El portero que paró a Tourette
Tim Howard, guardameta de la selección de Estados Unidos, padece un extraño síndrome nervioso que no le impide jugar al fútbol
Tim Howard (Nueva Jersey; 1979), el portero de la selección estadounidense, siempre fue un niño inquieto. Tanto, que su madre, una comercial de productos de belleza de origen húngaro, pensó que le sobraba la energía. Cuando bordeaba los nueve años, Tim empezó a adquirir unas rutinas extrañas para su edad: ordenaba la ropa de forma exhaustiva o contaba los ladrillos de las paredes cuando caminaba por la calle. A los diez años aparecieron los tics. Guiños, muecas y carraspeos constantes se apoderaron de la expresión de aquel niño que crecía en un suburbio de clase media de Nueva Jersey. Por entonces, lo de ganarse la vida bajo los palos ni se contemplaba y menos cuando le diagnosticaron su enfermedad: síndrome de Tourette.
Este trastorno neurológico "es un síndrome que se caracteriza por la aparición de una serie de tics; múltiples movimientos anormales, repetitivos e involuntarios que son crónicos y se repiten durante más de un año", describe el neurólogo de la Universidad de Navarra, el doctor Julio Artieda. Suele aparecer en niños, principalmente varones, y en algunos casos va asociado a otros tics guturales como la emisión compulsiva de sonidos, comportamientos obsesivo-compulsivos o coprolalia, una "tendencia patológica a proferir obscenidades", según la RAE. Aunque Howard se queda en los movimientos nerviosos.
Estos reflejos han acompañado la vida de Tim Howard desde sus inicios en el fútbol infantil norteamericano hasta su salto a la Premier League, donde llegó en 2003 atraído por la llamada de Alex Ferguson. The Boss, cuando el portero contaba con 24 años, le ofreció la posibilidad de sustituir a Barthez en el Manchester United. Llegaba al Teatro de los sueños y bajo los focos de la Premier no hay lugar para la imperfección. Pero la enfermedad de Howard pasó inadvertida para el gran público porque sus tics no existen bajo los palos. Durante los 90 minutos en los que sigue de forma obsesiva el balón con la mirada por el terreno de juego, ni un músculo de su cara se contrae de forma involuntaria. No hay sonidosaleatorios ni ruidos. No hay Tourette. "Este tipo de paciente es capaz de inhibir los tics de forma temporal si se está muy concentrado, aunque esto suele suponer un rebote transitorio, que suele expresarse con una mayor reiteración de los tics en los instantes posteriores", explica el doctor Artieda, que insiste en que este trastorno no genera, en principio, incapacidad alguna. Los pacientes de Tourette son personas que pueden ser muy inteligentes y con sus capacidades motoras intactas, pero marcadas socialmente dependiendo del grado de severidad de sus movimientos nerviosos.
La primera temporada de Howard en Inglaterra fue tan buena que le valió el título de portero del año. Pero una serie de errores desafortunados, principalmente un fallo ante Costinha (Oporto) en el minuto 90 de los octavos de final de la Champions, le mandaron al banquillo la temporada siguiente. Entonces hubo quien en Inglaterra rescató la enfermedad de Howard como motivo de sus fallos y algún periódico llegó a predecir su fin.
Tras un año cedido en el Everton, cerró finalmente su traspaso por el club de Liverpool, ya en 2007. Ahí sigue, titular y sin los tics sobre el césped. También defiende, en cualquier caso, la portería de la selección de Estados Unidos, donde su seguridad bajo los palos le valió el Guante de Oro de la pasada Copa Confederaciones, donde su selección quedó segunda, tras Brasil. "El fútbol le proporcionó un escape para su enfermedad, absorbió toda aquella energía", declaró su madre, Esther, a la publicación estadounidense New Yorker, que en su último número le dedica un reportaje de ocho páginas. Allí, Howard afirma no sentirse perjudicado por su enfermedad para progresar en su carrera como deportista. "Estoy lleno de adrenalina y no quiero perderla. Me gusta cómo soy. Si me levantara mañana sin Tourette, no sabría qué hacer conmigo mismo", revela.
Tim Howard, recuperado ya de una contusión en las costillas que sufrió en el partido contra Inglaterra, volverá a ponerse hoy bajo los palos. La tensión del juego paralizará de nuevo su cara y, si todo ha ido bien, repetirá su ritual tras los partidos: encerrarse en el vestuario con la cabeza entre los brazos mientras se asegura de que el peligro ya ha pasado.
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