El niñato
Drazen Petrovic ha añadido en Tenerife, con su salida del campo dando cortes de managas al público, después del partido Yugoslavia-Canadá, un eslabón más a su brillante carrera de actos antideportivos.Drazen Petrovic ha conseguido en poco más de dos años convertirse en epicentro de amenazas, promesas de lichamientos y antipatía generalizadas. Ni Kicanovic, un caballero en comparación con el jugador que ahora me ocupa, logré a lo largo de su dilatada carrera deportiva despertar tanto odio, no sólo en sus contrarios, sino en el público en general.
Se podría pensar que personalmente le guardo rencor por el hecho de habernos causado un buen número de derrotas en las dos últimas Copas de Europa. Nada más lejos de la realidad. Es más, un individuo de la clase de Petrovic sólo puede inspirar un sentimiento: desprecio.
Este desprecio es compartido por casi todos los jugadores que han tenido la desgracia de enfrentarse a semejante sujeto. Sabonis ha prometido volarle la cabeza en cuanto pueda. El Limoges predijo una caza implacable en el partido de vuelta de la liguilla final de la copa de Europa, después de que en Zagreb sufriera -como todos los equipos- variedad de afrentas. Está cercano el día en que alguien le devuelva, aunque sea en mínima proporción, todo lo que él ha dado.
En cuanto a su faceta deportiva -empañada por su incalificable conducta- no hay que ser un lince para darse cuenta que es un superclase. Su dominio de los fundamentos básicos del baloncesto -bote, pase, tiro- le permite ser implacable en el juego. Su salto y rapidez de tiro, así como su estatura, le permite plantarse en posiciones cercanas al aro sin importarle la salida de pívots mucho más altos que él. Esto, añadido a su magnífico tiro lejano, hace de Petrovic el mejor jugador de ataque de Europa.
En la otra parte del campo, nada más reseñable que sus continuas tretas para sacar de quicio a su atacante y lograr que esté más pendiente de evitar sus perrerías que de jugar al baloncesto.
Si esto no fuera poco, cuenta con una habitual protección arbitral. No se sabe bien por qué, pero a Petrovic se le permiten cosas que a otros les causarían, si no la expulsión, sí un buen número de faltas. Sus zancadillas, escupitajos y todo tipo de payasadas pasan por delante de las narices dé los árbitros con su total consentimiento. Cuando él tiene la pelota, la probabilidad de que piten falta personal es mucho mayor que si la tuviese otro. Así, no hay partido en que no tire un mínimo de 10 a 12 tiros libres. Algunos son justos, pero muchos resultan demasiados regalados.
Drazen Petrovic se convertirá con toda seguridad en una de las figuras del Mundial. Clase le sobra para serlo. Ahora bien, si para ser tan buen jugador hay que ser un indeseable, prefiero jugar como un mediocre. Y sin tener que sacar la lengua ni poner ese careto.
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