La verdadera historia de 'Yago Blanco'
De alevín, el 'kayak' se le quedaba pequeño y Cal falsificó su nombre y edad para competir en infantiles
Andrea y Paula despachan barras y empanadas sin descanso entre constantes felicitaciones en la panadería Cal-Barral de Hío, en el municipio de Cangas de Morrazo (Pontevedra), ataviadas con una camiseta con la foto de su hermano, David Cal. En una acera repleta de pancartas de celebración está aparcado el Peugeot 206 negro que el doble medallista olímpico acaba de estrenar, y al que ya le ha cambiado la defensa para hacer sus pinitos en el tunning [adornar el coche]. En el portacedés del auto, Extremoduro, Rosendo, Narco, Marilyn Mason, Kaos Etílico y Violadores del Verso. Andrea y Paula tienen su responsabilidad en todo el jaleo que se ha organizado alrededor del negocio familiar, porque de sus tira y afloja con David, de sus constantes peleas infantiles salió una decisión de su madre que acabaría por dar gloria al deporte español: María José envió a David a la escuela de piragüismo para tranquilidad del hogar. Y David, tan inquieto en casa como introvertido fuera de ella, aceptó el trato, aunque tuviera que tirar de un pequeño truco de indentidad que le convertiría temporalmente en Yago Blanco.
Lleva un pendiente en la lengua que se le infectó y le impidió competir en el campeonato de España
David Cal se transformó en Yago Blanco porque el kayak de los alevines se le quedaba pequeño, y sus entrenadores del Club de Mar Ría de Aldán querían hacerle un sitio en una canoa entre los infantiles. Necesitaban un zurdo, y el pequeño Cal ya empujaba la pala con una fuerza impropia de su edad. Con un nombre y una fecha de nacimiento falsificados en su ficha federativa, se inició una relación con el piragüismo que ayer daba su segundo fruto, para convertirse en el mejor olímpico nacional en Atenas y abanderado del equipo español en la ceremonia de clausura. Como el del viernes, el éxito de ayer llegó casi de madrugada, a una hora muy apropiada para una familia dedicada a un negocio que entiende poco de horarios convencionales, y que hubiera sido el destino de David si la canoa no se interpusiese en su camino.
"Alguna vez echó una mano en la panadería, pero esto no era lo suyo", reconoce Miguel, su padre. Tampoco lo eran los estudios que cursaba en el colegio Sagrada Familia de Aldán: en cuarto de EGB, los libros le jugaron una mala pasada, con el doble resultado de un curso repetido y la separación de su compañera de pupitre Teresa Portela, también piragüista olímpica, la única persona de fuera de la familia que puede presumir de penetrar en el hermético universo del campeón. Lejos de ahí, su círculo de confianza se agota en un reducido grupo de primos con los que, durante sus vacaciones, suelta a correr su veloz Subaru por un circuito de automodelismo próximo a la casa de sus padres. Pero tampoco los revolucionados motores de las réplicas de la fórmula 1 alteran las pulsaciones del hombre de roca, al que su padre veía el viernes por primera vez en su vida levantar el brazo para celebrar una victoria.
La devoción fraternal lleva a Andrea y a Paula a negar lo que a nadie en el pueblo se le escapa: que David es un tímido patológico, un chico poco comunicativo y alérgico al protagonismo que va a vivir uno de sus peores días cuando le toque recibir el homenaje de sus vecinos, a su regreso de Atenas. Precisamente para sacarlo de su excesiva timidez, su primo Jacobo, cuatro años más joven que él, el que le ha introducido en el tunning y en el automodelismo, se ha encargado en los últimos meses de pasearlo por la noche de Cangas. Nadie puede asegurar que haya probado una sola copa, pero los trastornos horarios no han pasado inadvertidos para su entrenador, Suso Morlán, "su segundo padre", en palabras del primero. Y Morlán, que le ayudó a superar anteriores depresiones por sus problemas en el equipo nacional, tuvo que tomar cartas en el asunto antes de que la cosa pasara a mayores.
La timidez de David Cal encierra un poso de inconformismo, que se manifiesta en sus preferencias musicales, en sus lecturas -"le gustan las biografías de revolucionarios como el Che Guevara o de personajes históricos como Mussolini", relatan sus hermanas- y en su colección de ornamentos corporales. "Como me aparezcas con un pendiente antes de los 18 años, te echo de casa", le retó su madre. Y fue cumplirlos y ponerse el primero, seguido rápidamente por un segundo orificio en la oreja, otro en el labio y un cuarto en la lengua, que se le infectó y le impidió competir hace unos meses en el campeonato de España. El tatuaje de un símbolo celta en el hombro izquierdo completa el mapa corporal de un chico con la cabeza más dura que los brazos, un joven llamado David Cal que le da al remo como si escapara de un fantasma llamado Yago Blanco.
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