El 'dunguismo' acaba con Brasil
Destruido el mecano defensivo, la incapacidad de su seleccionador despeña a la 'canarinha' ante una Holanda que no cautiva, pero sabe aprovechar los errores del adversario
Hace 16 años, en el fútbol brasileño se incubó un virus. La canarinha llevaba sin ganar el Mundial desde México 1970 y Carlos Alberto Parreira, el seleccionador de entonces, decidió la mutación. Brasil se europeizó y salió triunfador en 1994, con Carlos Dunga, un futbolista recio, bronco y sin luces en los pies, como máximo exponente del trueque. La cepa se extendió y, con Dunga ya como técnico, Brasil se sintió inmune al fracaso. Hacia el trono por la vía industrial, sin concesiones al arte que había divinizado a Leónidas, Pelé, Garrincha, Jairzinho, Rivelinho... Incluso a Zico, Falção y Cerezo, que nunca fueron campeones del mundo, pero están grapados en la retina de todos los nostálgicos.
Ayer, este Brasil de brocha larga también fue repatriado antes de tiempo, como el equipo de 1982. A diferencia de aquel, de este apenas habrá eco. Si acaso se hablará del dunguismo, salvo que en Brasil se encuentre antídoto. Tampoco Holanda, su verdugo, cautiva como antes, pero el fútbol siempre ha estado en deuda con los naranjas. En Puerto Elizabeth se cobró parte de ella y ni siquiera necesitó una de sus grandes generaciones. En esta Holanda no hay cordón umbilical con los viveros del Ajax de Michels y Cruyff, ni con el de Van Gaal y Kluivert y aún menos con el del Milan de Van Basten y Gullit. A esta Holanda algo desteñida le bastaron dos jugadas algo azarosas para desterrar al pentacampeón, lo que retrata más a los de Dunga, que, con todo a favor, se contuvieron a la espera de cualquier ocurrencia propia. O, mejor, a la espera de que el rival no tuviera ninguna. Si el fútbol se deja en manos de los bingueros, todo es posible.
Resultó caricaturesco que Brasil se despeñara por dos graves errores defensivos, supuestamente el cum laude de Dunga. En el primero, tras un centro de Sneijder desde un costado, Julio César y Melo se estamparon y la coronilla de este pasará a la historia. En 97 partidos en los Mundiales nunca un brasileño se había autogoleado. Es lo que tiene tanta montonera en la defensa propia. El segundo también fue significativo. Robben lanzó un córner y hubo dos peinadas. La de Kuyt y la decisiva del más bajito sobre el césped, Sneijder, anclado en el área pequeña de Julio César. Es lo que tiene defenderse en un bosque con tanto defensa propio. Para colmo, Melo, uno de esos dunguistas que su técnico alinea con fórceps, se procuró otro titular en el anecdotario de la Copa. Desde ayer es el primer jugador en 80 años de torneo que se marca un gol y es expulsado.
Antes de que Holanda remara, Brasil tuvo el partido a su antojo. Un gol de Robinho, propiciado no solo por un buen pase del ubicuo Melo, sino también por la falta de aplicación de los centrales holandeses, le abrió las puertas de las semifinales. Prueba del disloque defensivo de la selección de Van Marwijk -Ooijer se alistó a última hora por lesión de Mathijsen en el calentamiento- es que al cierre de Robinho por el callejón central llegó Robben. Holanda estaba gripada, con la peor versión de Van Persie, con Robben ofuscado con Robben y Sneijder fuera de plano. Pero a Brasil le gusta jugar con el candado, siempre con cinco escoltas ante Julio César. Como mínimo, si Maicon esprinta, con tres de los cuatro defensas y los matracas (Melo y Silva). En los mejores momentos de los brasileños, Kaká, primero, y Maicon, luego, estuvieron a punto del gol. Brasil no es corista. No hay acordeón: los de arriba se buscan la vida entre ellos para que no se destape Julio César.
Nada cambió en Holanda en el segundo acto, igual de poco fluida, salvo dos goles circunstanciales. Robben, a base de faltas que lo eran y otras que no, sacó de quicio a más de un brasileño. Dunga, doctorado en los juegos subterráneos, retiró a Bastos, marcador del extremo del Bayern y que ya tenía una tarjeta, pero sostuvo a su titán Melo, tan proclive a los cortocircuitos. A un gol del empate y con más de 20 minutos por delante, el jugador del Juventus pisoteó a Robben en el suelo. Lo vio Nishimura, el árbitro, y ante Brasil apareció un himalaya. Con la diana de Sneijder, Dunga bien podría haber retirado a uno de los dos medios defensivos. No lo hizo. Todo riesgo le paraliza. Expulsado Melo, pudo haber retirado a un defensa y acabar a pecho descubierto. No lo hizo. Al contrario, retiró a un goleador, Luis Fabiano. Derribado el mecano defensivo, no había otro manual y a Dunga siempre le costó improvisar en el campo y fuera de él. Con Brasil al borde del precipicio, tampoco agotó el tercer cambio. Ni siquiera ordenó a Lucio o Juan, sus poderosos centrales, que hicieran de arietes postizos. Brasil estaba paralizada por el dunguismo.
Huntelaar, torpe, muy torpe, incapaz de resolver dos jugadas de ariete parvulario, alargó la angustia de Holanda. Al final, más serpentinas para Sneijder y Robben, finalistas de la Liga de Campeones, a una estación de la última cita del Mundial. Y Kaká, de nuevo frustrado. Como Cristiano Ronaldo. El fútbol no es bursátil. Prevalecen otros valores. Algunos encuentran atajos de vuelta en el exilio. Otros, como Dunga, se empeñan en capar la escuela más artística que haya existido.
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