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Columna
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¿Por qué Alemania no crea paro?

Xavier Vidal-Folch

Éste es el nuevo milagro: el derrumbe económico de Alemania es el más estrepitoso de todos los países grandes de Europa. Y sin embargo, Alemania no crea paro.

En efecto, en el primer trimestre de 2009, el PIB alemán cayó un 6,9% respecto de igual periodo del año anterior, más del doble que España (-3%), según los datos que Eurostat publicó el lunes. Pero el empleo alemán subió una décima, mientras el español bajó un 6,4% para igual periodo. En comparación anual, de abril del año pasado a abril de 2009, el desempleo creció en Alemania del 7,4% de la población activa al 7,7%; en España, casi se duplicó, desde el 10% hasta el 18,1%. E irá a peor (hacia el 19%) en 2010, como reconoció el pasado viernes la vicepresidenta Elena Salgado.

'Aparcamientos', reducciones de jornada y otras reformas mantienen los empleos hasta salvar el bache exportador

Hay varias medidas que explican ese milagro alemán. Sobre todo, dos. Una es la flexibilidad para efectuar reducciones de jornada en las empresas en crisis coyuntural de pedidos, el kurzarbeit, con apoyo del Estado. Se han acogido 1,5 millones de trabajadores, a una media de reducción de un tercio de jornada, lo que supone la salvación de casi medio millón de empleos a tiempo completo equivalentes. La otra, el aparcamiento o suspensión temporal de empleo: la empresa paga el 10% del salario y casi todo el resto, el Estado; el trabajador sigue en nómina pero sin más tarea que aprovechar el ocio para reciclarse. El periodo máximo empezó siendo de un semestre; desde la primavera puede llegar a 18 e incluso a 24 meses. Veremos cuando terminen.

Es una suerte de ERE (expedientes de regulación de empleo) temporales masivos, pero más ágiles, sin apenas requisitos administrativos, como aquí. Aquí, el 90% de los ERE, difíciles de acordar, son de suspensión temporal de empleo, no definitiva. La destrucción de puestos apenas afecta aún a quienes tienen contrato indefinido. Dos tercios de los empleos destruidos en el último año eran temporeros.

El éxito alemán en salvaguardar empleos no parece un mero afeite estadístico de contabilizar como empleados a obreros aparcados. Se basa en un cálculo solvente. Al ser la economía más exportadora (48% de su PIB) y competitiva del mundo, cuando se recupere el bache del comercio mundial, se recuperará la exportación y el empleo real de sus empresas, porque son viables. Así lo avalan los pronósticos del FMI, que prevén su retorno al crecimiento el año próximo. Esa apuesta se basa también en una cultura empresarial trenzada a largo plazo, la del capitalismo renano que retrató Michel Albert en su incunable Capitalismo contra capitalismo (1992), frente al cortoplacista y asocial capitalismo anglosajón. Un sistema bastante anquilosado que se flexibilizó radicalmente desde principio de este siglo con la Agenda 2010 de los rojiverdes de Gerhard Schröder, seguida a pies juntillas por Angela Merkel: ¡el gran secreto de la continuidad básica en la política económica!

Fue una múltiple reforma del mercado laboral (y de otros), que entrañó sacrificios bastante pactados desde la Comisión Hartz, y no focalizada en el coste del despido: jornada, autoempleo, miniempleos, duración del subsidio de paro, moderación salarial, alargamiento de la edad de jubilación, copago farmacéutico... Una reforma que permitió a Alemania recuperar la competitividad perdida (10 puntos sobre la eurozona, 17 sobre EE UU, 24 sobre España) y retomar la primacía exportadora mundial, el supuesto que permite la confianza en el largo plazo.

Y que afinó un instrumento decisivo, la red de oficinas de empleo (públicas, federales, estatales y privadas) de enorme eficacia. Gracias a su excelente dotación: personal de primera, 100.000 empleados, buena informática, bolsa instantánea de trabajo, formación... Aquí el Inem contabiliza 7.900 funcionarios, sus equivalentes autonómicos quizá algunos más, y cada servicio hace de su capa un sayo.

Una reforma laboral ni es la panacea para remontar la crisis (que tiene otro origen) ni la varita mágica que genera empleo. Pero la experiencia alemana demuestra que ayuda a generarlo. O al menos, a mantenerlo. O a crear las condiciones para que se genere. Sobre todo si huye de medidas aisladas. Si se emprende un paquete de "políticas activas, legislación laboral, formación y protección social", como preconiza desde Bruselas el director de Políticas de Empleo de la Comisión Europea, Xavier Prats.

En España, aparte de las propuestas empresariales, los debates de economistas y los mensajes del gobernador, algo empieza a moverse en la política. La secretaria general de Empleo, Maravillas Rojo, pugna por replantear la rigidez de los convenios. La consejera catalana de Trabajo, Mar Serna, acaba de proponer la eliminación de la autorización administrativa previa en los ERE temporales. Su presidente, José Montilla, preconizó ante el Círculo de Economía en Sitges la primacía de los convenios de empresa sobre los sectoriales, la vinculación salarios/productividad y el abaratamiento del... empleo. En la UE, los líderes examinarán en la cumbre de hoy y mañana un sugerente documento de mejores prácticas, Un compromiso compartido para el empleo (COM-2009-257 final), y sus ilustrativos anexos. España puede aprender de Alemania. Y de otros.

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