Líbano alcanza el acuerdo para un Gobierno de unidad nacional
El nuevo Ejecutivo estará integrado por 16 miembros de la mayoría, 11 de la oposición y tres nombrados por el presidente Michel Suleiman
Cincuenta días después del acuerdo de Doha (Qatar), que puso fin a la más grave crisis política padecida por Líbano desde el fin de la guerra civil en 1990, los partidos libaneses han sido capaces de forjar un acuerdo para formar un Gobierno de unidad nacional. El Gabinete estará compuesto por 30 ministros, 16 de ellos designados por los partidos prooccidentales, tres por el presidente, Michel Suleiman, y 11 por los grupos de oposición. Hezbolá, el partido-milicia chií respaldado por Irán y Siria, se anota un triunfo: contará con capacidad de veto a la hora de adoptar las decisiones trascendentales, que requieren dos tercios de los votos del Ejecutivo.
Maronitas, greco-ortodoxos, armenios, drusos, chiíes y suníes formarán parte del Gobierno encabezado por Fuad Siniora, el dirigente apoyado por Estados Unidos. La tardanza en alcanzar el pacto se ha debido a la disputa por encabezar los principales ministerios. Un consejero de Siniora, Mohamed Chatah, ostentará la cartera de Finanzas. Mohamed Fneish, de Hezbolá, se hará cargo del Ministerio de Trabajo, y Fawzi Salluj, dirigente de Amal, partido chií aliado de Hezbolá, será el jefe de la diplomacia. Una vez conseguido, la labor que afronta el Gobierno es de órdago. Para empezar deberán tratar de mitigar las tensiones sectarias, que brotan esporádicamente en varios rincones de Líbano. En las últimas semanas, ha sido la ciudad norteña de Trípoli el escenario de enfrentamientos a tiros entre suníes partidarios de Saad Hariri -el hijo del ex primer ministro asesinado en febrero de 2005- y alauíes, partidarios de la influencia siria en el país.
Las instituciones podrán ahora volver a funcionar después de año y medio de parálisis en el Gobierno y de seis meses con el sillón presidencial vacante. Pero será un Ejecutivo de corto aliento. Las elecciones legislativas están previstas para comienzos del año próximo. Y es precisamente la ley electoral que regirá esos comicios el próximo caballo de batalla. Lo ha sido siempre. El sistema electoral libanés es diabólico. La mitad de los diputados deben ser cristianos. La otra mitad, musulmanes. Por lo tanto, cada circunscripción tiene asignados un número de escaños determinado para cada confesión. El diseño de los distritos, en un país en el que fieles de cada una de las 18 confesiones conviven mezclados, es un asunto de la máxima trascendencia.
En todo caso, y ése es uno de los problemas cruciales del país, esa división del Parlamento no refleja la actitud estructura demográfica. El reparto de cargos institucionales -el presidente debe ser un cristiano maronita, el primer ministro, un suní, y el presidente del Parlamento, un chií- y la atribución de escaños se llevó a cabo cuando los maronitas constituían la mayoría en Líbano, a mediados de la década de los cuarenta, y se reformó después en los Acuerdos de Taif, de 1989, para otorgar más poder a los partidos musulmanes. Hoy, los musulmanes son clara mayoría. Y los chiíes, debido a su elevada tasa de natalidad, ganan relevancia día a día.
Asimismo, sobre el tapete estará siempre presente la milicia de Hezbolá. A mediados de mayo, el Gobierno anunció su intención de desmantelar la red de comunicaciones paralela que ha establecido Hezbolá. Su reacción fue fulgurante. Tomó Beirut oeste de un plumazo. Y no se retiró a sus cuarteles hasta que el Gobierno dio marcha atrás. Cerca de un centenar de personas murieron en los combates. Siniora y los dirigentes apoyados por Estados Unidos abogan por el desarme de la milicia chií. Aseguran que el Ejército es quien debe hacerse cargo de la seguridad en Líbano. Pero Hezbolá, que logró expulsar a los soldados israelíes tras 22 años de ocupación del sur del país, se niega en redondo. Dos años después de la guerra desatada por Israel en el verano de 2006, que devastó el sur del país y las infraestructuras de todo Líbano, se antoja muy prematuro que la milicia chií vaya a entregar su arsenal.
Considera el jeque Hasan Nasralá que mientras no se devuelva a Líbano las granjas de Cheba, todavía ocupadas por Israel, hablar de desarme es una utopía. Pero incluso si el Ejército israelí se retirara de esa zona de 20 kilómetros cuadrados, Hezbolá ya viene anunciando su reivindicación sobre siete pueblos, hoy en territorio de Israel, que durante el imperio otomano fueron poblados por chiíes. Huele a pretexto para no entregar las armas. Hezbolá, apadrinado por Irán, no se fía de la capacidad y determinación del Ejército pueda enfrentarse a cualquier amenaza externa, es decir a Israel.
La crisis política se ha cerrado. Aunque abundan quienes piensan que será sólo un paréntesis. Probablemente de cierta duración, pero la desconfianza entre las sectas -especialmente entre los suníes y la derecha cristiana frente a Hezbolá- es muy profunda. En Líbano es opinión extendida: las milicias de todas las sectas se están rearmando.
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