Tesis para una historia oscurísima
MEDIANOCHE, el momento de mayor oscuridad, en la historia. (¿Réplica al mediodía del gran Siglo de las Luces, o al del gran Zaratustra quizá?). Cuando uno escucha esto sabe sin más de qué se trata. Como si no hubiera una medianoche cada día. No en referencia expresa a este libro y autor, que por su escritura serena sortea esta trampa con prudencia, pero a veces da la impresión que de tanto repetir "Auschwitz" (el "Holocausto", la "Catástrofe") para que no se repita el mal y el dolor humanos (que se repiten cada día sea porque la memoria no basta, sea porque no la hemos tomado en serio, como prefiere Reyes Mate) Auschwitz corre el riesgo de quedarse en nombre. En el del título de una tragedia tan catártica escénicamente como todas. Mientras, por lo demás, uno lleva la mísera vida de un filisteo. Parece que Auschwitz despierta una mala conciencia universal, como si se tratara de un pecado originario del que hay que redimirse en la experiencia intelectual, heroicamente sentimentalizada, de lo trágico absoluto, del mal radical, sacralizado; o verbalizando repetidamente en el diván/cátedra el recuerdo de una vivencia arquetípica colectivamente inconsciente, de una vivencia traumática subjetivamente imaginaria.
Porque es de suponer, en general, y de esperar, que los desmanes nazis ya no "habitan de noche nuestros sueños", ni "se cuelan en nuestros pensamientos durante el día", ni son ya "la experiencia básica y la miseria básica de nuestro tiempo", como eran para Hannah Arendt. Y que en la generación -"la más duramente probada de la historia", dice Benjamin- que sí vivió de un modo u otro aquellos tiempos, y que no murió en ellos para contarlos y execrarlos, Auschwitz todavía no fuera metalenguaje. Pero hoy parece que sí, en las condiciones dichas. Hay cosas, como el dolor y el mal, de las que no se pueden hacer demasiados alardes teóricos, aunque nada más sea porque entonces dejan de ser tales. "Al pensamiento filosófico que viene después del acontecimiento (Auschwitz), y al que pueda venir más tarde en cualquier momento, no le es posible una captación ulterior más profunda", escribe Emil Fackenheim, antiguo interno en Sachsenhausen. Las víctimas, y su testimonio, son el sujeto primero y último de conocimiento. También para Benjamin.
Pero este libro no trata exactamente de eso, aunque "eso" esté presente en sus páginas, sobre todo en las de su luminosa introducción o epílogo. El libro intenta y consigue ser un comentario claro y actualizado de las famosas y conocidas Tesis de Walter Benjamin sobre el concepto de historia, que dejó simplemente apuntadas, pero que habían de constituir el armazón teórico de su gran obra póstuma sobre los Pasajes. El armazón teórico, pues, para comprender el siglo XX, o la historia sin más. Benjaminianamente, por supuesto, es decir, desde un materialismo histórico teñido de teología y mesianismo.
Comentario claro, actual, efectivamente, y con cierto ánimo de exhaustividad por su detalle. Que es tanto o más de agradecer, porque también de estas tesis (o de sus momentos más llamativos: la partida de ajedrez del autómata y el enano, el ángel de la historia, el huracán del progreso y la catástrofe que deja: un montón de ruinas y cadáveres que roza el cielo; la historia de los vencedores, la memoria redentora de los vencidos; la complicidad entre cultura y barbarie, progreso y fascismo, materialismo histórico y teología, entre política, religión y mesianismo) se ha hablado mucho, con demasiada euforia herméneutico-teórica para la muchísima miseria real que evocan y anticipan, y este libro -por su virtual exhaustividad- podía ir concluyendo ese camino a ninguna parte. (Lo importante de las tesis está claro). Y porque, además -eso sí que lo pretende expresamente el autor, y es el caso-, permite que el lector lo prosiga por su cuenta, añadiendo campos, perfiles, rasgos nuevos de aplicación de ellas. Pero, entonces, de verdad, asumiéndolas en su propia experiencia de esfuerzo y lucha ("en la acción patente y en la vida de carne y hueso", diría Fackenheim), que sí es personal e intransferible, insublimable.
Benjamin, con Rosenzweig, exigía para la verdad del pensar la veracidad del testimonio del sujeto que sufre; el compromiso concreto y fragmentario de un trapero (fragmentario porque recicla puntualmente, haciendo justicia a cada uno, materiales de deshecho; que entonces había de sobra, como bien dice Reyes Mate: desesperación, injusticia, ruinas, calaveras) que viste y vive de sus harapos en la calle; no la reconstrucción hermenéutica del dolor y el mal en el gabinete de un docto. ("No voy a apropiarme fórmula espiritual alguna"). Recordar tesis XII: "El sujeto de conocimiento histórico es la clase oprimida que lucha". No la que pretende redimir a generaciones venideras; ni a sí misma, ni a nadie, en definitiva (porque, en definitiva, no hay otra redención que la lucha). Y menos por sublimación teórica, como hace el "holgazán malcriado en el jardín del saber" (Benjamin cita a Nietzsche). La verdad es que el profesor Reyes Mate apunta certeramente todas estas cosas. Aunque no quede muy claro qué es tomar en serio la memoria.
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