Kapuscinski viaja con Heródoto
Irena Tarlowska, redactora jefa del Estandarte de la Juventud, fue la primera culpable. Cuando regaló al joven reportero polaco un ejemplar de Historia, de Heródoto, antes de enviarle a su primer viaje a la India, no podía imaginar que con ese gesto tan infrecuente y extraordinario comenzaba a moldear un estilo, la forma de mirar del más grande enviado especial de la segunda mitad del siglo XX: Ryszard Kapuscinski. Ahora, después de 50 años de viajes, andanzas, encuentros y conversaciones, siempre a cuestas con las manoseadas y subrayadas páginas de Heródoto, el primer reportero de la historia, Kapuscinski rinde un homenaje personal a su maestro en otro de sus libros imprescindibles: Viajes con Heródoto.
VIAJES CON HERÓDOTO
Ryszard Kapuscinski
Traducción de Agata Orzeszek
Anagrama. Barcelona, 2006
308 páginas. 15 euros
Con habilidad de gran literato (lo es y de los mayúsculos: El emperador, Otro día con vida, El Imperio, El Sha) salta de los imperios de Ciro, Darío y Jerjes a la caída del Sha y la llegada de Jomeini en Irán, rememorando aquellas primeras batallas (Termópilas y Salamina) entre Occidente (Grecia) y Oriente (Persia), entre una democracia imperfecta y un perfecto imperio dictatorial que decantaron siglos de dominio europeo. A cuestas siempre con el maravilloso regalo de Irena Tarlowska viajó el reportero polaco a China, en una inolvidable inmersión en las 100 flores de Mao que se marchitaron antes de abrirse, y por América Latina y las Áfricas después. Decenas de viajes para alguien como Kapuscinski que cuando entró a trabajar en el Estandarte de la Juventud sólo quería cruzar una frontera, cualquier frontera, por el simple placer de pisar esa raya imaginaria por la que los hombres matan y mueren y sentir su fuerza.
Con Heródoto, el joven re
portero polaco fue descubriendo los fundamentos de su oficio de periodista, que es la suma de curiosidad y necesidad de recordar, de paciencia para ver, escuchar y contar. "El hombre contemporáneo no se preocupa de su memoria individual porque vive rodeado de memoria almacenada", escribe Kapuscinski. "En el mundo de Heródoto, el individuo es prácticamente el único depositario de la memoria. De manera que para llegar a aquello que ha sido recordado hay que ir hacia él; y si vive lejos de nuestra morada, tenemos que ir a buscarlo, emprender el viaje, y cuando ya lo encontremos, sentarnos junto a él y escuchar lo que nos quiera decir. Escuchar, recordar y tal vez apuntar. Así es como, a partir de una situación como ésta, nace el reportaje".
Heródoto no sabía otro idioma que el griego y sin embargo visitó hace 2.500 años remotos pueblos y trató con gentes de hablas diversas a las que entendió y comprendió. Kapuscinski, que en las tórridas noches hindúes estudiaba inglés en un ejemplar de Por quien doblan las campanas, de Ernest Hemingway, para aprenderse 40 palabras al día, descubrió rodeado de gente diferente, como le debió suceder a Heródoto, la importancia del lenguaje corporal, esa capacidad que poseen algunos humanos para transmitir emociones y discursos enteros con una sola mirada o un movimiento de las manos. La prueba de fuego de esta maestría aprendida en los caminos africanos y asiáticos la vivió Kapuscinski en Etiopía, donde recorrió más de 3.000 kilómetros junto a su conductor Neguisi, quien sólo conocía dos palabras en el idioma extranjero: problem y no problem. A pesar de esa aparente limitación no tuvieron impedimentos serios de comunicación.
"El camino es el tesoro" es
cribe en Viajes con Heródoto: el placer de abandonar la seguridad de la casa, de la tierra, de la familia y salir a lo desconocido en busca del Otro. Ésa es la esencia de todo viaje y de cualquier viajero: el Otro entendido como una oportunidad, una aventura, un regalo, una fiesta, otra vida por descubrir y sumar a tu vida y enriquecer ambas. Viajes con Heródoto es además una propuesta filosófica, un reto, una manera diferente de estar en un mundo, el nuestro, este que se edifica entre tanto miedo, muro y valla para defenderse del Otro, de su color, de su religión, de su habla, de su otredad incomprendida y tal vez de su pobreza y de nuestra mala conciencia.
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