A favor de la razón crítica
Ensayo. Después de la naturaleza, la cultura. Jesús Mosterín que en 2006 publicó La naturaleza humana, presenta ahora La cultura humana. La cultura es toda nuestra conducta aprendida. Es lo social y adquirido frente a la congénito e innato. Es la información transmitida por aprendizaje, a diferencia de la información transmitida por herencia. El libro traza un relato del desarrollo de la cultura humana, desde los homínidos hasta Internet. La cultura optimiza la capacidad de adaptación del ser humano. Y, como dice Mosterín, viene a veces en socorro de la naturaleza. Pero al mismo tiempo, la cultura no es garantía de bien ni de bondad. "Tan poderosa es la cultura que sobreponiéndose al natural instinto de conservación, puede convertir a un hombre adoctrinado en un mártir suicida que se autoinmola para provocar una matanza". Dicho de otro modo, la barbarie también forma parte de la cultura. Pero para Mosterín hay un límite por debajo de la cultura: "La experiencia individual intransferida e intransferible que el individuo va acumulando a lo largo de su vida". Es un límite por lo menos impreciso, porque, admitiendo que "la experiencia de la vida no es parte de la cultura", no se puede negar que hay formas de transmitir esta experiencia, por ejemplo, el arte y la literatura. Por estas y otras vías este mundo propio intransferible sale de su guarida y se abre a los demás. Y se convierte en material potencial de aprendizaje.
La cultura humana
Jesús Mosterín
Espasa. Madrid, 2009
432 páginas. 23,90 euros
Como explica Mosterín, desde la antropología se ha entendido la civilización como un esquema general de evolución social, "según el cual los diversos grupos sociales atravesarían los mismos estadios de desarrollo, caracterizados por sus logros tecnológicos, desde el salvajismo, pasando por la barbarie y culminando en la civilización". Pero hay otra idea de civilización: los grandes ámbitos socioculturales que comparten ciertas tradiciones e ideas religiosas. A esta división alude Mosterín cuando ironiza sobre el diálogo de civilizaciones: uno "nunca ha visto una civilización dialogar con otra, ni me imagino cómo podrían hacerlo, careciendo de cerebro, boca y manos". Me permito añadir que sólo el temor de Dios explica que a estas alturas se siga hablando de civilizaciones.
Entre los rasgos culturales figura el etnocentrismo. Hasta hace un par de siglos la mayoría de grupos étnicos vivían geográfica y culturalmente aislados unos de otros. Los integrantes del grupo asumían sin discusión las soluciones que su propia cultura daba a sus problemas. Hoy el etnocentrismo "ensalza y mitifica los rasgos culturales endógenos", mientras la xenofobia "desprecia y vilipendia los rasgos culturales exógenos". Uno y otro hacen imposible "el análisis y la elección racional" porque dan por zanjadas todas las cuestiones. Dos firmas típicas de etnocentrismo, como recuerda Mosterín, son los nacionalismos y los fundamentalismos religiosos o ideológicos. Como buen filósofo, Mosterín sostiene que tanto el relativismo como el etnocentrismo son "posturas incoherentes". El relativismo hace imposible la crítica racional al establecer que "ninguna alternativa cultural es preferible a otra" y al mismo tiempo al "pretender dar a su propia tesis relativista una validez no relativa, se autorrefuta". De modo que la idea cosmopolita, "la naturaleza humana no es inmanente a ninguna cultura particular, sino que a la vez las trasciende y está en la base de todas ellas", es la condición de posibilidad de la crítica racional.
Y al final del camino, todo sigue dependiendo de nosotros. Estamos en un proceso irreversible de constitución de una única cultura mundial. Un proceso de doble vía: una mayor variedad cultural interna, que hace que el acervo cultural de cada grupo aumente, y una tendencia a reducir las distancias y las diferencias culturales entre los diversos grupos. En esta dinámica hacia "la globalización, la virtualización y la digitalización", "las limitaciones con las que tropezamos están cada vez más dentro de nosotros mismos, no fuera". Por eso nuestro futuro cultural, del que todos somos actores, depende de que la red funcione de "un modo libre y eficiente".
De un libro, con vocación de manual, que está escrito en muchos pasajes con la frialdad del informe, he entresacado aquellas señales que Mosterín dibuja en torno a los temas más sensibles del debate actual, algo así como unas notas a favor de la razón crítica en medio de un mar de datos, fórmulas y citas.
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