Messi, el niño del campeón
La gran estrella del Barcelona cuenta con el cariño y el respeto de un vestuario y un entrenador incapaces de descifrar sus arrebatos ni de interpretar sus emociones
Hastiado por tanta estopa como había recibido, Messi golpeó la bola contra la grada del Bernabéu ante la sorpresa de la hinchada del Madrid y el asombro de los aficionados al fútbol, incrédulos por la jugada. Jamás se le había visto una reacción tan visceral, acostumbrado como está a guardar silencio, a jugar y a marcar goles, siempre con tanto respeto hacia sus compañeros como hacia el adversario, incluso cuando le tiran, cosa nada fácil. Imposible descifrar habitualmente a Messi, y mucho menos presentir sus enfados, adivinar qué le pasa es algo serio.
La Pulga se enfurruña muy de vez en cuando y se porta como un niño. Los suyos han sido hasta ahora arrebatos infantiles y, como tales, tampoco merecen respuestas propias para los futbolistas convencionales. No se le ocurrió pedir perdón por el balonazo de Chamartín en el partido de Liga porque ni siquiera se disculpa cuando se equivoca en el Barcelona. Messi no hablaba en el recreo ni ahora habla en el campo y, sin embargo, siempre hubo cola para poder jugar en su equipo.
Se enfada y desenfada sin que nadie pueda poner remedio hasta que se le pase
No hablaba en el recreo ni ahora en el campo, pero siempre hubo colas para jugar con él
En cierta ocasión se entrenó con una cucharilla en la boca: estaba mosqueado
A Villa le dijeron que no compitiera con él en goles; a Thiago, que le pase el balón
El año pasado no se presentó al entrenamiento después del partido contra el Sevilla. El entrenador le había dejado en el banquillo para que descansara y el equipo dio buena cuenta del rival en el Camp Nou: 4-0. Nadie reparó en el mosqueo de Messi. Pensaban en el club que se había resfriado o que le había ocurrido un imprevisto cuando al día siguiente no pasó por el estadio. Ocurrió que se había molestado por su suplencia y hubo que aguardar a la mañana siguiente para saber que el cabreo se le fue de la misma manera que le vino, sin saber por qué, como ocurre casi siempre, acostumbrados como están todos a los chispazos de La Pulga.
Los compañeros lo asumen y el entrenador lo consiente, porque forman parte del equipaje. Messi se enfada y desenfada sin que nadie pueda poner remedio, sino que hay que aguardar a que se le pase: La Pulga agacha entonces la cabeza, hace ver como que no ha pasado nada y se reincorpora al grupo sin que nadie le diga nada. Así se disculpa. Aceptado.
Un día compareció en el campo con la cucharilla de plástico del café en la boca y no la soltó hasta que se acabó el rondo. Aquel gesto fue interpretado como una señal de que Messi estaba contrariado, porque alguien no le había pasado el balón o quién sabe por qué demonios. Nadie intervino, sin embargo, para saber el motivo. Mejor así. A veces pasan días hasta que se conoce la causa del mosqueo y, por norma, es a través de uno de sus compañeros más íntimos, como Milito. Nunca ha ido a mayores y la gente ya se ha acostumbrado a sus desaires tanto como a sus goles. Cosas de críos, caprichos si se quiere de un futbolista cada vez más genial y solidario, entregado a la causa del equipo, el menos egoísta seguramente de los divos. La cuestión consiste, simplemente, en ser su cómplice, ganarse su aprobación o procurar al menos que no te coja ojeriza. A Villa, por ejemplo, le advirtieron nada más llegar al Barcelona que se olvidara de competir a goles con La Pulga y a Thiago le tienen dicho que por más artista que se sienta, mejor que le pase al balón a Leo y aguardar a que se lo devuelva, como signo de que ha sido admitido.
A sus 23 años, Messi es cada día mejor futbolista y más querido en el vestuario del Camp Nou. Ha pasado a ser ya el tercer máximo goleador de la historia del club y el Barcelona está convencido de que su impacto en el juego es comparable al que tuvo Di Stéfano en el Madrid. Menotti comentó recientemente: "Evoluciona a cada partido porque tiene más claridad cuando va a otros espacios. En los momentos en que no tiene la pelota, no interrumpe sino que participa". Desequilibrante en ataque, se ha distinguido en la serie del clásico por ser uno de los mejores defensores. El Madrid le hizo 11 de las 31 faltas acumuladas en el partido de vuelta de la Champions y, en contrapartida, Messi fue el azulgrana que más infracciones cometió en los cuatro partidos: 14 de 68. No hay futbolista en el mundo que ejecute las jugadas a la velocidad de La Pulga, más rápido con la pelota que sin ella, aspirante al tercer Balón de Oro consecutivo, de nuevo peleando por el Pichichi y la Bota de Oro.
Autor de más de 50 goles esta temporada, por 47 de la anterior y 38 de la primera con Guardiola en el banquillo, La Pulga es competitivo por naturaleza y resulta difícil poner techo a su carrera. Aseguran que no le gustó que la prensa no tuviera presente que pudiera ganar la pasada edición del Balón de Oro, cuando se impuso a sus compañeros Iniesta y Xavi, y se sabe que se ha puesto como meta ganar con Argentina el Mundial de Brasil. Necesitará la ayuda de sus compañeros y del técnico de la albiceleste como la tiene en el Barça. Messi necesita del equipo y el equipo de Messi.
En una entrevista concedida a El Mundo, confesó: "Si me encierro en mí mismo, me vuelvo loco". Así que sale por la misma puerta que entró sin que nadie se dé cuenta. Hasta el punto de que es capaz de asistir a una juerga autorizada de sus compañeros y no levantarse de la silla en toda la madrugada sin haber cruzado palabra casi con nadie. Así es Messi, el niño del campeón.
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