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Reportaje:

Grietas en 'la fábrica del mundo'

Millones de emigrantes chinos se ven obligados a regresar a sus pueblos, debido a la caída de actividad y el cierre de empresas por la crisis

La enorme plaza que da entrada a la estación de tren de Guangzhou, capital de la provincia sureña de Guangdong, es un hormiguero a las siete de la tarde. Cientos de emigrantes descansan en el suelo, junto a los fardos en los que se aprietan sus pertenencias. Rostros hastiados, miradas perdidas. Los restos de comida, bolsas de plástico y hojas de periódicos hablan de largas horas de espera. Bajo el eslogan "Continúa el proceso de apertura y reforma", una pantalla gigante rompe la noche con imágenes de playas paradisíacas y aguas turquesas. Una visión muy distinta de la realidad de estos antiguos campesinos, que se han visto obligados a regresar a sus pueblos ante la falta de actividad o el cierre de las fábricas en las que trabajaban en el delta del río Perla -el principal centro manufacturero del país- a causa de la crisis.

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Chen Jian (nombre ficticio), de 23 años, llegó a la estación hace 13 horas. "La fábrica de maletas en la que trabajaba tenía hace unos meses entre 5.000 y 6.000 empleados. Eran 10 horas al día, siete días a la semana. Ahora no da para más de cinco horas, tres o cuatro días a la semana, y el salario ha bajado de unos 2.000 yuanes [210 euros] a 1.300. No nos han despedido, simplemente han reducido el número de horas, y ya no compensa", afirma este nativo de la provincia de Sichuan.

La situación se reproduce entre muchos de los viajeros que esperan la salida de sus trenes bajo la mirada de los policías que recorren la plaza. Forzados por la falta de tajo, han decidido irse a sus casas a pasar las fiestas de Año Nuevo chino semanas antes de lo que lo habrían hecho normalmente. "Llevo cuatro o cinco años en Guangdong. A veces, trabajábamos 21 horas diarias. Pero desde septiembre, la cosa se ha hundido", dice un chico de 20 años de la provincia de Yunnan, acuclillado junto a su hermana. "Después de las fiestas, decidiré si vengo otra vez".

El proceso de reforma y apertura lanzado por Deng Xiaoping hace 30 años ha convertido China en la fábrica del mundo. Pero el desplome de la demanda extranjera, especialmente de Estados Unidos, le ha asestado un duro golpe. Las exportaciones cayeron un 2,8% en diciembre, la mayor caída en diez años. Ya retrocedieron un 2,2% en noviembre, la primera vez que experimentaban un descenso en más de siete años. Miles de empresas han echado el cierre. La crisis se ha sumado al efecto que las mayores exigencias de calidad, leyes laborales y medioambientales más estrictas, y la apreciación del yuan ya estaban teniendo.

El presidente chino, Hu Jintao, ha asegurado que China se enfrenta este año a una situación "muy sombría" en el empleo, y que afrontar la crisis va a ser una "una prueba de la capacidad del Partido Comunista para gobernar". El Banco Mundial prevé que la economía china crezca un 7,5% en 2009, el valor más bajo de los últimos 19 años. El Gobierno calcula un 8%. El Fondo Monetario Internacional y el Royal Bank of Scotland pronostican un 5%, la peor cifra desde la revuelta de Tiananmen.

La ralentización económica podría forzar el cierre de un 20% de las fábricas de Guangdong, provincia responsable del 12% del PIB chino, según algunas organizaciones laborales provinciales. Algunos economistas estiman que 20 millones de emigrantes de los 160 millones con que cuenta el país podrían verse obligados a regresar a sus pueblos este año.

El Gobierno ha fijado como "prioridad absoluta nacional" mantener el crecimiento para crear empleo, y ha reaccionado con medidas tajantes ante el riesgo de que se dispare la inestabilidad social. A principios de noviembre, aprobó un plan financiero por valor de cuatro billones de yuanes (420.000 millones de euros) hasta 2010 para reactivar la economía, impulsar el consumo interno y reducir la dependencia de las exportaciones, que representan el 40% del PIB nacional; y ha pedido a los empresarios que no lleven a cabo despidos masivos.

El impacto de la crisis se nota incluso en la propia capital de Guangdong. En los comercios de la calle Shang Jiu, una de las más animadas de Guangzhou (antigua Cantón), flotan los carteles anunciado saldos. "La crisis empeora. La fábrica ha cerrado. Juego completo de sábanas por 50 yuanes [5,2 euros]", dice uno. "Cazadoras de piel. Antes, 1.280 yuanes. Ahora, 99. Para pagar los créditos de la factoría", señala otro.

¿Realidad o herramienta publicitaria? Sea lo que sea, el hecho es que los clientes no compran, según explican los vendedores, y las existencias se acumulan en los estantes.

Dongguan, espejo de la crisis

Para palpar cómo está afectando el parón mundial a China, lo mejor es viajar a Dongguan, 60 kilómetros al este de Guangzhou, más que una ciudad, un taller infinito. Todas las carreteras que conducen a Dongguan -cuya municipalidad ha pasado de 1,1 millones de habitantes en 1978, a 8,7 millones en 2007- están flanqueadas de fábricas. Algunas son grandes complejos industriales con varias decenas de miles de operarios, otras, talleres familiares. Aquí se producen desde componentes electrónicos a juguetes, zapatos, relojes, ropa o adornos navideños. Todos esos artículos que, gracias a su bajo precio, han inundado el planeta y han permitido a China convertirse en la cuarta economía del mundo.

El cielo gris, los inmuebles ocres, la continua sucesión de áreas industriales, y los monos de trabajo colgados en los balcones de los edificios de dormitorios anexos a las fábricas imprimen un aire triste a la región.

Pero muchos de esos uniformes de trabajo ya no se balancean al aire. Muchos talleres han dejado de producir y los bloques de dormitorios de siete u ocho plantas se elevan sin inquilinos, como gigantes dormidos. Sólo en octubre, cerraron 700 empresas en Dongguan. El Gobierno de Guangdong pretende elevar el nivel tecnológico de las empresas en la provincia, de ahí que haya impulsado también el desplazamiento de algunas compañías hacia el interior del país. "Vaciar la jaula para dejar sitio a los nuevos pájaros", ha dicho Wan Qingliang, vice gobernador provincial.

En una de las calles de la ciudad, duerme un taller que ni siquiera ha sido estrenado, sorprendido a contrapié por la crisis. Sobre las paredes de las factorías huecas, se repiten la frase 'Se alquila' y números de teléfono escritos en carteles de intenso color rojo.

"El empresario que la tenía arrendada desde hacía más de tres años la desmontó hace dos semanas, debido a la crisis. Esperemos que, tras el Año Nuevo chino [que comienza el 26 de enero], la gente regrese para continuar los negocios", dice Wang, una mujer que contesta a uno de estos números.

Las fábricas que no han cerrado han disminuido la actividad, y sus trabajadores se ven obligados a permanecer en los dormitorios o a deambular ociosos por la ciudad, en la que, aparte de tiendas, restaurantes y karaokes, hay poco más. "Sólo trabajamos cinco horas diarias de lunes a viernes. Y, en los dormitorios, que son de ocho o 10 personas, ahora estamos cuatro o cinco", explica Wang Shuang, una chica menuda de 19 años, mientras pasea por un mercadillo acompañada de su hermana gemela, Wang Fang.

A pesar de que ganan menos, las dos chicas han decidido aguantar en la empresa de componentes electrónicos, ya que en su pueblo de la provincia de Guizhou, una de las más pobres de China, hay poco que hacer. "Tras las fiestas, volveremos. Esto es más desarrollado", dicen, enfundadas en unos vaqueros ajustados.

"Para estos emigrantes, es muy difícil retomar el trabajo y el estilo de vida que tenían antes de dejar sus pueblos", asegura Yuen Pau Woo, presidente de la Fundación Asia Pacífico de Canadá. "Sin embargo, el paquete de estímulo fiscal [aprobado por Pekín] puede crear empleos en otras áreas, especialmente zonas rurales y ciudades secundarias".

La amenaza del paro

El fantasma del paro es una de las mayores preocupaciones del Gobierno, ya que la precariedad del sistema de seguridad social y el coste de la Educación y de la Sanidad convierten la falta de trabajo en una bomba de relojería en este país de 1.300 millones de almas. Desde que comenzó la crisis, se han multiplicado las protestas, debido a las irregularidades cometidas en el pago de los salarios y las indemnizaciones por algunos empresarios, y a la inquietud por el futuro. Para el Partido Comunista Chino, que ha buscado, en buena parte, legitimarse en el poder con el rápido progreso del país, está en juego, también, su propia supervivencia.

Una de las empresas en las que se han registrado protestas es Jiang Rong, que se dedicaba a la fabricación de bolsos y maletas. Su propietario, taiwanés, desapareció el 15 de diciembre sin previo aviso -una práctica común en Guangdong-, adeudando dos meses y medio de salario a los 300 trabajadores, y tres meses de alquiler de la fábrica y las facturas de agua y electricidad.

Los empleados se echaron a la calle para pedir a las autoridades locales sus sueldos, pero éstas contestaron que sólo les pagarían el 60% de lo adeudado, como reza un cartel pegado a la puerta de la factoría y explica, también, Dai Houxue, de 30 años, original de Guizhou, que trabajaba desde hacía tres años en Jiang Rong.

Tras reclamar en vano los salarios completos al departamento de Trabajo, los empleados se dirigieron en manifestación a las oficinas del Gobierno local. Pero fueron recibidos a golpes por la policía. El 24 de diciembre, la fábrica dejó de dar comidas, y, tras 10 días de protestas, los trabajadores se resignaron, cogieron lo ofrecido y se marcharon.

Salvo unos cuantos. "A tres no nos dieron ni siquiera el 60% que nos correspondía", afirma Dai, quien, probablemente, fue castigado de esta forma por haber sido uno de los cabecillas de las reivindicaciones. "Me deben aún más de 500 yuanes, y no me iré hasta que me los paguen. La televisión dice que el Gobierno central ayudará a las fábricas por la crisis. Pero, ¿dónde va el dinero? Seguro que se lo quedan los funcionarios locales. Todo esto es muy oscuro", asegura. Al otro lado de la verja, varios obreros enviados por los dirigentes locales sacan pertenencias de los talleres y las cargan en un camión.

Desorientados ante la quiebra de su negocio o la pérdida de empleo, empresarios y trabajadores acuden a veces en busca de consejo a Zhou Qingfang, un adivino, experto en geomancia y curandero, que ofrece sus servicios en una calle de Dongguan. "Me preguntan qué socio buscar, qué hacer tras quedarse sin empleo, y yo, en función de su nombre, la fecha de nacimiento, o su elemento chino, les sugiero la dirección que deben seguir", dice este hombre de 70 años, quinta generación familiar de videntes. "Hace unos meses, venían 10 o 20 personas al día. Ahora, son más de 30", dice Zhou, que cobra 20 yuanes por consulta y trata igualmente problemas de infertilidad, impotencia o dolores de muelas.

Un centenar de kilómetros al sureste, en el puerto de Shenzhen, fronterizo con Hong Kong, y una de las principales vías de salida de mercancías de la fábrica del mundo, se percibe también claramente la crisis. El tráfico de mercancías ha disminuido sensiblemente. "Desde principios de septiembre, salen muchos menos contenedores. La actividad ha caído más de un 30%", asegura Zhang Qingshen, empleado en una de las empresas que opera en la terminal internacional de contenedores de Shekou. A un centenar de metros, una grúa carga un mercante de color verde con lentos movimientos. "Antes pasaban delante de ese muelle muchos buques cada día. Ahora, no veo más de dos o tres en 24 horas", dice.

Varios pasajeros entran a un tren por la ventana en Wuxi, en la provincia de Jiangsu
Varios pasajeros entran a un tren por la ventana en Wuxi, en la provincia de JiangsuREUTERS

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