Nadal oposita a leyenda
El español supera a Youzhny y jugará la final para ser el más joven en completar el 'Grand Slam'
Negra es la escarapela con la que el ruso Mikhail Youzhny rinde homenaje a las víctimas de los atentados del 11-S. Negra es la jornada que vive el ruso en el humeante calor de la mañana neoyorquina, dorado el sol, brillantes los relojes y sus destellos, pegadas las toallas de los recogepelotas contra el suelo para evitar que les hiervan las rodillas. Negra está la tez de Rafael Nadal, clasificado por 6-2, 6-3 y 6-4 para su primera final del Abierto de Estados Unidos (22.00, Canal +, retrasado por la lluvia), donde jugará contra el vencedor del Roger Federer-Novak Djokovic. Y negras, negrísimas, tan solo coloreadas con breves pespuntes de verde fosforito, son las zapatillas que le traen al número uno a mitad del encuentro, quizás dolorido el pie izquierdo, inquietada por un momento su colosal obra tras la atención del fisioterapeuta, imperial, finalmente, su mañana, que le cita con la historia. A los 24 años, Nadal puede ser el más joven en ganar los cuatro grandes.
El bello revés del ruso fue una herramienta suicida ante la derecha combada del balear
"Jugar por primera vez la final en la central más grande del mundo es un sueño", dijo el mallorquín aún sobre la pista, despejada con el pie una pelota en la celebración, intensos, vibrantes como piel de tambor los saltos de alegría. "Estoy feliz, esta gente me hace sentir como en casa cada día", prosiguió tras quedarse extasiado a un centímetro de la red. "Fui agresivo, mi servicio siguió funcionando bien y quizás él estaba más cansado que yo. Ahora, a ver un poco de la otra semifinal. Una cosa: no me quiero olvidar, este es un día muy difícil y quiero darle mi apoyo a las víctimas de los atentados del 11-S y sus familias".
Antes de esas palabras, antes de los gritos de la gente ("¡Rafa, cómetelo, que es suyo!"), antes del bello revés de Youzhny, de su romántica resistencia, suicida intención de frenar al destino a base de buen ánimo (ese perfecto revés a una mano sufre y sufre siempre contra la derecha combada de Nadal), los prolegómenos del partido. Salen a la pista un grupo de militares vestidos de gala, porque es el aniversario de los atentados del 11 de septiembre. Suena por la megafonía Matador, de Los Fabulosos Cadillacs. Y llega Nadal a la pista con aire decidido, un gigante se diría, si la medida de su estatura es el rostro apesadumbrado con el que le observa, apoyado contra una pared del vestuario, Boris Sobkin, el entrenador de Youzhny.
Pasadas las 2h 13m de partido; perdido el saque por segunda vez en todo el torneo (para 4-4 en la tercera manga: inmediatamente Nadal lo recupera y gana el partido; está fuerte, no hay duda); vigente aún el objetivo de ser el tenista que ha vencido el Abierto habiéndolo perdido en menos ocasiones (cinco, Andy Roddick en 2003), Nadal dedica unos momentos en la caseta a hablar con los suyos y digerir lo que se le viene encima.
Al llegar a la final del Abierto, el mallorquín, que busca su noveno grande, mira a los lados y ya solo ve leyendas. Al clasificarse para jugar el segundo domingo del torneo, sacrosanta cita en el tenis, Nadal observa y deja atrás a nombres míticos. Y al coger billete para hoy en la Arthur Ashe, Nadal entra en un reducidísimo grupo: son bastantes los tenistas que consiguieron ganar tres de los cuatro grandes, pero de ellos solo cuatro (Stefan Edberg, Ivan Lendl, Ken Rosewall y él mismo) dieron el paso competitivo de luchar en la final del que les faltaba. El español no solo puede ser el séptimo jugador que logre ganar los cuatro torneos del Grand Slam (Andre Agassi, Don Budge, Roy Emerson, Roger Federer, Rod Laver y Fred Perry). Puede ser, también, el tercero, tras Agassi y Federer, que lo logra en la época de la pluralidad de superficies, dividido el mundo entre los tres reinos del cemento, la arcilla y la hierba. Puede ser, además, el más joven en hacerlo (24 años). Y puede ser, por supuesto, el primero que conquiste Roland Garros, Wimbledon y el Abierto de Estados Unidos seguidos y en tres superficies distintas. Simplemente, tremendo.
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