Diez años después
Coincidiendo con el 11-S, unos compañeros tenían concertada una visita a mi mujer, profesora de la Autónoma de Madrid y aquejada ya de una grave enfermedad. Al margen del dudoso gusto de llevarle como regalo un vídeo de Adiós Mr. Chips, me sorprendió la frialdad con que alguno de ellos comentaba la tragedia de las Torres Gemelas, argumentando que mayores barbaridades cometían los americanos. Unos días después, desde las páginas de El Mundo, un familiar suyo, conocido arabista, insistía en la misma idea. Barbarie por barbarie. Algo más tarde adornó la explicación con sabias y discutibles disquisiciones lingüísticas sobre el significado del nombre "Bin Laden", algo así como "León Blandez" (falso: el nombre es de origen yemení y significa otra cosa) para poner de manifiesto el desconocimiento de los europeos sobre todo lo árabe. Otro de los/las mejores especialistas en los países árabes culminó el giro, llevando la cuestión hacia las razones de la justificada animadversión a Occidente, y en especial a los Estados Unidos, en el mundo árabe. De adentrarse en las causas endógenas del megaterrorismo, nada. Las conmemoraciones televisivas del siguiente año se atuvieron a la misma tónica. Muchos datos sobre las razones del fallo en los materiales de las torres, casi ninguna sobre el proceso de evolución del yihadismo que había desembocado en los grandes atentados.
Las políticas de prevención doctrinal y de integración democrática de islamistas parecen no existir
Nada tiene de extraño que la única reacción significativa viniera de los servicios de seguridad, por lo menos en cuanto a tomar conciencia de que resultaba intolerable que los miembros de Al Qaeda que prepararon y ejecutaron el 11-M hubiesen operado desde España como si nuestro país fuera un santuario enteramente a su disposición. Fernando Reinares opina que ese cambio de actitud fue uno de los motivos que, entre otros, impulsó a la célula del 11-M a atentar en nuestro país con un nuevo acto de megaterrorismo. Hacía el interior, sin embargo, las preocupaciones fueron tan mínimas como la dotación de efectivos policiales encargados de prevenir tales acciones desde el islamismo. Recuerdo el desprecio con que desde medios populares se contemplaba la observación de que el clarinazo de Casablanca nos concernía directamente. El embarque de nuestro país por el Gobierno Aznar en la siniestra coalición de las Azores fue como consecuencia visto por muchos, especialmente desde la izquierda, como la causa inmediata del 11-M. La apreciación es inexacta, pero lo cierto es que la insensata política exterior de Aznar aumentó el riesgo de lo que posiblemente en todo caso hubiera sucedido. Y sobre todo, más allá del error pertinaz de atribución a ETA, ignoró totalmente la amenaza. La responsabilidad es clara y, como siempre en este tema, en la base estuvo el radical desconocimiento de los temas del islam, del islamismo y de la yihad, entre nuestros gobernantes.
Llegó nuestro 11-S y desde medios gubernamentales comenzó a imponerse una curiosa idea, heredada de la precedente exculpación implícita del septiembre americano. Nada de buscar las causas en corriente alguna del islam, que no ofrece base alguna para la violencia y que solo espera comprensión. Si mis datos no son erróneos, una reunión informativa en el vértice, presidida por un/una especialista, auspiciada por Zapatero, llevó a convertir esa idea peregrina en doctrina oficial. Tampoco Juan Goytisolo contribuyó demasiado a aclarar las cosas en cuanto a la relación entre violencia e islam, y la lectura apresurada de Said hizo el resto. Dispuesto siempre a abordar empresas aparentemente sencillas, que pueden dar buen rendimiento publicitario, Zapatero se lanzó a escala mundial a promocionar una Alianza de Civilizaciones, con la mínima colaboración del turco Erdogan y por motivos similares, pero en su caso sin gasto alguno. Fueron unos bienintencionados fuegos artificiales, pagados a veces con la Ayuda al Desarrollo, que tenían por única virtud descalificar de entrada todo análisis crítico. Al margen de sus programas culturales, la entrada en escena de la Casa Árabe siguió la misma línea: ejemplo, el congreso de feminismo musulmán coorganizado con la Embajada de Irán en los días de la posible lapidación. Zapatero y Moratinos renunciaron a todo conocimiento en profundidad del tema, y lógicamente a su proyección sobre la sociedad.
Eso sí, los servicios de seguridad han funcionado bien hasta ahora, desmantelando proyectos terroristas en ciernes. Debe existir un cierto control sobre los sermones de los imames, pero no parece que de ello se deduzcan consecuencias. El islam sigue siendo un gran desconocido. Las políticas de prevención doctrinal y de integración democrática sobre un colectivo que es ya de cientos de miles de inmigrantes, parecen no existir.
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