Kaká hace bueno a Benzema
El sistema sin delantero centro con el que ha experimentado Mourinho rebaja el poder rematador del Madrid
Benzema se sentó en el banquillo junto a Adán y se miró las botas amarillas ensimismado. No podía ocultar la tristeza. Granero se acomodó a su lado, le abrazó y le dio un beso en la cabeza para reconfortarle. El día de la sentencia había llegado antes de lo previsto. Fue el domingo en Almería. "Benzema no podrá jugar siempre", avisó José Mourinho hace un mes, como quien advierte de la inminencia de una calamidad; "y el día que no juegue tendremos que cambiar de sistema".
El Madrid pasó de jugar con un 4-2-3-1, con un punta de referencia, a hacerlo con un 4-2-4, con cuatro atacantes que se mueven por todo el frente del ataque. La primera prueba fue en la segunda parte del partido de Copa, ante el Atlético, el pasado jueves. Pero en Almería el despliegue se hizo de entrada. El resultado no permite apreciar ventajas. En las 19 jornadas de Liga disputadas, el promedio de remates del Madrid es el más alto de la competición: 18 por partido. Desde la lesión de Higuaín, sus delanteros intimidan menos a los porteros contrarios: 14 disparos contra el Getafe y 15 contra el Villarreal. En Almería la producción subió a 23, sobre todo a partir del ingreso de Benzema en la segunda parte.
Desde la lesión de Higuaín, los arietes blancos imponen menos
Contra el Atlético, el equipo jugó una mitad con Kaká y otra con Benzema. Logró 20 tiros con Benzema (ocho entre los tres palos) y 10 con Kaká (cuatro a puerta). Si Benzema no es un rematador, la estadística invita a pensar que con él en el campo sus compañeros llegan mejor arriba. En Almería, el Madrid remató 10 veces con Kaká (cuatro a puerta) y 13 con Benzema (seis a puerta). Con el francés, que dio una asistencia, se aclararon las jugadas y se consiguió un gol. A Kaká se le vio desubicado. Muy necesitado de adaptación a unas funciones que le deben de resultar un poco ajenas. Sobre todo, cada vez que le dieron un pase cerca de los centrales contrarios, en posiciones de nueve. Kaká no supo aguantar la pelota ni la jugó a un toque. Marcelo Silva y Carlos García, los centrales del Almería, le robaron todos los balones que recibió de espaldas. Este detalle no solo contribuyó a que el Madrid tuviera problemas para elaborar las jugadas. Privó al equipo de profundidad suficiente.
En el túnel de vestuarios se vislumbró el partido antes de que comenzara. Casillas estaba taciturno, como si le asaltasen oscuras sospechas. Por detrás, le siguió Sergio Ramos, saludando a compañeros y rivales: Alonso, Albiol, Uche, Carlos García, M'Bami, Khedira, Arbeloa... Las dos filas avanzaron hacia la luz cuando Kaká se asomó al vano que comunica con los vestuarios. Caminaba sonriendo y Marcelo lo animaba como empujándolo para que saliera. De pronto, vio que iba demasiado lejos y se detuvo. Algo se le había olvidado. Marcelo saltó al campo. Pasaron Di María y Özil y él miró anhelante hacia el fondo. No se movió hasta que adivinó el tupé recién peinado de su inseparable amigo, el único que le defendió sin vacilar, cuando todos sus colegas le acusaron de borrarse, hace un año. Hasta que Cristiano se le acercó y le dio una palmadita en el culo, Kaká no reunió el valor de salir a jugar. Iba a ser titular por primera vez desde marzo del año pasado. Además de jugar de inicio, debería hacerlo en un sistema insólito para él: obligado a hacer muchas de las funciones propias del delantero centro.
"Hemos desperdiciado entre 45 y 60 minutos del partido", se lamentó Arbeloa tras el empate (1-1); "esto, en Primera, lo pagas". Los jugadores del Madrid regresaron con la sensación de haber dejado escapar una parte del campeonato. Y todos recordaron que el tiempo perdido coincidió con la aplicación del nuevo sistema. Hasta que Mourinho cambió a Kaká por Benzema en el minuto 55.
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