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Columna
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Aplastados bajo la lógica

Los políticos suelen ser acusados de ser demasiado pragmáticos. En su defensa, suelen argüir que la realidad es más compleja de lo que parece, que lo deseable no siempre es posible y que su obligación es considerar los costes y beneficios de una decisión antes de tomarla. Pero a lo que no estamos acostumbrados es a la situación contraria, es decir, a que un Gobierno siga una decisión hasta sus últimas consecuencias, independientemente de sus costes, caiga quien caiga, como se dice popularmente.

Algo de esta lógica ciega hemos visto la semana pasada en la decisión del Gobierno de retirar las tropas de Kosovo. No cabe duda de que el presidente tiene razón cuando defiende la medida como "lógica y coherente" con la decisión de no reconocer la independencia. Pero anunciar la retirada a unos pocos días de que el presidente de Serbia y su ministro de Defensa se pasearan por Madrid, ejemplificando lo que Zapatero personalmente describió como prueba de unas relaciones bilaterales "muy estrechas", y a unos pocos días de que el presidente Obama llegue a Europa para participar en una serie de cumbres (entre ellas de la OTAN) cruciales para las relaciones con Estados Unidos, no parece desde luego producto de un cálculo racional. En cualquier caso, puede ser muy mal entendido, como ha quedado demostrado en la cascada de declaraciones negativas que el anuncio ha producido entre nuestros más estrechos aliados, incluyendo Francia y Estados Unidos, así como por parte de la OTAN y la presidencia checa de la Unión Europea. Hay decisiones de una lógica tan aplastante que pueden aplastarle a uno.

Kosovo no es Irak, pero dos retiradas son muchas como para ser una coincidencia

Lo curioso es que Kosovo es, bajo cualquier criterio, un asunto menor desde el punto de vista de los intereses de España. Y sin embargo, va camino de convertirse en uno de los legados más visibles de la política exterior de Zapatero. Aznar también cometió un error similar al magnificar un incidente como el de Perejil, un islote sin importancia y de disputada soberanía pero que acabó trastocando su política europea haciéndole ver enemigos por todas partes.

Si Kosovo fuera una política, se hubieran valorado desde un principio los costes y beneficios de adoptar uno u otro curso de acción. Pero Kosovo es simplemente un instinto, un reflejo condicionado, lo que hace imposible todo análisis racional de las acciones del Gobierno. Así, desde que hace un año Pristina declarara la independencia, el Gobierno se ha ido encerrando en un callejón sin salida.

Primero, adoptó una decisión que pretendía lograr de una tacada dos cosas incompatibles entre sí: negar con toda rotundidad que la declaración de independencia de Kosovo constituyera precedente alguno para, a continuación, conceder el precedente negándose a reconocer la independencia. Desde esta lógica original, tan singular como defectuosa -"no constituye precedente, pero me niego a reconocerlo"-, el Gobierno ha ido adoptando sucesivas decisiones, todas tan lógicas y coherentes como costosas para la política exterior. Primero fue intentar justificar su argumentación desde el derecho internacional, cuando era el derecho interno lo que preocupaba. Luego fue votar en la ONU para que el Tribunal Internacional de Justicia examinara la legalidad de la declaración de la independencia, aunque hubiera que votar con los no alineados y en contra de todos nuestros aliados de la OTAN y de la UE. Y ahora, retirar las tropas aunque nuestros aliados de la OTAN y de la UE se queden boquiabiertos.

Todo ello a cambio de qué, cabe preguntarse. Me confieso ignorante de las sutilezas de la política vasca y catalana, pero al menos me consolaría que, dado que el coste de las decisiones del Gobierno sobre Kosovo pesa como una losa sobre nuestra política exterior, hubiera beneficios tangibles en el ámbito doméstico. Pero si sirve o no a Patxi López o a la unidad patria la retirada de tropas es desde luego un enigma para el cual carezco de respuesta.

Más allá de los dudosos beneficios, es innegable que los costes serán elevados. Kosovo no es Irak, pero dos retiradas son muchas como para ser una coincidencia. Lógicamente, algunos se preguntarán qué problema tiene España. Si Irak era Administración Bush cien por cien, Kosovo es un claro producto de la Administración de Bill Clinton, incluida una guerra con Serbia en la que (por cierto) España participó a pesar de carecer de una resolución de la ONU que la refrendara. Un aliado es alguien que arrima el hombro, no alguien que constantemente imparte lecciones de principios. Por eso, Grecia, Rumania y Eslovaquia, que tampoco reconocen Kosovo, mantienen sus tropas allí. Desde luego, si el plan era seducir a Obama, presidente de un país nacido de una bellísima declaración (unilateral) de independencia, ZP va a tener que trabajar mucho más de lo inicialmente previsto.

jitorreblanca@ecfr.eu

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