular fluidamente: "Este Carlos Andrés está muy bien; tal vez le falte un poquito de ignorancia".
Con CAP viví los momentos cruciales de la caída de Somoza y del triunfo sandinista, la guerra terrible de Centroamérica, los esfuerzos para enderezar la paz, el apoyo a las elecciones que le dieron el triunfo a Violeta Chamorro en Nicaragua y su afán por darle seguridad, que tantos y dramáticos disgustos le costó. Con él estuve en el primer aniversario de ese triunfo sandinista y en su reencuentro con Fidel Castro, con ese motivo.
Habían compartido exilio y después duros enfrentamientos por la presencia de la guerrilla procubana en la naciente democracia venezolana que presidió Rómulo Betancourt. Habían sido amigos en el exilio compartido y enemigos enfrentados con violencia en el poder, contraponiendo la revolución democrática de Venezuela a la revolución comunista de Cuba. Aquellas horas de charla y discusión, hasta la madrugada, se me quedaron grabadas para siempre. La dureza de los enfrentamientos se disolvía en una discusión caribeña, de viejos luchadores que habían optado por caminos distintos, e incompatibles ?democracia o dictadura?.
Como sería interminable el relato, quiero revelar un momento crucial de su segunda presidencia, en la que también se cruzaron nuestras experiencias vitales. En ese periodo, 1989-1993, CAP emprendió políticas de reformas estructurales y de ajustes económicos en una dirección totalmente diferente de las que caracterizaron al primero. Por primera vez coincidíamos al frente de las responsabilidades de gobierno. Debo añadir que lo que hacía me parecía necesario y se parecía mucho más a las políticas que habíamos hecho nosotros y que, como dije, él criticó con dureza en 1983, 1984 y 1985. Estábamos más cerca, no en la amistad que era la misma, sino en el análisis de lo que había que hacer para desarrollar la economía y crear valor para mantener la cohesión social.
Después de los disturbios que se conocieron como El caracazo, protestas sociales contra las políticas de ajuste que se saldaron con una oleada de violencia y decenas de muertes, lo llamé por teléfono para tratar de informarle de algo muy grave que me estaba llegando. Le advertí de que no era apropiado que le pasara la información por esa vía y decidió mandarme a una persona de su confianza. Le hablé a ese enviado de lo que sabía: los preparativos de un golpe militar inmediato. CAP había entendido mi preocupación y el enviado ya tenía preparada su respuesta. Lo negó resueltamente y me pasó el mensaje del presidente de que no había ningún riesgo de movimientos militares. Un par de meses después se produjo la asonada del teniente coronel Chávez, hoy presidente.
Varias veces, con CAP fuera de su país, comentamos este suceso dramático. Y hace poco más de cuatro cuatro años, también lo hablé con Chávez, en un encuentro personal en Caracas, con el propósito de conocer si él sabía que yo le había advertido a CAP de que se preparaba un golpe contra él. Me dijo Chávez que él no sabía que yo le había advertido a CAP, pero que no le extrañaba de que no lo creyera. Era la posición oficial, me dijo.
Carlos Andrés, incansable en su lucha por la libertad y la justicia, con sus aciertos y sus errores como todos los líderes importantes, reposa ya de su larga vida, pero no lo hará definitivamente hasta que lo que queda de él llegue a su Venezuela.
Felipe González fue presidente del Gobierno español entre 1982 y 1996.
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