La segunda resurrección de Roa
El argentino supera un cáncer y se entrena con un equipo de Tercera
El argentino Carlos Roa, el lechuga, aún no termina de entender por qué le ha tocado a él, precisamente a él: "¡Puya, por qué a mí, que soy vegetariano, que no bebo, que no fumo, que no tomo ni vitaminas, que soy el más sano!". En junio de éste año le diagnosticaron un cáncer de testículos. Nadie se enteró. "Quise estar tranquilo, no quería preguntas, suficiente tenía encima".
Ahora se ríe desde los campos del entrenamiento del Constancia de Inca, el modesto club balear con el que se entrena, a sus 34 años, para mantenerse en forma. Se ríe recordando la frase del Mono Burgos: "Dios debe de necesitar un portero". Antes que Roa, el lechuga, padecieron su misma dolencia Molina, meta del Deportivo y el propio Burgos, también ex del Mallorca, del Atlético y ahora en el paro.
Pero Roa sólo se ríe un poco. Por ejemplo, no le hace gracia que su último club, el Albacete, no le haya hecho ni siquiera una llamada telefónica para interesarse por su salud. No ya para renovar un contrato que expiraba sólo unos días más tarde de que le hallasen un absceso de pus supurante en el costado izquierdo. El segundo que sufría en seis meses. Sencillamente, para interesarse por su salud. "Aún estoy esperando a que suene el teléfono, no tengo noticias de ellos...ni ellos de mí".
Carlos Roa, preocupado tras el descubrimiento de ese segundo quiste en un periodo de cinco meses, se alarmó: "Agarré y me largué para Madrid a toda prisa para que me vieran los especialistas". Allí le hicieron pruebas. Más pruebas aún. Después, los médicos conversaron con su mujer aparte: "Su marido tiene cáncer". Pero "no le dijeron la gravedad exacta". Sólo le explicaron que tenían que operar "urgentemente". "Nos quedamos mudos, no me lo podía esperar y me preguntaba constantemente por qué me había tocado a mí, precisamente a mí que me cuido en todos los aspectos de la vida".
Más tarde, se trasladó a vivir a Mallorca, donde tiene casa desde que fichó por el equipo de Palma en 1997. Allí van al colegio sus hijas y allí se ha recuperado "hasta estar ahora perfectamente" en un lugar "tranquilo y secreto".
A Roa le apodan el lechuga porque sólo come vegetales: "Es lo más sano". Siempre ha sido un hombre de fuertes convicciones. Y no sólo referentes a lo perjudicial del consumo de carne. En 1999 anunció que dejaba el fútbol "para dedicarse a Dios y al estudio de la biblia". Roa aún hoy es miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Dejó plantado al Mallorca, con el que aún le restaban dos años de contrato, y se marchó a un pequeño y remoto pueblo de la provincia argentina de Santa Fé: "Nunca quise ser futbolista", argumentó entonces. A los seis meses anunció en una rueda de prensa multitudinaria en Buenos Aires que sí, que quería ser futbolista de nuevo. Volvió al Mallorca y a la selección argentina. Pero su regreso coincidió con la explosión de un joven compatriota, Leo Franco, que dejó en el banquillo a Roa y, por cierto, a Germán Burgos.
Resultó que no sólo le gustaba el fútbol, sino que no sabe hacer otra cosa. Tanto es así, que ahora aguarda con inquietud la apertura del mercado de invierno para intentar "colocarse" en un club, "en cualquier club".
Roa argumenta que ya no le quedan mucho años para practicar deporte. Y que quiere aprovecharlos. "Preferiría un equipo español, por supuesto, pero estoy dispuesto a jugar en cualquier parte, incluso en algún lugar remoto". El portero es consciente de que su situación ha cambiado. Si en 1999 afirmaba que tenía ofertas millonarias del Madrid, el Manchester o el Valencia de Cúper, en 2004 sabe que no puede "elegir".
Mientras aguarda esa llamada va todas las mañanas desde hace cinco días a entrenarse con los chicos del Constancia. Le dejan usar las instalaciones y compartir los ejercicios con el equipo. A cambio, él da clases "a los más chiquitines, que es una cosa muy bonita". Roa, el lechuga, regresa por segunda vez al fútbol. Regresa a la vida.
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