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HISTORIAS DE UN TÍO ALTO | NBA
Columna
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Contra la barrera del racismo

Volví a Estados Unidos a tiempo de celebrar el Día de San Patricio, lo que estuvo bien, sobre todo porque es una fiesta fantástica. Yo soy de origen irlandés (mi segundo nombre es Murphy). Así que tengo algo de relación con el 17 de marzo, aunque mi moderado carácter irlandés no tiene nada que ver con disfrutar de esa fiesta. Al igual que a la mayoría de los seres humanos racionales, me gusta vestirme de verde y ver a la gente hacer el ridículo en pleno día.

Mi novia medio española apenas sabía nada del Día de San Patricio (huelga decirlo: no hay muchos irlandeses en la península Ibérica). Por lo tanto, era mi responsabilidad iniciarla en las costumbres de esta fiesta. Fuimos a un desfile, le hice beber una Guinness (para ser más exactos, un sorbo de una Guinness) y le obligué a ponerse algo ridículo y verde: mi réplica de la camiseta de Larry Bird, de los Celtics de Boston. Ella, que es europea y siempre va a la última, estaba horrorizada. Yo, que soy blanco y estadounidense, estaba encantado.

Los sospechosos de rigor (mis conciudadanos estadounidenses de rostro pálido) estaban tan contentos como yo de ver a una rubia alta con el uniforme de los Celtics. Hubo intercambio de palmadas y se oyeron piropos ("imponente, esa camiseta de Bird"). Pero los blancos no eran los únicos encantados con la camiseta del blanco más famoso de la historia del baloncesto: a los negros también les encantaba Larry. Y no iban de broma. Algunos de ellos llevaban puesta también una camiseta de los Celtics. Las suyas tenían nombres de negros en la espalda: Pierce, Garnett o Allen. Pero seguían siendo camisetas de los Celtics. Este fenómeno me hizo pensar en lo mucho que han cambiado las relaciones raciales en mi país y en cómo a la NBA se le sigue sin reconocer su sutil contribución a esta cuestión.

Al desfile del Día de San Patricio, de Kansas City, no va lo mejorcito de cada casa, un hecho que mi novia mencionó en múltiples ocasiones. Vi a gente gorda con el pelo verde. Vi a gente gorda embutida en pantalones verdes. Vi a gente gorda con camisetas verdes que llevaban estampada la foto del primer presidente negro de la historia de mi país. Pero no me fijé en nada de ello. Ni siquiera en lo del presidente negro. Estaba disfrutando del maravilloso día, del desfile y de estar en casa.

Vuelta a lo mismo: Estados Unidos tiene un presidente negro y... estaba en las camisetas de la gente. Un acontecimiento importante, sin duda. Pero, si alguien me hubiera preguntado hace 15 años cuál de estas cosas pensaba que llegaría primero, no cabe duda de que habría respondido "presidente negro" antes que "los negros son fans de los Celtics".

En los años 80, la división era sencilla y meridiana. A los blancos les gustaban los Celtics; a los negros, los Lakers (a los negros y a los blancos guays; a mí me gustaban los Celtics, por supuesto). Con la de veces que le dijeron "¡choca esos cinco!" a mi novia por llevar la camiseta de los Celtics me quedó claro que, para los fans de la NBA, ya no existe la barrera del color. No me gusta ponerme melodramático porque preferiría mil veces contar chistes escatológicos o hacer comentarios socarrones sobre el pelo de Sasha Vujacic, pero es posible que el final de la división racial esté cerca y quizás tengamos que plantearnos darle las gracias a la NBA. O, mejor, quizás tengamos que agradecérselo a un hombre.

Algún día, en el Mes de la Historia Negra (sí, tenemos un mes así), los niños aprenderán cosas sobre los sospechosos de rigor (Martin Luther King, Malcolm X y Abraham Lincoln). Y luego pasarán al capítulo que trata sobre los inicios del siglo XXI. Está claro que habrá una foto de Barack Obama. Pero, después de él, habrá un blanco. Antes jugador de baloncesto, ahora director general, padre de un nuevo día y una nueva era en las relaciones raciales, como pudimos comprobar mi novia y yo el Día de San Patricio de 2009 en Kansas City, Misuri.

Danny Ainge, mormón, base, un héroe para la humanidad.

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