Cábalas electorales
Seguramente ganará Zapatero: porque el vencedor en unas elecciones siempre ha vuelto a ganar en las siguientes; y porque nunca ha ganado un aspirante que, como ahora Rajoy, tuviera más edad que el presidente al que intentaba sustituir: Azaña era tres años más joven que Alcalá Zamora; González tenía diez menos que Suárez cuando llegó a La Moncloa, y Aznar, once menos que González cuando le ganó en 1996. Zapatero tenía 43 cuando sustituyó a Aznar, que acababa de cumplir 51. Mientras que Mariano Rajoy es cinco años mayor que su contrincante. Además, todos los presidentes citados llevan la letra z en sus apellidos. A l candidato del PP también le falta esa llave.
Estas son las razones cabalísticas que avalan a Zapatero. Además están los sondeos, que pronostican su victoria, con más o menos margen, y el dato, que los expertos valoran mucho, de que una amplia mayoría de electores consideran, con independencia de sus inclinaciones personales, que el actual presidente lo seguirá siendo. Entre otras cosas porque aunque Rajoy ganara, tendría difícil llegar a gobernar por falta de aliados para conformar una mayoría.
Rajoy es mayor que ZP, y todos los presidentes electos han sido más jóvenes que el anterior
A los socialistas no les interesa descartar un pacto con el PP cuando negocien con CiU y PNV
Zapatero pide unos resultados que le permita "gobernar sin hipotecas", es decir sin necesidad de contar con apoyos externos. Pero excepto la de Tele 5 conocida ayer, ninguna encuesta considera la posibilidad de mayoría absoluta. De momento, Zapatero ha reiterado su compromiso de hace cuatro años de no gobernar si su partido no obtiene como mínimo "un voto más" que el PP. El 9 de marzo de 2004 el entonces candidato Zapatero le explicó a Iñaki Gabilondo el alcance de ese compromiso: que si quedaba en segundo lugar no intentaría desbordar al candidato del PP mediante una alianza con otros partidos.
Esto era, a su vez, una actualización de lo que planteó Felipe González en 1993. Una semana antes de su primer debate por televisión con Aznar, sorprendió anunciando que renunciaría a presentarse a la investidura si no era el más votado. Como sí lo fue, no hubo ocasión de comprobar si, como entonces se interpretó, ese compromiso cesaba en caso de fracaso del candidato del PP en su intento de garantizarse los apoyos necesarios.
Ahora Rajoy también ha asumido el compromiso: no pujará por los apoyos de eventuales aliados si no es el ganador. Pero ha precisado (la última vez el martes, en Antena 3) que considerará ganador al que tenga más escaños, lo que en teoría podría ocurrir con menos votos. Posibilidad que ya se dio en las autonómicas catalanas de 2003: aunque CiU obtuvo cuatro escaños más que el PSC, este partido tuvo 7.000 votos más, lo que sirvió de argumento a Maragall para tomar la iniciativa. Abierta la brecha, volvió a tomarla Montilla en 2006, aunque había tenido menos votos y menos escaños.
En estas condiciones, ¿qué pasaría si, contra pronóstico, ganase el PP por la mínima? Rajoy ha dicho que lo primero que haría sería llamar a Zapatero para ofrecerle un pacto. Esa oferta podría considerarse interesada: como no tiene aliados, recurre a los socialistas. Sin embargo, no es seguro del todo que no los tenga. Se lo pondrían muy difícil, pero ni el PNV ni CiU han querido descartarlo formalmente; seguramente también ellos por cálculo: en la hipótesis de un resultado apretado, les interesaría dejar abierta esa posibilidad para subir el precio en sus tratos con el PSOE.
Pero evitar esa situación, una subasta por ver quién ofrece más, era justamente el objetivo principal del compromiso de no disputar la primogenitura desde la segunda plaza. Lo era cuando fue formulado por Felipe González en 1993, y seguía siéndolo en 2004, aunque seguramente no era ya el único fin perseguido: también se consideraba un incentivo para favorecer el voto útil de la izquierda en favor del candidato del PSOE.
En todo caso, la renuncia a la puja se ha convertido ya en un uso político y quien lo rompa pagará un alto precio. Solo si el primero fracasa se considerará legítimo que lo intente el que ha quedado segundo. Pero ¿es seguro que en esas condiciones le interesaría a alguien asumir tal responsabilidad? Lo que más temen los nacionalistas es una mayoría absoluta del PSOE o del PP, y lo que prefieren un resultado lo más próximo posible al empate. Artur Mas puso de entrada un precio inasumible para los socialistas: que le garantizaran por escrito el acceso a la presidencia de la Generalidad; luego matizó que lo que exigía de momento era el compromiso de que en el futuro gobernaría la lista más votada. Montilla, por su parte, ha advertido que un pacto del PSOE con CiU podría dificultar la relación entre el Gobierno de España y la Generalidad. Al PP, CiU le exige otro imposible: la retirada del recurso sobre el Estatut. Y el PNV plantea como condición que ZP acepte de alguna forma el acuerdo soberanista que le propone Ibarretxe.
Tal vez estén tensando demasiado la cuerda, en una situación en la que ya existe la percepción de que durante la legislatura ha existido un abuso de posición por su parte. Según el Pulsómetro de ayer en la cadena SER, el 63% de los votantes del PSOE partidarios de un Gobierno de coalición preferirían como aliado único a IU, el 18% al PP y sólo el 13% a los nacionalistas. Entre los del PP, el 70% preferirían como aliado al PSOE, el 18% a los nacionalistas y sólo el 4% a IU.
En esas condiciones, si ganase el PP y no pudiera formar Gobierno, sería políticamente muy arriesgado que los socialistas lo intentaran en segunda instancia, pactando con los nacionalistas. En esa hipótesis, tal vez fuera más prudente un acuerdo entre las dos grandes partidos. Al menos, no descartar esa posibilidad a la hora de negociar con los nacionalistas.
(Cábala: doctrinas para interpretar el Antiguo Testamento; también: cálculo supersticioso para adivinar el futuro)
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