Supervivientes sin esperanza
La escasez de medios a disposición de los médicos agrava la situación de los heridos
Durante 24 angustiosas horas, Fitri Wandasari estuvo atrapada bajo los escombros. Su pierna quedó inmovilizada entre la pared y una de las motocicletas expuestas en su oficina, el concesionario de motos de Suzuki en Padang (Indonesia). "Pedí socorro sin parar", explica esta administrativa de 26 años desde su cama en el hospital del doctor M. Djamil, el mayor de la ciudad. Los equipos de rescate tardaron siete horas en liberarla. Ella se salvó, pero cinco compañeros de trabajo perdieron la vida en el terremoto que el 30 de septiembre arrasó la costa oeste de Sumatra y que ha dejado a su paso al menos 1.000 muertos, según los cálculos de la ONU.
"Cuando estaba allí, no podía pensar en nada. Ni en si iba a morir o no. Sabía que estaba enterrada y acepté lo que podía venir", cuenta la empleada de Suzuki, que se encuentra en la unidad de cuidados semiintensivos del centro sanitario. Testimonios como el suyo se encuentran por decenas en los seis hospitales que hay en Padang y Pariaman, las zonas más afectadas por el seísmo. Como el caso de Lani Anggraini, una estudiante de 13 años que ha perdido una pierna a la altura de la rodilla y se rompió la otra. Sus expectativas de volver a caminar, en un país donde hay poco dinero para modernas prótesis, son mínimas. "Pidan a la ayuda humanitaria que nos manden una pierna artificial", suplica su tía, Sastilamurni (como muchos en Indonesia, sólo utiliza un nombre), de 41 años, que la acompaña en el hospital. La niña apenas ha vuelto a hablar desde que se le cayó encima el techo de la escuela.
Se teme el avance de epidemias por la descomposición de los cadáveres
Un total de 350 víctimas del seísmo han pasado por este complejo hospitalario, cuya zona de consultas médicas quedó totalmente destruida por el terremoto. Más de 150 pacientes fueron operados en los primeros cuatro días. Dos murieron allí; otros 126 llegaron muertos al centro, con el objetivo de ser identificados, según los datos del portavoz del centro, el doctor Asnil Zahari. "La mayoría han venido por fracturas de piernas y brazos y traumatismos abdominal, craneal y de tórax", afirma. En el hospital hay 624 médicos y 2.000 enfermeras.
En el interior, otra niña, Clarisa Pramestya, de 12 años, llora en silencio. Su padre intenta consolarla sin éxito. "Le duele la pierna", explica su madre, Ratniwati. "Se la rompió cuando se hundió el colegio", cuenta. Lleva dos operaciones. Dos de las tres salas de cirugía están llenas de víctimas del terremoto. Este hospital es enorme y laberíntico. Otra paciente, Afriyanti, de 35 años, se queja del trato que recibió por los equipos de rescate. "Me dejaron en una tienda provisional allí esperando hasta el domingo pasado, porque dijeron que lo mío no era grave", asegura mientras un gato con la pata rota se pasea por debajo de su cama. Afriyanti va en una silla de ruedas desde 2008, cuando le amputaron la pierna por una infección de hueso.
Seis días después del terremoto, las labores de rescate se han dejado a un lado para centrarse en evitar las epidemias provocadas por la descomposición de los cadáveres y llevar ayuda a los supervivientes. Los expertos temen que empiecen a surgir casos de cólera y tétanos. Las autoridades sanitarias han empezado a rociar desinfectante en Padang, mientras los helicópteros lanzaron ayer varias cajas con ayuda en las áreas más remotas.
El balance oficial actual indica que hay 704 muertos y 295 desaparecidos. "La ayuda está llegando, pero hay que tener en cuenta que sólo hay un aeropuerto en la zona y el mal estado de las carreteras", explica Roger Alonso, de la Cruz Roja, una de las organizaciones presentes en Padang y que está centrada ahora en el reparto de tiendas, mosquiteras, equipos de limpieza y herramientas, y saneamiento móvil, entre otras cosas. Otras organizaciones son Médicos Sin Fronteras, Unicef, la Agencia Española de Cooperación y Desarrollo, entre otras muchas más.
Ante algunas quejas por el retraso en la distribución de la ayuda, el gobernador Gamawan Fauzi negó ayer que parte de los suministros estuvieran destinándose a manos equivocadas. "La recepción de la ayuda está controlada por los jefes de cada distrito. Creo que el riesgo de corrupción es pequeño, pero si alguien es sorprendido será castigado", agregó Fauzi. Indonesia es uno de los países más corruptos del mundo.
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