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La región más conflictiva
Columna
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Af-Pak o Pak-Af

Desde octubre de 2001 se libra una guerra por Afganistán, a temporadas de baja intensidad, pero últimamente con fiebre alta, que amenaza convertirse en la guerra de Barack Obama, a vueltas hoy con la necesidad de definir una estrategia victoriosa o sufrir un grave contratiempo presidencial; oscurecida por el desaguisado de Irak, la contienda sólo pasaba a primer plano durante la campaña del líder demócrata a la Casa Blanca. El comandante de la Junta de Jefes de Estado Mayor, Mike Mullen, consideraba en octubre pasado imposible "ganar la guerra sólo matando enemigos".

Dos escuelas de pensamiento se enfrentan sobre cómo se gana o se pierde una guerra, iniciada por Bush 43 sin plan de paz ni reconstrucción ninguno. La versión restrictiva la encabeza el vicepresidente Joe Biden que quiere un trueque de prioridades, para que lo que se denomina Af-Pak (Afganistán-Pakistán) pase a llamarse Pak-Af, congelando la contienda en el primer país, mientras se orienta el mayor esfuerzo militar hacia el vecino Pakistán; según esta posición, en Afganistán la guerra se libra fundamentalmente contra insurgentes, los talibanes, con presencia del terrorismo de Al Qaeda, pero en Pakistán es donde están los santuarios del terrorismo internacional. Biden rechazaría por ello todo aumento del contingente norteamericano, que es de 89.000 hombres. Y la versión expansiva, que domina el general Stanley McChrystal, comandante en jefe sobre el terreno, pide de 40.000 a 60.000 soldados más para pensar siquiera en ganar la guerra.

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Esa inyección de efectivos se asegura que dio resultado hace dos años en Irak, pero no puede ser ésa la única receta. Es dudoso que en Irak se lograra la pacificación relativa que conocemos porque llegaran 30.000 nuevos soldados, sino que ésta hay que atribuirla a la compra-soborno-alquiler de unos 100.000 ex militares suníes, en su mayoría militantes del régimen de Sadam Husein que estaban en paro y agradecieron la soldada por cambiar de bando.

En Afganistán, el personal que podría hacer otro tanto, el pueblo pashtun, se opone, en cambio, crecientemente al régimen del presidente Karzai al que, aunque también es pashtun, tilda de vendido a minorías como la tayika, y especialmente, en un medio de una geografía tan poco urbana es difícil de encuadrar a nadie como se hizo con los suníes de Bagdad y las ciudades iraquíes; aún más, tampoco es refuerzo todo lo que reluce. En Vietnam, cuando el contingente norteamericano alcanzó su mayor cota, 500.000 militares, sólo 70.000 se hallaban simultáneamente en combate, tal era el apetito logístico de un ejército que necesita tres comidas diarias y frecuentes viajes de refresco a la retaguardia. Mientras una división norteamericana consumía 20 toneladas mensuales de suministros, las unidades norvietnamitas equivalentes se apañaban con dos, según fuentes del Pentágono. Ese nuevo contingente sería tan goloso como los anteriores y sólo una fracción se sumaría a la fuerza combatiente.

Hay, sin embargo, una tercera escuela, quizá compatible con la Pak-Af, que vagamente defiende la Administración de Kabul: la negociación con los talibanes, con los que ya hablaron emisarios de Karzai a fin de septiembre, en Arabia Saudí. Esta posición se basaría en que sería posible convivir con los fundamentalistas, presentes de alguna manera en el poder, porque, una vez desligados de Al Qaeda, no constituirían amenaza para Washington. Pero el cáncer es el propio Afganistán. Si en Irak, bien que al precio de un desastre humano, cabe hablar de un esquema de administración es porque hay una mayoría del país, el 70% de chiíes, que quieren un Estado viable, en la medida en que lo gobiernen ellos.

Contrariamente, las recientes elecciones presidenciales, declaradas fraudulentas por la ONU, podrían tener que repetirse y Karzai no está en condiciones de negociar, ni controlar nada. La corrupción, los señores de la guerra, el nulo trabajo de reconstrucción emprendido por la fuerza internacional -Kabul está sin agua corriente ni electricidad- hablan de un país sin Estado, que es el que tendría que ganar la guerra y encuadrar la paz. En 2008 había 85.000 soldados afganos entrenados por la fuerza extranjera, y para 2011 se prevé que aumenten a 150.000, pero su afán combatiente parece limitado.

Bush tenía que hacer algo ante el mega-crimen de las Torres Gemelas y, con el amparo de la ONU, desencadenó la operación Afganistán. Ésta es por ello una herencia legítima de Obama, pero no menos venenosa. Sin mencionar la crisis mundial, el conflicto árabe-israelí, Irán nuclear, o el futuro de Irak, el presidente norteamericano se juega ahí también su mandato.

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