Moscú 80, triunfa el boicoteo
"Si no te importa, acércate un momento a la pista de calentamiento y habla con González (22 años), que le he visto un poco raro. A ti te hará caso. Vete a ver y anímale un poco". Estaba yo sentado en la posición de comentarista de Radio Nacional de España en el estadio Lenin de Moscú, cuando Carlos Gil, director técnico del atletismo español y periodista acreditado de El Adelanto de Salamanca, se me acercó y me hizo ese comentario. Miré el reloj y faltaba una hora para volver a entrar en la radio.
Ya en la pista, me encontré a Paco Sánchez Vargas (22 años), que estaba calentando para correr la final de 3.000 obstáculos. Le pregunté por José Luis y me dijo que no había llegado aún y que lo haría en el próximo autobús que venía de la Villa Olímpica, pero que Domingo Ramón (22 años), que iba a disputar también la final de obstáculos, no estaba calentando y además no quería correr. Me encontré a Domingo sentado junto a la colchoneta de pértiga, cabizbajo y tocándose la pierna derecha. "¿Qué te pasa hombre?", le pregunté. "Nada", me respondió; "estoy lesionado, me he dado un golpe en la pierna con el hierro de la cama y no puedo correr. Además yo me quiero marchar a mi casa. Aquí no pinto nada y no quiero correr". "Mira", le dije, "es la final olímpica, estás corriendo fenomenal, venga enséñame la pierna, vamos, que es la última carrera y mañana te vuelves a España". Poco a poco se fue quitando el vendaje que le cubría desde el tobillo a la rodilla y ¡allí no había nada! Accedió a empezar a calentar y en el siguiente paso de Vargas por nuestro lado, se unió a él.
La historia de los Juegos de Moscú |
La representación española |
El calendario de Pekín 2008 |
Como el autobús de González se retrasaba y yo tenía que entrar en la radio, me volví a mi posición en la tribuna.
Juan José Castillo y Antolín García compartían la habitación 1.519 del Hotel Cosmos en Moscú durante los Juegos Olímpicos de aquel verano de 1980. El olor a tabaco y esas voces inconfundibles se dejaban sentir nada más salir del ascensor, pues la puerta siempre estaba abierta. Abierta para un consejo, una ayuda, una noticia, una copa, un cigarro, una bronca.... lo que tocase. Pero con el cariño y la autoridad que sus conocimientos y experiencia les daban. A veces, esas voces iban subiendo de tono. A Castillo y Antolín, encantadores, correctos, brillantes y excepcionales en las tareas profesionales, les encantaba discutir en privado. Eran lo más parecido a Jack Lemmon y Walter Matthau.
El presidente de los Estados Unidos Jimmy Carter, del partido demócrata, decretó el boicoteo a los Juegos, como protesta a la invasión soviética de Afganistán en la Navidad de 1979 y amenazó a los deportistas de su país que se negaban a seguir la orden con retirarles el pasaporte. Reducir a la mitad el número de enviados especiales a los Juegos y no transmitir la ceremonia inaugural fueron las dos decisiones que tomó el director general de RTVE como apoyo al boicoteo. El Gobierno había decidido que España participaría bajo el himno y la bandera olímpica.
Ningún deportista norteamericano participó en los Juegos, Afganistán sigue en guerra, aunque han cambiado los enemigos. Carter, sin ningún rubor, se pasea por el mundo como mediador de paz en zonas de conflictos; España ganó más medallas (seis) que nunca hasta ese momento; Domingo Ramón fue 4º en la final de 3.000 obstáculos y Vargas, 5º en una carrera memorable; José Luis González cayó eliminado en la semifinal de 1.500; Juan Antonio Samaranch fue elegido presidente del Comité Olímpico Internacional y China, que boicoteó aquellos Juegos, se prepara para inaugurar los de Pekín 2008... y la URSS ya no existe. Ni Castillo, ni Antolín, que permanecen en nuestra memoria. Para ellos, con todo mi afecto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.