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Columna
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Sospechando del talento

Indiscutible la importancia del talante, aunque no solo del talante vive la política. Puede que el talante sea condición necesaria pero desde luego no suficiente. Porque además hace falta el contraste de la experiencia, la preparación, el dominio de lenguas, la competencia probada en algún área profesional y el talento. Esas condiciones deberían dibujar el perfil exigible a los integrantes de las candidaturas, que los partidos contendientes se afanan ahora en confeccionar para la convocatoria de las elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo.

Pero el examen de las que se van presentando confirma que los parámetros empleados para esta comprometida selección difieren de modo notable. Queda claro que prima la docilidad, la sumisión, la adhesión inquebrantable del propuesto. Es decir, que el reclutamiento más probable se circunscribe a quienes acreditan comportamientos susceptibles de inspirar confianza en los dirigentes con potestad para hacer la lista. Según el conocido ortegajo estamos ante el esquema del ejemplar y sus dóciles

Nada une más que un hurto a medias. Por eso, los imputados merecen gran consideración

La decisión sobre las candidaturas se toma en el ámbito cerrado de las cúpulas partidarias. Sabemos que deberán atenerse a una determinada proporción de hombres y de mujeres, que ofrecerán una mixtura de edades y que combinarán experiencia y renovación. Pero toda esa alquimia es compatible con la aversión instintiva al talento, siempre sospechoso, más aún si reencarna en gentes con criterio, fuera de la domesticidad de los sin base de sustentación propia, independiente de la voluntad del designador. Porque cunde el temor de que deriven en incontrolados, imposibles de ser aniquilados. Si de los nombres pasamos a las promesas, de aquella, según la cual los nuestros pudiera ser que metieran la pata pero en ningún caso la mano, es imposible encontrar rastro alguno.

Vale que en el empleo cuanto más humilde y peor remunerado mayor sea la exigencia de honradez, de informes favorables, incluido el certificado de penales. Pero esa regla salta cuando se trata de las altas responsabilidades empresariales, confiadas muchas veces a los mismos que nos llevaron al precipicio, recipiendarios de bonus exorbitantes fuera de discusión. Y tampoco parece regir para el oficio de la política. Véanse las listas de candidatos para confirmar cómo en ellas ha encontrado asiento una porción significativa de justiciables.

Nada une más que un hurto a medias. Por eso, los imputados están mereciendo grande consideración. De su contento depende que mantengan el hermetismo conveniente. De su despecho, que se desate la temida locuacidad. El caso más notable es el de Valencia, donde campea el presidente de la Generalidad, Francisco Camps. Se le diría imbuido del mismo espíritu que rezumaba en los banderines de enganche de la Legión extranjera, en sus años fundacionales. Allí a nadie se le preguntaba por su conducta anterior. Se confiaba al ardor guerrero la redención, si fuera necesaria, de sus delitos, en pago por haber salvado la civilización cristiana y occidental. Luego vendría el desfilar a 160 pasos por minuto, echando siempre la cabra por delante, y las aclamaciones del público agradecido. De modo que, conforme al artículo cuarto del Credo Legionario, "a la voz de ¡A mí la Legión!, sea donde sea" -en Gürtel, en la sastrería Forever Young, en el aeropuerto sin aviones de Castellón, en las pingües comisiones por la visita del Papa-, "acudirán todos y, con razón o sin ella, defenderán al legionario que pida auxilio". Ese es "el espíritu de unión y socorro" que une a los implicados levantinos. Claro, tampoco aporta consuelo alguno que los partidos en liza jueguen al "y tú más" y piensen que los errores del contrario indultan los propios.

Mariano Rajoy se muestra convencido de que dejándose ir será arrumbado por el viento de la crisis hasta la playa de la Moncloa. Nada tiene que decir. Prefiere recoger en Ponferrada el premio periodístico Micrófono de Oro, tan merecido por su incomparecencia ante los medios de comunicación, antes que poner orden en el griterío de los manifestantes empeñados en tergiversar la convocatoria de las víctimas del terrorismo y derivarla contra el Gobierno. Sin atender a que haya sido el que más terroristas ha detenido y el que más ha reducido la capacidad operativa de ETA. Al presidente Zapatero no se le deja salir. A Rubalcaba se le declara objetivo a destruir.

"¡La fortuna que nos ha costado mantener a Gandhi pobre!", señalaba certera la poetisa Sarajoni Devi, integrada en su círculo intelectual más íntimo. Pues, del mismo modo, nos correspondería ahora a nosotros cifrar en una exclamación el derroche energético que nos cuesta mantener a Rajoy inmóvil.

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