Solidarios a la fuerza
Conminado por el líder Cancellara, el pelotón neutraliza la etapa tras una caída masiva
El ciclismo se puede dividir en viejos y jóvenes. Los jóvenes, como dice el tópico, son ingenuos, utópicos, creen en la bondad innata del ser humano y en las virtudes del compañerismo, dos nociones que aún no han tenido tiempo de contrastar con la realidad. Los viejos son resabiados, de colmillo retorcido, tienen memoria, recuerdos de batallas ganadas y perdidas cuyas cicatrices se les han marcado en el rostro en forma de arrugas. Los jóvenes creen salvaje la vieja ley no escrita del ciclismo de que a rival caído ni se le da una mano ni una rueda, sino un acelerón. Los viejos la respetan porque forma parte de la madurez asumida. Ambos campos entraron en conflicto ayer: ganaron los jóvenes.
A varios se les rompió el ánimo viendo cómo se le regaló el triunfo y el liderato a Chavanel
Eddy Merckx es eterno, joven y viejo a la vez, como recuerda una lápida en la cima de Stockeu, una suave colina en las Ardenas belgas con una abrupta carretera. Armstrong, también, aunque el único monumento a su gloria en las carreteras sea un recuerdo de su caída en Antigüedad, en el Cerrato palentino. Merckx ganó el Tour del 71 porque cuando oyó que Ocaña se había caído persiguiéndole en el descenso del col de Menté, aceleró para sacarle más tiempo. Armstrong ganó los Tours del 99 y 2004 porque cuando oyó que Zülle se había caído, entre otras decenas de corredores, en el pasaje del Gois, y Mayo entrando al pavés de Waterloo, aceleró para sacar más tiempo. Las reacciones del ciclismo viejo.
Ayer, ambos dioses del Tour fueron jóvenes, solidarios.
Descendiendo la colina de Stockeu por la loma por la que se sube habitualmente en la decana de las clásicas, la Lieja-Bastogne-Lieja, una moto de televisión se fue al suelo desparramando aceite y gasolina en su caída, convirtiendo, de paso, la carretera en una pista de patinaje en la que cayeron no menos de 30 o 40 corredores. En un visto y no visto el plácido paisaje rural tamizado por un suave sirimiri se transformó en un paisaje después de una batalla, con cuerpos caídos, esparcidos hasta donde alcanzaba la vista. Así lo describió Armstrong, uno de los caídos, a quien -recuerden, tiene ya 38 años, cuatro hijos y uno en camino- se le encogió el corazón. También cayeron Contador y los hermanos Schleck. De los que luchan por la victoria final solo se libraron Sastre, Menchov y Evans, que vivieron en primera línea el show del fair play protagonizado por Cancellara, quien desde la autoridad que le conferían su maillot amarillo y su disposición a sacrificarlo propiciatoriamente -y el interés de proteger a los Schleck, sus compañeros de equipo, los más damnificados: a 25 kilómetros de la meta el pelotón se quebró en tres grandes grupos detrás del solitario fugado, el tenaz Chavanel. En el primero, los ilesos, entre ellos Cancellara; en el segundo, Armstrong, Contador y Basso; en el tercero, los dolientes hermanos luxemburgueses- y su juventud no cejó hasta conseguir neutralizar la etapa. En el segundo grupo, Contador rápidamente propuso esperar a Andy Schleck, que es su amigo y su gran rival para la victoria final -"hice lo que me gustaría que hicieran por mí", dijo-, pero para que la solidaridad fuera completa también fue necesario que Cancellara frenara a los de su grupo, entre los que marchaban Sastre y Menchov -viejos que se callaron acogotados por el impulso joven: "Cancellara me dijo que la etapa había sido neutralizada", dijo Sastre-, y también Freire e Iván Gutiérrez, a quienes se les rompió el ánimo viendo cómo se le regalaba la victoria de etapa y el maillot amarillo a Chavanel. "Yo me enfrenté a un dilema moral", dijo el campeón de España, que no es ni viejo ni joven y peleó para romper el ritmo muerto. "Comprendo que se espere a los caídos, pero no que se regale la etapa y tanto a Chavanel y su equipo. Yo no me moví porque seguro que si lo hacía me ponían una cruz para el resto del Tour".
Dos etapas y media del Tour han pasado pero los rostros de los corredores, visajes de veteranos de la guerra de Marruecos, por lo menos, señalan que han pasado 10, o 15. El cortisol liberado para luchar contra el estrés tremendo empieza a hacer estragos. No hay descanso. Tampoco aún sueño reparador, sino pesadillas. Lamentos por lo pasado ayer, miedo por lo que sucederá hoy en el temido pavés de Roubaix. Una duda: ¿Quién esperará a quién tras las seguras caídas de hoy? Una certeza: "Cuando lo de Ocaña la situación fue diferente, hoy han hecho muy bien". Lo dijo Merckx, presente en la meta de Spa. A su lado, sonreía ingenuamente Christian Prudhomme, el director del Tour, quien no perdió la compostura ni cuando el público en la llegada abucheó sonoramente al pelotón solidario.
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