Ministras y ministros, vínculos y cuidados
Haciendo un análisis somero de las biografías que EL PAÍS publica acerca de los nuevos ministros y ministras del recién nombrado Gobierno de Rodríguez Zapatero, se puede constatar una clara diferencia entre el número de hijos e hijas que tienen unas y otros. Tanto como que la media es de 2,75 hijos e hijas por ministro y de sólo 0,625 por ministra. Las cifras hablan por sí solas. ¿Significa algo?
Desde mi punto de vista esta realidad nos muestra los entresijos de la vida de las mujeres en los espacios de poder. Aspecto que queda más evidente aún cuando nos fijamos en los estados civiles oficiales de nuestros ministros y nuestras ministras. En el caso de los varones, todos (menos uno que está soltero) están casados (87,5%). En el de las ministras tres sobre ocho están casadas (37,5%), otras tres están solteras (37,5%) y dos han estado casadas y ahora están separadas o divorciadas (25%). Digo estados civiles oficiales porque en estos tiempos quien más y quien menos tiene tras de sí diversas historias afectivas y hoy está casado pero viene de un divorcio o dos; o está divorciada oficialmente pero tiene pareja sin reconocer. Vemos que el 62,5% de nuestras ministras aparecen como 'sin pareja' aparente o al menos institucional.
¿Nos conviene un cuerpo político sin vínculos, sin afectos, sin vida personal?
Hasta el momento presente parece que los varones han podido ocupar espacios de poder porque han dispuesto del apoyo de una estructura familiar de afecto, cuidado e intendencia que actúa a modo de descanso del guerrero, potenciadora y tranquilizante, que les permite dedicar toda su energía, tiempo y entusiasmo a la empresa a la que se aplican, mientras que las mujeres se encuentran en una situación claramente opuesta, en la que pueden ocupar puestos de responsabilidad preferentemente cuando no tienen cargas familiares, o las tienen reducidas al mínimo. La configuración ideal para permitir el acceso a los espacios de poder, tal como han estado diseñados hasta el momento, ha sido la familia más o menos tradicional, que no constituía un inconveniente para la carrera política, sino una ventaja. A este respecto, las ministras de nuestro Gobierno representan la modernidad, los nuevos modelos de vida y familia de nuestro país. Para ellas, la familia clásica puede suponer una incompatibilidad real para dedicarse en cuerpo y alma a una actividad que requiere plena dedicación. Tienen que elegir entre familia y función pública, al menos hasta el momento presente. ¿Dónde encuentran el descanso las ministras? ¿Qué tipo de alianzas de afecto, cuidado e intendencia pueden, o necesitan crear, para moverse en la arena política con la seguridad y satisfacción que proporciona el disponer de ellas? ¿Es este el modelo que deseamos?
La incorporación de un número importante de mujeres en los espacios de poder puede suponer la redefinición de estos modelos, prácticas y valores, en los que se incluya el tiempo necesario para los vínculos, los cuidados, las relaciones afectivas. Tiempo para lo personal que, por otra parte, se supone que los nuevos hombres igualitarios necesitarán también. ¿Nos conviene un cuerpo político sin vínculos, sin afectos, sin vida personal? Porque ciertamente no debe ser igual la mirada y la política que se genera desde un espacio o desde el otro. Los queremos, a ellas y a ellos, vinculados, apegados a la vida, de manera que se constituyan en modelos sociales. Ocupados, también, en las tareas de cuidado. Poniendo en valor la vida privada.
La autora sostiene que las mujeres, al menos
hasta el momento presente, se ven obligadas
a elegir entre familia y función pública.
Anna Freixas Farré es doctora en Psicología por la Universidad de Barcelona y catedrática de Escuela Universitaria en la Universidad de Córdoba.
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