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Los actos del Doce de Octubre
Columna
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El desfile

Tenemos Constitución, tenemos bandera, tenemos himno y tenemos Fiesta Nacional. O sea, más de cien palabras, más de cien motivos, que diría Joaquín Sabina, para considerarnos casi un país. La bandera proviene de un concurso convocado por el rey Carlos III para distinguir mejor los buques de su Real Armada. Lástima que fuera tan tarde, porque los grandes momentos de nuestra historia desde la Reconquista, la gesta de los Almogávares, la del Gran Capitán en Italia, la del marqués de Spínola en Flandes o el descubrimiento y conquista de América se hicieron bajo las banderas del Rey Nuestro Señor o de sus dominios, sin referencia alguna a la rojigualda. El himno ha terminado siendo la antigua Marcha Real, a la que aquel músico, José de las Casas, en plena época de euforia nacionalista del general Franco, hizo algunos arreglos para inscribirlo a su nombre como propiedad privada en la Sociedad General de Autores, hasta que fue nacionalizado en 1997. La fecha de la Fiesta Nacional, el 12 de octubre, fue decidida también hace muy pocos años después de algunos titubeos.

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Está claro que nada más apropiado para celebrar la Fiesta Nacional que un desfile militar. Pero aquí, entre nosotros, el desfile arrastraba una tradición conflictiva, que dividía a los españoles en vencedores y vencidos. Porque durante los casi 40 años de franquismo el desfile era el desfile de la victoria, iniciado con el aquel primero que tuvo lugar en Madrid el 10 de mayo de 1939, 40 días después del último parte de guerra del cuartel general del generalísimo, fechado en Burgos el 1 de abril anterior. Su texto rezaba así: "En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado". Daba cuenta de la terminación de la guerra pero significaba la continuación de la victoria a partir del que se llamaba tercer año triunfal. Para que llegara la paz y empezara la concordia tendríamos que esperar a la Constitución reconciliadora de 1978.

Aún recuerdo al teniente general Manuel Gutiérrez Mellado, vicepresidente primero y ministro de la Defensa, empeñado en adaptar los símbolos castrenses, en impulsar el cambio de lealtades de los militares de Franco al Rey, en sustituir el desfile de la victoria por el desfile de las Fuerzas Armadas. Se trataba en momentos difíciles de iniciar la construcción de un nuevo orgullo en el que todos los españoles pudiéramos coincidir. Debían acabarse las conmemoraciones victoriosas que implicaran sumir a otros españoles en el recuerdo humillante de la derrota. Para ello se buscaban en nuestra historia ocasiones de coincidencia que fueran ajenas al guerracivilismo fratricida al que hemos sido aficionados de manera tan insistente. Se querían encontrar momentos en los que hubiéramos estado unidos combatiendo todos en la misma dirección o por lo menos sin enfrentarnos entre nosotros con las armas en la mano. No era fácil, porque todavía los vencedores de 1939, o quienes se habían erigido en sus herederos, procesaban en términos de traición a sus muertos los intentos reconciliadores, además de barruntar que traerían el arrastre de otros perjuicios materiales.

Las Fuerzas Armadas dejaron de formar parte de esa amenaza que impedía la recuperación de las libertades por parte de los españoles y pasaron a constituir una garantía para su pleno ejercicio, además de un respaldo para la política exterior de nuestro país. España dejó de ser un país ocupado por sus Ejércitos, como sucedía en los tiempos del general superlativo, que los había erigido en garantía de la continuidad de su régimen. Aquella promesa que Franco hizo a los ex combatientes concentrados en el Cerro de Garabitas a la altura de 1961, según la cual todo quedaría "atado y bien atado bajo la guardia fiel de nuestro ejército" se evaporó porque el Ejército supo dejar de ser franquista, prefirió ser de España y quedar a las órdenes del Gobierno constitucional.

El desfile militar de ayer ha coincidido con el 20º aniversario de la primera participación de las Fuerzas Armadas españolas en las misiones internacionales de paz. Durante estos años, los nuestros han estado desplegados en Centroamérica, en los Balcanes, en África, en Líbano, en Irak o en Afganistán, siempre cumpliendo las órdenes del Gobierno de turno, arrostrando los riesgos como gajes del oficio y sin haber incurrido en actitudes indebidas. Es un honor alistarse en sus filas. Merecían el aplauso que recibieron en la Castellana.

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