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Cuenta atrás en Irán

200 dólares para cada iraní

La corresponsal de EL PAÍS habla de los apoyos de ambos candidatos en la cuarta entrega de su diario cuando faltan 6 días para las elecciones presidenciales en Irán

Mi amigo Hosein se queja de que no hablo de los muchos seguidores de Ahmadineyad. "Tu diario da la impresión de que solo Musaví tiene apoyo en la calle", me dice. En cierta medida es así. El respaldo al aspirante reformista, sobre todo entre los jóvenes, es más visible. Y más ruidoso. También llama más la atención porque no cuenta con las estructuras oficiales. El jueves, sin ir más lejos, la celebración del vigésimo aniversario de la muerte de Jomeini se convirtió en un acto electoral a favor del presidente. Entre los miles de personas que acudieron al mausoleo del fundador de la República Islámica daba la impresión de que no hubiera otro candidato.

La estética de unos y otros no puede ser más distinta. Mientras que los simpatizantes de Musaví se adornan con cintas verdes, visten a la occidental y acompañan sus caravanas de música rap, los fundamentalistas parecen estar de luto permanente. Camisas negras ellos, chadores ellas, solo las banderas nacionales que han elegido como símbolo de su campaña les aportan un toque de color. En realidad, unos y otros representan dos formas distintas de entender el mundo y el propio Irán. Sus diferencias más que políticas son filosóficas.

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En alguna ocasión he escrito que este es un país con dos almas. No es una idea mía. La tomé de un profesor universitario iraní con quien solía conversar hace unos años. "Tenemos concepciones opuestas del futuro que queremos y mientras no logremos reconciliarlas será difícil que avancemos", me explicaba. Tras la elección de Ahmadineyad, en 2005, el profesor dejó de verme para evitarse problemas. Ahora da clases fuera de Irán.

Por supuesto que también hay jóvenes que apoyan a Ahmadineyad. Anoche mismo cuando iba con mi marido a cenar a casa de A. y M., en el barrio de Farmanieh, vimos a un grupo de entusiastas del presidente tratando de colocar un gran póster suyo. La cosa tiene mérito porque ese barrio del noreste de Teherán es más bien pijillo y favorable a los candidatos que prometen relajar las costumbres sociales y abrirse al exterior.

Tampoco piden mucho. Por un lado, es todo lo que permite elegir el sistema ("entre lo malo y lo peor", nos confesó Ali, otro amigo). Por otro, los excesos de la revolución todavía están lo suficientemente frescos en el imaginario colectivo como para que la idea de un cambio violento ponga los pelos de punta al más rebelde. Además, tampoco hay que olvidarlo, en un país en que no se pagan impuestos y los productos básicos están subvencionados, muchos temen que si se agita demasiado el régimen se les acabe la bicoca. El petróleo ha convertido Irán en un Estado rentista y ni Ahmadineyad ni Musaví ni ningún otro candidato van a arriesgarse a cortar el grifo. Al contrario, uno de ellos, Mehdi Karrubi, promete 200 dólares mensuales a cada iraní si el barril de petróleo vuelve alcanzar los 150 dólares.

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