"Algunas cosas es mejor que no se sepan nunca"
"Lo principal se sabe ya, y lo que no, no sé si es bueno que se sepa", admite con una sonrisa. Probablemente por eso, el teniente general Andrés Cassinello (Almería, 1927), el hombre que dirigía los servicios secretos durante la Transición y el Servicio de Información de la Guardia Civil durante el 23-F, ha concedido muy pocas entrevistas a lo largo de su vida. En una de las últimas, en 1984, a la pregunta de si era jefe de los GAL, como apuntaban muchos, contestó al periodista: "Fíjate si fuera verdad y tú lo hubieras descubierto. Tu vida valdría sólo dos pesetas". Veinticuatro años después, a los 81, se resiste todavía a perder aquella reputación: "No se lo dije a [Baltasar] Garzón, estaría feo hablar ahora".
"Toda la vida se ha hablado con ETA. Unos y otros, y me parecería absurdo que no se hiciera. Buscar la paz es una obligación"
"¿El 'elefante blanco'? Yo lo que sé es que el 23-F el teniente general de Valencia me dijo: 'Está todo pactado, esperan a Armada"
"Yo, como militar, procedo de la lealtad a Franco. Pero no era tan tonto como para pensar que era perdurable. Deseábamos un sistema homologable a Europa"
"No me siento orgulloso de nada. He cumplido con mi deber y lo he hecho en muchas situaciones muy difíciles"
Pregunta. Preside la Asociación para la Defensa de la Transición, fundada en febrero de 2007. ¿Está en peligro? ¿De qué hay que defenderla?
Respuesta. Hay que defenderla. En las últimas elecciones vivimos un periodo de tensión tremenda. Nos extraña mucho que en un periodo en el que las diferencias eran abismales, nosotros podíamos entendernos: el secretario general del Movimiento hablaba con [Santiago] Carrillo, con Felipe González y no pasaba nada. Ahora que las diferencias tienen mucha menor entidad, estamos a bronca viva unos contra otros todos los días. Nos hemos reunido los fontaneros de Adolfo Suárez, los que bullíamos a su alrededor: Aurelio Delgado [cuñado y ex colaborador de Suárez], Manuel Ortiz [ex portavoz del Gobierno], José Luis Graullera [ex secretario de Estado de Administración Pública]... y decidimos formar una asociación de defensa de aquel espíritu.
P. ¿Cuándo supo que había llegado el momento de despedir a la dictadura?
R. Para mí fue una experiencia lenta y creciente. Yo, como militar, procedo de la lealtad a Franco. Pero no era tan tonto como para pensar que el régimen era perdurable. Deseábamos un sistema homologable a los que veíamos en Europa. El franquismo se fue diluyendo, quizá no en las palabras, pero sí en los hechos, y la vida nos fue enseñando que podíamos hablar con el otro, que no era tan fiera, ni tenía tanto peligro. Corríamos unos riesgos medidos. Todos los que participaron en aquella maniobra eran conscientes de su propia debilidad y sobrevaloraban la fuerza del adversario. Para los franquistas, el partido comunista era un ogro poderosísimo, y viceversa. Los partidos tenían una enorme necesidad de militantes y nosotros enviábamos topos. Hay una anécdota muy graciosa en el congreso de un partido liberal. Enviamos a un guardia civil y le dijimos: "Hazte notar". ¡Lo hizo tan bien que le querían nombrar secretario general!
P. El alzheimer ha enmudecido para siempre a uno de los testigos clave de la Transición. ¿Es bueno que haya cosas que no sabremos nunca?
R. Hace tres o cuatro años fui a ver a Adolfo Suárez. Estuvo muy cariñoso, pero no se enteraba de nada de lo que le decía. Me pidió que se lo escribiera. Al final, de aquella época se sabe casi todo. Aunque hay un sentimiento de pudor y una obligación de callar muchas cosas por lealtad.
P. ¿Guarda usted los mayores y peores secretos de aquellos años y los que siguieron?
R. Hay esa vanidad de "Si yo hablara"... pero ¿cuántos años hace ya de esto? Tengo 81. Los que me guardo, me los guardo (risas).
P. ¿En algún momento ha tenido la tentación de desmentir un relato en el que no se sentía reconocido?
R. A veces me río con lo que dicen de mí, pero no me enfado. Soy un hombre paciente. Uno se sabe testigo de muchas cosas, pero lo principal se ha contado ya. Algunas cosas no es bueno que se sepan. Aunque siempre hay mayordomos infieles, la verdad es mucho más amplia que una pequeña noticia.
P. El 23-F dirigía el Servicio de Información de la Guardia Civil en permanente contacto con La Zarzuela. ¿Cómo lo recuerda?
R. Aramburu Topete (José Luis, director de la Guardia Civil) me dijo: "Habla con todos y diles que esto no es cosa de la Guardia Civil, que es el loco de Tejero". Tuve un momento de estupor porque al principio no podía hablar con nadie: todos los españoles estaban hablando por teléfono.
P. ¿A quién esperaban? ¿Quién era el elefante blanco?
R. No sabía que le llamaban el elefante blanco. Lo que sí sé es que el teniente general de Valencia [Milán del Bosch], antes de que Armada entrara en el Congreso me dijo: "Esto está pactado, esperan a Armada" [Alfonso Armada, condenado por el golpe de Estado]. Tejero salió del Congreso diciendo: "Yo tengo ganas de que alguien me cuente qué es lo que ha pasado". Cuando recuerdo el 23-F siento una terrible vergüenza por la imagen que se dio del Ejército. Fue una patochada. Aquello de "¡Se sienten coño!", empujando a Gutiérrez Mellado, una persona mayor... El Rey fue crucial. Se ha ganado dos veces los garbanzos: dirigiendo la Transición, siendo el piloto del cambio, y el 23-F. Ha sido siempre muy prudente y respetuoso. Nunca se ha salido del papel que le otorga la Constitución.
P. ¿Cuál fue el cambio trascendental en la renovación de las Fuerzas Armadas durante la Transición?
R. Había una corriente ya antigua intentando modificar la estructura de las Fuerzas Armadas. Los pactos con los americanos fueron muy importantes. Mucha gente deseaba tener un Ministerio de Defensa como en otros países. Díez Alegría y Gutiérrez Mellado hicieron una labor teórica excelente en el CESEDEN: planteaban leyes, se esforzaban en trazar planes modernizadores... Luego los políticos los rechazaban. No había forma humana.
P. ¿Han cambiado mucho más las Fuerzas Armadas desde su renovación en la Transición?
R. Sí, han cambiado mucho. Hay cosas que no van demasiado bien. El pase al Ejército voluntario... Ahora me muevo por alguna guarnición y veo regimientos muy faltos de personal. Aquel Ejército era inmenso. Quizá tenía los pies de barro, y nosotros lo sabíamos mejor que nadie, pero había muchos hombres. Había muchos hombres, peores equipos, teníamos dificultades de instrucción. Ahora están mejor instruidos.
P. ¿Es revolucionario nombrar a una mujer embarazada ministra de Defensa?
R. Entra dentro de la naturaleza de los tiempos. Yo he estado con la ministra de Defensa de Chile, ahora presidenta; con la francesa... Y no pasa nada. Hay dos áreas muy distintas: la función política de la defensa y la militar. La función política la tiene que hacer un político; lo nuevo es que sea mujer. He conocido a ministros hombres pésimos. Ya veremos qué tal [Carme] Chacón. No tengo ningún recelo previo, sí un estupor comprensible.
P. ¿Qué piensa cuando ve a la Guardia Civil manifestándose de uniforme y con tricornio?
R. Me parece muy mal. La Guardia Civil es un cuerpo serio o no es nada. Es una parte del Ejército alquilada al Ministerio del Interior, siguen siendo militares.
P. ¿De qué encargo está más orgulloso?
R. Si paso revista, no me siento orgulloso de nada. He cumplido con mi deber y lo he hecho en muchas situaciones muy difíciles.
P. ¿Y la misión Tarradellas [presidente de la Generalitat en el exilio]?
R. Lo de Tarradellas salió muy bien. Me encontré a un señor inteligente, amabilísimo, comprensivo, que abrió una posibilidad en la que no se pensaba. No era un monstruo del nacionalismo, era un hombre sencillo, que había sufrido mucho y que deseaba la paz por encima de todo, un rey destronado. Yo iba allí como un teniente coronel cualquiera y me di cuenta de que él veía en mí al Estado. Me apabulló con atenciones y frases exquisitas. Comimos en su casa, muy humilde, pero había un ambiente de ceremonia, de rito... Me sorprendió. A los diez años de volver a Barcelona me envió una carta cariñosísima agradeciéndome la gestión. El mismo día que volvió a Barcelona me había enviado un telegrama.
P. ¿Se arrepiente de algo?
R. El hombre siempre se equivoca. Las cosas que hice, las hice. No tiene mucho sentido hacer revisionismo. A lo mejor si la otra parte hubiera hecho las cosas de otra manera, yo también.
P. Manejó durante toda su vida mucha información, especialmente de ETA. ¿Ha cambiado mucho la banda desde que dejó de ocuparse de ella?
R. En los ochenta cometía cerca de cien asesinatos por año. Yo estaba destinado en el País Vasco con el general Santamaría y un par de veces por semana tenía que despertarle para decirle que habían matado a otro. Sobre la ETA actual no me gusta hablar porque antes yo sabía y ahora no sé.
P. ¿Qué opina de la política antiterrorista del Gobierno? ¿Es partidario de la negociación?
R. Sospecho que siempre hay algún secreto que no se debe contar. Toda la vida se ha hablado con ETA, unos y otros, porque me parecería absurdo que no se hiciera. Es una obligación. La paz hay que buscarla siempre, no a cualquier precio, pero hay que buscarla. Había por ahí un folleto muy curioso de las guerras carlistas que explicaba que lo habían probado todo: a encarcelarlos, a amnistiarlos, a mantener sus graduaciones militares y esto sigue, decía. Hay que seguir probando.
P. En 1985, en un Congreso de Sociología Militar dijo que prefería "la guerra a la independencia" en el País Vasco. El lehendakari planea un referéndum. ¿Estamos más lejos o más cerca de esa guerra ahora que entonces?
R. Creo que no habrá ni la independencia ni la guerra.
P. En aquel mismo congreso afirmó: "El GAL golpeaba su santuario. Fue una campaña imaginativa, conducida con éxito". ¿Cuál fue el éxito de los GAL?
R. ¿En el 85? Yo no habría dicho eso.
P. ¿Cree que fue un éxito, una campaña imaginativa?
R. No quiero hablar de ese tema. No se lo dije a Garzón, estaría feo hablar ahora.
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