La redención de Marbella
La ciudad malagueña, paradigma hasta hace poco de la corrupción, recupera el brillo de la mano de Michelle Obama, Eva Longoria y nuevos inversores
El jeque ya no quiere estar sentado en la terraza del Salduba. Se levanta y se sube a un bólido aparcado en el muelle de Puerto Banús: un Mercedes largo, biplaza y sin parabrisas, que parece el coche de Batman en blanco, y con matrícula de Qatar. Cuando empieza a circular lentamente por la callecita principal del puerto, con su camisa tropical y gesto serio, el coche de delante se para a maniobrar. En tres segundos, uno de sus guardaespaldas se va directo a meterle prisa: "Vamos". El jeque Abdullah al Thani, sobrino del emir de Qatar, no puede esperar. Toda una ciudad, en la que conviven 120 nacionalidades, aguarda a que él y una generación de empresarios y personajes de la renovada jet set la saquen definitivamente del agujero en el que ha vivido por culpa de los excesos y la corrupción de algunos de sus lamentables representantes.
Marbella, lugar que gusta de compararse con la Costa Azul, lo ha pasado mal. Sus políticos saquearon las arcas, los inversores se marcharon, la televisión hurgó en su basura y la tradicional jet set envejeció transformando su gracia en patético esperpento. Pero asoman brotes verdes. Al jeque de Qatar, que ha comprado el Málaga CF y planea inversiones millonarias para la zona, se ha sumado como un milagro la visita de Michelle Obama, la primera dama de EE UU. Un regalo cuya procedencia nadie acierta a situar. ¿Lobby de la alcaldesa cuando en marzo estuvo cerrando la Bolsa en Nueva York? ¿Guiño de Obama a Zapatero? ¿Influencia de Eva Longoria y Antonio Banderas? "Todo cuenta", contestan todos al unísono. Pero parece que fue más sencillo: unos amigos que pasaron aquí algunos veranos recomendaron a los Obama el lugar. Bendita casualidad, susurran todos.
Pero hay más. A los nuevos inversores, las fiestas benéficas o la reapertura del mítico hotel Los Monteros, se añade la misteriosa vuelta del millonario saudí Adnan Kashogui, antiguo estandarte de la Marbella árabe forjado a través de la venta de armas. El saudí estuvo hace unos meses en una gala benéfica y anoche acudió a la gran fiesta que se celebró en el hotel donde se hospeda Michelle Obama y que apadrinaban Antonio Banderas y Eva Longoria. A 1.000 euros el cubierto y con una lista de espera de 200 invitados, la celebración fue una puesta en escena de ese relevo generacional en la jet set marbellí. Tony Parker, Melanie Griffith, Carmen Lomana o Boris Becker compartieron mantel con Gunilla von Bismark o Antonia Dell'Atte.
Y la noche luce también renovado brío. Por Puerto Banús siguen circulando los Ferrari, Maserati y Lamborghini a 10 absurdos kilómetros por hora, pero la gente es un tanto más discreta. Los transatlánticos yates siguen ahí amarrados, pero dentro solo está el servicio viendo la tele tranquilamente. Los jeques y la casa real apenas se prodigan. "Se quedan en palacio", revela una asistente personal del príncipe Salman. La policía ya no patrulla en Harley Davidson, ahora lo hace en scooter y, aunque a muchos les pese, sin hacer distinciones entre los dueños de los bares. A las tres se apaga la música.
Pero es que todo empieza temprano. A media tarde, en el Ocean Club, los extranjeros beben Veuve Cliquot tumbados en camas blancas que alquilan por unos 300 euros. Y aunque todos los viernes de fin de mes terminan con los clientes arrojándose champán, las fiestas han cambiado. Ahora, el borde de la piscina de agua salada que diseñó José Banús hace 40 años, está poblado por belgas y holandeses con una botella en la mano y en las vitrinas del club luce un Dom Perignon de 25.000 euros que cada año acaba pidiendo algún cliente. Exclusivo, sí, pero más anónimo.
El rey de la fiesta fue un día Antonio el de la Llave. Íntimo de Alfonso Hohenlohe, le acompañó por medio mundo montando fiestas y pinchando en lugares como el Studio 54 de Nueva York. Hoy es el único superviviente de aquella generación (en la que estaban Jaime de Mora, Pepe Morán, el conde Rudi o Gunilla von Bismark) que todavía se prodiga en las discotecas. Incluso tiene un programa en la televisión local que se llama Yesterday para rememorar aquella época. Relacionado con el jeque, la casa real y todos los dueños de discotecas, pasear con él por el puerto es como ir con un Cadillac del 67 descapotable. Pantalones rojos, camisa desabrochada y medallas de oro. Un torpedo. Es imposible avanzar tres metros sin que medien besos y abrazos. "Claro que ha cambiado mucho. Aquella época fue increíble, pero hay que ser generoso. Yo le digo a la gente joven que disfrute y no mire tanto atrás".
Olivia Valère es la gran empresaria del ocio nocturno. Su discoteca sigue siendo el local de referencia. "La ciudad está más que recuperada. No hemos tenido tanta gente desde hace cuatro años. Hay una nueva clientela de jóvenes y guapos, más espontáneos y naturales que sus padres. No les gusta la ostentación. Han pasado los malos momentos. Entramos en una nueva era, una gran época para Marbella", explica con marcadísimo acento francés. Pero como muchos empresarios del lugar, Olivia cree que el mayor problema que ha tenido Marbella ha sido la prensa. "En Francia cuidan tanto a las ciudades... lo que pasa aquí existe en Montecarlo o Saint Tropez. El problema de Marbella es que la prensa la ha maltratado. Cuando tienes un niño que hace cosas malas lo escondes un poquito, no lo pones en la primera página de los periódicos", dice.
Fuera o no cosa de la prensa, cuando la cordobesa Ángeles Muñoz (PP), antigua médica en el pueblo, llegó a la alcaldía hace tres años, el Ayuntamiento estaba disuelto, no pagaba la Seguridad Social ni a Hacienda desde la época de Jesús Gil (debían más de 300 millones), y ocupaba el puesto número uno en administraciones corruptas de España. Hoy el Consejo Consultivo de Andalucía ha puesto la ciudad como ejemplo de transparencia. "Se necesitaba un cambio a la normalidad. Nuestra marca es buena. Y es injusto que se recuerde una y otra vez aquello. Eso ha sucedido en otros lugares. Mira Cataluña, y Zapatero le regaló una guía turística de Barcelona a Obama", dice con socarronería la alcaldesa.
Sentarse en el despacho que hoy ocupa Ángeles Muñoz, antigua sala de ajusticiamiento de Marbella con frescos originales del siglo XVI, era hasta hace poco la antesala a la cárcel. Los últimos tres alcaldes, Jesús Gil, Julián Muñoz y Marisol Yagüe, siguieron esa ruta. Eso ha terminado. Pero su estela derrumbó mucho antes que en el resto de España el mercado inmobiliario.
Ricardo Arranz, natural de Aranda de Duero y propietario del hotel Villa Padierna, donde la misma cantidad de policía que hace un tiempo detenía a empresarios protege ahora a la primera dama, conoce bien el negocio inmobiliario. Es el único que reivindica la figura de los fundadores en los años cincuenta: José Banús, Ricardo Soriano, Ignacio Coca, el conde de Villapadierna... Ellos, dice, descubrieron Marbella. ¿La decadencia? "Jesús Gil. Apareció al final de la crisis de los noventa, con un crédito para construir y promovió que un empresario fuera concejal. Poco a poco vio que él podía ser el alcalde. Y arrasó".
A media tarde entra como una exhalación en la joyería Gómez y Molina, en Puerto Banús, la hija del jeque de Qatar con un ordenador bajo el brazo y cubierta con un hiyab. A su padre le han robado un reloj en casa y quiere otro igual. El dueño hace algunas llamadas, pero le explica que está siendo difícil. Ella avisa de que su padre se enfadará. El joyero sabe que tiene de plazo hasta el próximo día 11, cuando comience el Ramadán. Entonces los árabes se marcharán. Y no es cuestión de contrariar el futuro de la ciudad. De momento, le ha vendido un colgante de oro blanco por 3.000 euros que el jeque piensa regalar a Michelle Obama. Si lo hace, ella no podrá aceptarlo. Pero se ha corrido la voz y en los últimos días Gómez y Molina ha vendido los 50 que había hecho. La obamamanía, no hay duda, ilumina estos días el camino hacia la redención de Marbella.
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