Un símbolo del pundonor y la torería
La afición de Madrid recibió a Luis Francisco Esplá con una ovación, que hubo de corresponder montera en mano, y lo despidió sacándolo a hombros por la puerta grande bajo un clamor y gritos de '¡Torero!'.
Luis Francis Esplá se lo merecía pues estuvo sembrado, que se suele decir. Como lidiador estuvo sembrado, pero también por su presencia en cada momento problemático, echando un capote, y de paso dando una lección de poderío. Y también ciñendo embestidas, jugándose el tipo, sacando pases de gran hondura y de una belleza inmarcesibe.
Y eso apasionaba al público de Madrid: la torería, que es magia y liturgia; el pundonor del que hacen gala los toreros con profesionalidad y sentido del deber. Se lo decían a Esplá de viva voz: 'Tiene usted lo que les falta a los demás: ¡torería!'. O en corto y por derecho: 'Es usted cojonudo', a lo que contestó Esplá desde el centro del redondel gritando '¡Gracias!' sin perderle la cara al toro al que estaba porfiando un pase de pecho.
González / Esplá, Rivera, Mora
Tres toros de Manolo González (dos rechazados en el reconocimiento, uno devuelto por inválido), bien presentados, 1º y 5º dieron juego, 3º manso de mal estilo. De Carlos Núñez: 2º y 4º, bien presentados, nobles; primer sobrero, devuelto por anovillado e inválido. 6º, segundo sobrero, de Guadalest, con presencia, inválido total. Luis Francisco Esplá: estocada a un tiempo (oreja con escasa petición); estocada aguantando (oreja); salió a hombros por la puerta grande. Rivera Ordóñez: pinchazo hondo, rueda de peones, pinchazo, media atravesada, descabello y se echa el toro (pitos); pinchazo perdiendo la muleta, otro bajo, estocada ladeada y descabello (ovación y también algunos pitos cuando sale al tercio). Eugenio de Mora: estocada baja y tres descabellos (silencio); dos pinchazos y bajonazo (silencio). Plaza de Las Ventas, 7 de octubre. 3ª corrida de feria. Lleno.
Quizá éstas sean, de verdad,cosas de otra galaxia. Ya lo apuntó el maestro Cañabate llamando a la fiesta El Planeta de los Toros. Cuando aparece un torero con torería auténtica todo adquiere distinta dimensión, la plaza se traslada a un lugar ignoto del cosmos. Fuera habrá tráfico ruidoso, ajetreo ciudadano o vendrá la guerra (mientras Esplá ceñía los derechazos es justo lo que venía: la guerra), mas el coso se cierra en sí mismo y vive los momentos que le son propios, unas veces de gloria, otras de tragedia.
Tocaba gloria. Y hasta Rivera Ordóñez se contagió instrumentando varios de los mejores pases de la tarde. En su primer toro había dado una clamorosa manifestación de incompetencia, sólo comparable a la de Eugenio de Mora, falto de recursos con el tercer toro e incapaz, por tanto de domeñar su mal estilo.
En su siguiente turno Rivera anduvo dubitativo con un toro que se le coló por el pitón derecho, y pareció que iba a repetir el petardo. Sin embargo reaccionó con coraje, se echó la muleta a la izquierda, sacó tres tandas de naturales con mando y abrochó el alarde mediante cuatro trincherillas que fueron otros tantos carteles de toros. Llega a cobrar la estocada y alcanza un señalado triunfo. Pero lo hizo al revés y se lo perdió.
El sexto, segundo sobrero, hierro Guadalest, de imponente arboladura, acabó inválido total. En su anterior intervención le habían devuelto a Mora dos, a causa de la perniciosa invalidez. No tenía un pase aquel sexto y Eugenio de Mora hubo de abreviar. La providencia había dispuesto que a Eugenio de Mora sólo le salieran toros inválidos.
Este sexto, abanto igual que la corrida entera, no había manera de fijarlo hasta que se hizo presente Luis Francisco Esplá, echó el capote abajo y lo dejó tieso. Luego cayó en diferentes manos y el díscolo sobrero volvió a corretear descastado, huidizo y cojitranco.
Las intervenciones capoteras de Luis Francisco Esplá constituyeron auténticas lecciones de tauromaquia. Principalmente en el primer tercio, colocando a los toros. Después ya dependía del picador. En el primero de la tarde, Anderson Murillo pegó un petardo. En el cuarto, Pepillo (hijo de Pepillo) ofreció el gran espectáculo de la suerte de varas, tirando el palo y picando por derecho, sin valerse de la infame carioca ni acorralar al toro echándole encima, artero, el caballo.
Banderilleó Esplá sin acierto al primer toro y con enorme valor al cuarto. Y mató a los dos de sendas estocadas, a un tiempo y aguantando, que los fulminaron sin puntilla.
La gran fiesta se había consumado y la afición de Madrid, que tienen los taurinos tontos por insensible y dura, se hacía de miel. A hombros levantaron a Luis Francisco Esplá en el mismo burladero de capotes, y le dieron una lenta vuelta al ruedo acompañada de un entusiasmo que no se había sentido en la plaza de Las Ventas desde hace mucho tiempo.
Y los aficionados se intercambiaban parabienes. Algunos no querían ni hablar pues salían toreando, como toda la vida, cuando en el redondel se había visto lidia interpretada por un diestro con torería. Hasta Don Mariano surgió de no se sabe dónde y pegaba revoleras a la luz de un farol en la calle Londres. Los recuerdos se agolpaban. 'Primavera en el otoño de Antonio Bienvenida', tituló Antonio Díaz Cañabate una crónica inspirada en tarde parecida en la que el maestro Bienvendida se había convertido en símbolo. Y sí, francamente: esa primavera de luz y de gloria le corresponde ahora al otoñal Luis Francisco Esplá.
Babelia
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