La decadencia de Massó
La imparable caída de una conservera emblemática
Fue una conservera emblemática que se convirtió en emporio, la primera en utilizar la electricidad en sus procesos productivos y también en instalar una línea telefónica privada entre fábricas y almacenes. Franco la distinguió como "empresa ejemplar" en 1943. Al cabo de 180 años de actividad, Massó Hermanos busca comprador sumida en unas deudas de más de 900 millones de pesetas. El patrimonio familiar se estima milmillonario, pero los trabajadores dejaron de cobrar en octubre y, con esa indigencia a rastras, se prodigan en manifestaciones y choques con la policía que sellan los biorritmos de la decadencia empresarial.Salvador Massó Palau, de evidente origen catalán, trajo en 1816 hasta Bueu, en la península del Morrazo, donde vivía desde unos años antes, a siete franceses, cuatro mujeres y tres hombres, que conocían el proceso industrial de los salazones. Ellos fueron la base de la primera fábrica, La Perfección, que en 1870 se convierte en conservera. Llegó a emplear a 1.000 personas, mujeres en su mayoría, y a capitanear el mercado europeo del sector. Para entonces, desligados de sus socios franceses, la gestión había pasado a los hijos del fundador, Gaspar y Salvador Massó Ferrer, empresarialmente Massó Hermanos, que animaban a la plantilla con los lemas hoy ingenuos de paz y trabajo y trabajar bien al tiempo que les dispensaban la red protectora de una sociedad benéfica para aminorar sus penurias por causa del paro o enfermedad.
Segunda fábrica
En 1926 se construyó la segunda fábrica de Bueu y, en 1941, el aún impresionante complejo de Cangas do Morrazo, según proyecto del arquitecto Tomás Bolívar. Este complejo fabril se levantó sobre 20 hectáreas de terreno, con dos dársenas, un kilómetro de litoral, varaderos, taller, sección de envases metálicos, una central eléctrica de emergencia, una factoría ballenera, una fábrica de hielo y otra de harinas de pescado. Se construyeron viviendas para los obreros, un hotel para los solteros, un campo de deportes, una guardería infantil avant la lettre... Los Massó tenían ya entonces fábricas en Barbate (Cádiz) y Avilés, y otras dos factorías balleneras en Caneliñas (La Coruña) y Murás (Lugo).
En 1919 se había instalado en La Perfección la primera línea telefónica privada de España, para comunicar la fábrica con el almacén. Guillermo Marconi, el inventor, fue una de las visitas ilustres que expresó su admiración por el modelo productivo allí aplicado. Más tarde fue Francisco Franco, quien acudía en yate a Bueu durante sus veraneos gallegos para visitar a los Massó. Distinguió a la conservera con el título de "empresa ejemplar" y a Gaspar Massó García, con la Medalla del Mérito al Trabajo. La historia oficial destaca a este Massó de la tercera generación por su cultura y humildad, por su carisma y laboriosidad. El escritor Gonzalo Torrente Ballester, que de niño Vivió en Bueu, en cuyo ambiente halló la inspiración para Los gozos y las sombras, presenta en esta novela un trasunto menos complaciente de su personalidad a través de uno de los protagonistas, Cayetano Salgado, un empresario parvenu que prefigura un caciquismo arrasador del espíritu que animaba la rancia aristocracia de los Churruchaos.
El personaje literario, no obstante, toma referencias de los tres hermanos de la saga, Gaspar, José María -alcalde de Bueu desde 1939 a 1.971- y Antonio, con quienes la empresa alcanza su cénit cuando mediaba el siglo. El gran despegue de la misma se había producido en la década de 1930. Antes y después, las dos guerras mundiales la marcaron con sendos periodos dorados. En la década de los sesenta asume la gestión de la conservera la cuarta generación de los Massó y empiezan las desavenencias entre los diversos primos. El envenenamiento por el aceite de colza, a principios de la pasada década, puso en jaque a la conservera, que sufre por esas razones ajenas de imagen un decisivo quiebro y comienza a precipitarse en la imparable crisis que la ha llevado a su actual postración. Todavía en 1989 facturó 3.000 millones de pesetas. El año pasado apenas superó los 1.000 millones.
Hace dos años, la Xunta trató de reflotarla. Avaló entonas un plan de viabilidad que incluyó un crédito sindicado de 350 millones y la compra, por su parte, por otros 450 millones, del museo de la empresa en Bueu, entre cuyos fondos se citan incunables de 1470, decretos de regulación marítima firmados por Felipe II, preciadas réplicas de navíos de guerra de los siglos X.VI y XVII o barcos autóctonos del Morrazo construidos por el propio patriarca Massó Palau.
Imposición de la Xunta
En la misma operación financiera fue cerrada la legendaria factoría de Bueu y su personal, con alguna reducción de plantilla por jubilaciones anticipadas, pasó a trabajar en la de Cangas do Morrazo. La Xunta impuso a los nuevos gestores, José Luis Naya y Jesús García Rieja, de la firma CIP-Consultores de La Coruña, con la misión de recuperar las, ventas y sanear la empresa para de esta manera encontrarle un comprador. Ninguno de estos objetivos ha podido cumplirse por el momento.
La fábrica está parada de hecho desde hace meses, por falta de suministros. No paga a los proveedores. El consejo de administración cesó el 30 de diciembre a los gestores designados por la Xunta. Los 180 trabajadores fijos y los 140 fijos-discontinuos no cobran sus nóminas desde octubre y han protagonizado numerosas manifestaciones. En marzo, mantuvieron un día secuestrados a dos directivos en la fábrica, hasta que la Guardia Civil los liberó. Acudieron en Semana Santa al Monasterio de Samos, donde el Gobierno gallego hacía sus ejercicios espirituales, y también la Guardia Civil les impidió el paso. El pasado 26 de abril sufrieron en Santiago la primera carga contundente de la policía frente al Parlamento autonómico.
A juicio del comité, la crisis de Massó se debe a que "nos enfrentamos con empresarios cuya mentalidad pertenece al siglo pasado". No han sabido adaptarse a las nuevas leyes del mercado, señalan. Aferrados a una tradición paternalista, tampoco, redujeron la plantilla. Estos factores, unido a las diferencias familiares y a los desproporcionados gastos de mantenimiento, de la fábrica, hoy un mastodonte escasamente operativo, han apuntalado la decadencia.
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