El vertedero de la droga
Las Barranquillas, un poblado marginal del sur de Madrid, muestra la debilidad de la Administración ante el narcotráfico
Un pequeño túnel a 20 kilómetros de Madrid, en la carretera que va de Villaverde a Vallecas, marca el inicio de otro mundo. A la entrada del túnel puede leerse 'Vertedero Municipal nº 2'; a la salida, el paisaje es desolador. Un camino de tierra lleno de baches, por donde arrastran sus pies los peatones cabizbajos y por donde ruedan los coches en cualquier sentido, advierte de la existencia de un nuevo orden. Al fondo, un poblado de chabolas: Las Barranquillas. El mismo sitio donde el pasado viernes de madrugada acribillaron a balazos a cuatro gitanos.
'¡Coca y caballo en piedras!', '¡chutas y tranquis!'. Son los gritos de los sucesivos hombres que se cruzan en el camino. Como en un mercado de un pueblo los domingos, vocean, ofertan y venden drogas variadas: cocaína, heroína, tranquimacines (benzodiazepinas) y jeringuillas para los que se inyectan. Son los llamados machacas, drogodependientes que trabajan para los traficantes del poblado ofertando sus drogas.
Allí las reglas son otras, pero prevalece la ley de la oferta y la demanda. Hay otro orden social con tres tipos de habitantes: los gitanos, dueños de las chabolas y de la droga. Normalmente encerrados en sus cuarteles, que cuentan con dos espacios unidos por una ventana con barrotes a través de la que se atiende al cliente . Los machacas, yonquis que han acabado viviendo en el poblado, esclavos de su adicción a la droga y, por extensión, de su dueño. Y, por último, los visitantes o consumidores, que normalmente llegan al poblado en algún vehículo (cundas) y permanecen allí el tiempo que necesitan para ponerse (drogarse).
El resultado es un escenario polvoriento en perpetuo movimiento que muestra la crudeza del comercio de la droga; un decorado en el que unos se pinchan las venas apoyados en un muro y otros fuman caballo (heroína) metidos en alguno de los cien coches aparcados en las inmediaciones, mientras un montón de niños corretean por un suelo sembrado de jeringuillas y envoltorios vacíos. Todo ello aliñado con tensión, la misma que estalló en forma de 'ajuste de cuentas' el viernes pasado y puso un nombre más en la oscura lista de las víctimas de la droga, y la misma que ha llevado a la policía a incautarse el doble de armas en lo que va de año (diez) que durante todo el año pasado (cinco).
'La heroína está a 600 y la coca a 1.000, pero en fiestas de navidad y todo eso nos venden una mierda porque sacan todo lo que no han podido colocar antes', dice una voz desde el interior de un coche. Son tres chicos jóvenes, llevan más de una hora dentro del coche bajo el sol de la tarde de abril. No levantan la cabeza ni se deshacen del canuto de papel de aluminio que usan para fumar el humo que desprende el chino (la piedrecita de heroína) al quemarlo.
'Aunque parezcan zombis, todos tienen perfectamente clara su misión y se percatan de todo', comenta Lorenzo, un ex drogodependiente que trabaja con la asociación Univer-Sida, haciendo intercambio de jeringuillas y dando orientación a los toxicómanos que deambulan por el poblado. '¡Pero chiquillo por qué te vas tan lejos si sabes que yo te doy lo mejor y que te quiero!', le espeta una mujer gitana a un hombre que viene de comprar en otra chabola.
Mientras tanto, en el descampado que rodea los chamizos, dos furgonetas de agrupaciones evangelistas reparten galletas y zumo a los yonquis que hacen cola.
Y es que son varias las asociaciones que subvencionadas por la Comunidad de Madrid o no, dedican varias horas al día por turnos a atender mínimamente a los drogodependientes más marginales.
Estas acciones son la consecuencia del cambio de política y de filosofía que se produjo después de que estallase la epidemia del sida, a mediados de los años ochenta. Hasta entonces, existían los llamados 'programas libres de drogas', cuyo objetivo era conseguir que los toxicómanos dejasen de consumir. Pero la extensión descontrolada del sida, como consecuencia de las prácticas de riesgo (compartir jeringuillas o mantener relaciones sexuales sin protección), obligó a bajar el listón y a plantearse que era necesario abordar el problema desde el punto de vista de 'la reducción del daño', asumiendo que había gente que iba a seguir drogándose. De hecho, es en 1985 cuando nace el Plan Regional Sobre Drogas de la Comunidad de Madrid. En 1990 comienza el primer plan de metadona y en 1994 se establecen las primera unidades móviles para acercar la dispensación de este sustitutivo y se empiezan a repartir jeringuillas y preservativos, junto con toallitas esterilizadas para evitar contagios y enfermedades. El resultado es una reducción de los casos de sida: de los 1.758 casos nuevos registrados en 1994 a los 353 del año pasado. Actualmente, en la Comunidad hay 5.277 personas portadoras del virus.
En mayo del año pasado, dos años después de que se formase el poblado de Barranquillas y bajo una enorme polémica, la Agencia Antidroga saca adelante la comunmente llamada narcosala, situada en la perifería del poblado. Su función: servir para que los drogodependientes se inyecten de una forma más segura y para derivar a algunos hacia la red de centros de asistencia que hay en la Comunidad. En los meses que lleva funcionando, y según los datos de la Agencia Antidroga, se ha conseguido insertar en distintos programas a 150 toxicómanos. En Madrid hay censados unos 21.000 toxicómanos que han pasado por los centros, 'y un número voluminoso e indefinido que no', comenta Jorge Gutiérrez, médico y miembro de Madrid-Positivo. Así lo demuestran los últimos datos policiales, que aseguran que cada día 4.000 personas se acercan a pillar al poblado.
'Barranquillas es el exponente de un fracaso, la prueba de que se ha querido apagar un incendio con un vaso de agua. Es el indicador de que hacen falta más recursos y de que no puede haber listas de espera de meses para los tratamientos con metadona porque a esa gente la pierdes. Además, el narcotráfico es mucho más fuerte que los medios que existen para resolver el problema', añade Gutiérrez, que coordinó el centro de emergencia de la Rosilla durante un tiempo.
Fuentes policiales aseguran que las Barranquillas tiene más clientela que la Rosilla, la Celsa o Torregrosa (los focos derribados en los últimos años) porque muchas familias de aquellos poblados se han desplazado allí. Actualmente viven 200 familias gitanas en un número similar de chabolas. Según la policía, diariamente pueden vender una media de 1,5 kilos de droga entre heroína y cocaína en dosis de 0,1/0,2 gramos, lo que supondría 11,5 millones de pesetas al día y 345 millones al mes. La red de tráfico se articula en tres eslabones: el narcotraficante colombiano o turco que vende en grandes cantidades, el intermediario que provee a las familias gitanas del poblado en kilos y éstas que venden, a su vez, en gramos. Eso explica que las incautaciones que se llevaron a cabo el año pasado, en las 28 intervenciones que realizó la policía, no superen los ocho kilos entre cocaína y heroína. Sólo 78 personas fueron detenidas a lo largo del año 2000, pero este dato también cobra otro sentido si se tiene en cuenta que la Comunidad cuenta únicamente con tres grupos policiales de unas ocho personas para hacer frente a todo el narcotráfico.
Los retos ahora son múltiples. Las asociaciones insisten en demostrar que de la droga se puede salir y que sólo son necesarios recursos. Junto con los partidos de la oposición apuestan por la dispensación médica de heroína para acabar con el tráfico y controlar la adicción. Pero la Agencia Antidroga se muestra reacia a esa alternativa y planea invertir sus 6.000 millones de presupuesto anual en prevención e inserción, además de llamar la atención sobre la nueva tendencia de un mercado fluctuante en el que crece el protagonismo de la cocaína. El debate está abierto, las Barranquillas también.
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