¡Queremos mentiras nuevas!
"¡Queremos mentiras nuevas!" era el lema que figuraba escrito en la pancarta que abría la manifestación multitudinaria dibujada por El Roto para la viñeta de un primero de año. Pero el primer problema que plantea responder a esa demanda de mentiras nuevas es que sólo está en condiciones de mentir de modo auténtico quien conoce la verdad y a estas alturas de la crisis que nos asola ese conocimiento parece ser el más escaso de todos los bienes. A la legítima reclamación del público que exige novedad se prefiere responder de manera compasiva. La pretensión de quienes figuran como mayores en edad, saber y gobierno, como escribe Edgardo Rodríguez Juliá en La renuncia del héroe Baltasar (Ed. Fondo de Cultura Económica. México, 2006), viene a ser que "la mentira piadosa equivale a la verdad, porque es ella la única que puede mantener un estado de paz, y es la paz el único fin de un Dios todo misericordioso", consuelo infalible de los más débiles.
Pese a los desastres en Wall Street, sigue dándose a Washington el liderazgo
Mientras, la crisis sigue destilando sus efectos sin atender a las medidas adoptadas, sigue el mareo descendente de los índices bursátiles, de los índices de desempleo y del consumo, la morosidad se multiplica sin que se vea la luz al final del túnel. La prueba afecta a todos con desigual resultado. Así, agarrado a la crisis el primer ministro británico. Gordon Brown, adquiere perfiles de líder y recupera las perdidas probabilidades de victoria electoral. El presidente francés, Nicolás Sarkozy, alterna discursos filosóficos sobre el laicismo o la refundación capitalista con la toma del poder en los medios de comunicación galos. De la canciller alemana, Angela Merkel, digamos que parece afectada por el síndrome de pérdida de iniciativa. El primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, ni corto ni perezoso, aprovecha el desconcierto para revestirse de nuevos blindajes que añadan impunidad a sus continuados desafueros y colusiones de intereses privados y públicos, mientras pone en fuga a los gitanos convirtiéndolos en su blanco preferido. Concluyamos por el momento la lista con el presidente José Luis Rodríguez Zapatero determinado a exigir su billete para Washington aunque no sea un hombre G.
Empecemos por reconocer que por lo que respecta a la economía y las finanzas, la orientación magnética acusa una fuerte inercia, de manera que pese a los desastres generados en Wall Street, sigue concediéndose a Washington el beneficio del liderazgo y se diría que dejando en sus manos el envío de las invitaciones de la conferencia donde se quiere iniciar el proceso que siente las bases del nuevo capitalismo. Llegados aquí, interesa advertir cómo ha regresado sin objeción alguna ese vocablo, que había cedido su puesto a favor de otros eufemismos como el de la "libre empresa" primero y el del "sistema de mercado" después. Sucede que la pretendida omnisciencia del "mercado", hacia el que se generó una idolatría imparable, ha quedado pulverizada por las caídas en cadena de aseguradoras y bancos, salvados de la quiebra sólo por la intervención del Estado, tan denigrado cuando el despilfarro como imprescindible en momentos de vacas flacas.
Sostiene nuestro John Kenneth Galbraith que hablar de sistema de mercado como alternativa benigna al capitalismo equivale a presentarlo bajo un disfraz anodino, que oculta una realidad más profunda: el poder del productor para influir, e incluso controlar, la demanda del consumidor. Un hecho que no es conveniente mencionar porque así la doctrina evita referencias a individuos o empresas dominantes, se difuminan los poderes económicos y lo único que existe es el mercado impersonal. Sucede que si en lugar del "poder del productor" habláramos del "poder del financiero" y sustituyéramos al "consumidor" por el "inversionista" estaríamos en condiciones de entender cómo hemos llegado a las hipotecas subprime y a los "productos estructurados", de tanta aceptación como graves consecuencias. En esta situación, se han escuchado explicaciones y recetas insólitas y algunos han dado con la codicia insaciable como origen de todos los desastres. Su propuesta regeneracionista consistiría en extirparla. Un camino audaz, que podría llevarnos a proceder del mismo modo con los siete pecados capitales y recuperar de paso al género humano del estado de naturaleza caída con el consiguiente regreso al paraíso terrenal, entre el Éufrates y el Tigres, ahora muy deteriorado por la última guerra.
Tantas veces faltos de calor en el elogio al presidente Zapatero, parece oportuno abandonar hoy esas tibiezas y romper una lanza a favor de su participación en la anunciada reunión de Washington, a la que ahora pugna incansable por asistir. Otro cualquiera habría preferido pasar inadvertido, resignarse e invocar a Unamuno en el momento de proclamar el castizo "que inventen ellos". Pero Washington bien vale una súplica, aunque deba formularse en París. Ninguna objeción puede merecer nuestro país al que corresponde con toda razón sentarse en la mesa de las decisiones. Veamos, por ejemplo, cómo -según cuenta el corresponsal del diario La Vanguardia en Nueva York, Andy Roninson- cuando llega la hora de la regulación Estados Unidos se propone estudiar la fórmula bajo la que se rigen las finanzas españolas, al comprobar su efectividad y se anuncia en la Universidad de Columbia una conferencia promovida por el premio Nobel Joseph Stiglitz sobre supervisión bancaria, que considera las normas contracíclicas del Banco de España como clave de la solvencia. Además, esta actitud de Zapatero anticipa que en este segundo mandato al fin va a interesarse por el mundo, después de todo lo que el mundo se ha interesado por él.
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