Gestionar la angustia en 94 segundos
Sastre afirma que está "listo" para la batalla decisiva, los 53 kilómetros contrarreloj y contra Evans
Juan Antonio Flecha llevaba prendido en los tirantes un corazón de hojalata que creía vivo e inoxidable. Se emocionaba cuando lo sentía latir acelerado -hoy es mi día, pensaba-. Pero ayer, tras embalarse al principio, se detuvo de súbito. Nada. Muerto. Tan muerto como Flecha y dos compañeros de penurias que llegaron fuera de control, casi media hora después de que Sylvain Chavanel hubiera hecho un poco más felices a los franceses, en especial a los de la fea y cálida Montluçon, con su victoria en una etapa corrida a casi 46 kilómetros por hora. La pasión, el doble corazón, le fue fatal al ciclista del Rabobank. Poco antes de su llegada a cámara lenta, Walkoviak había vuelto a vestir a Carlos Sastre de amarillo, un maillot que lleva sobre los hombros y que desea que sea eterno. Se emociona viéndolo en la habitación, simplemente arrojado sobre una silla, y cree que le ha cogido tanto gusto a su piel que hoy le dará fuerzas suplementarias para quedarse donde está.
"Me siento tranquilo. Tengo delante de mí esta oportunidad y voy a luchar por ella"
"¡Tonterías! ¡Qué bobadas!", reniega Ángel Arroyo, que también es de Ávila, del mismo El Barraco, pero que es tan berroqueño como Sastre sensible; "ni el maillot da alas ni nada que se le parezca. Lo que pasa es que el que lo lleva al final es normalmente el más fuerte y por eso suele hacer buenas contrarreloj". El propio Arroyo, en la Vuelta a España de 1982, comprobó tal tautología cuando él, un escalador puro, ganó una contrarreloj llana en La Mancha vestido de amarillo. Pero, como ni Evans ni los jefes de su equipo, el Silence, deben de tener entre sus autores de cabecera al sabio Arroyo y, así, creen tanto como Sastre en las virtudes benéficas del maillot, han trabajado en la puesta a punto de un antídoto de eficacia conocida: la angustia.
"La angustia de quien lo lleva y teme perderlo", precisa Roberto Damiani, el italiano que dirige al australiano; "la gestión de la angustia que invadirá a Sastre cuando empiece a recibir referencias de los tiempos de Evans antes de su paso. Porque Cadel va a empezar fuerte, tan fuerte que Sastre va a pensar que sus 94 segundos de ventaja se van a quedar en nada antes de la mitad de la contrarreloj; de los 53 kilómetros, que acabarán convertidos en tortura".
"Haré todo lo que sea para no tener que volver a pasar por lo mismo", clama Evans, aquella cara tan seria, tan malhumorada, en el podio de los Campos Elíseos de 2007, a la izquierda de Alberto Contador, de un triunfo del que le separaron sólo 23 segundos. "Pero esta vez el rival no es Contador", suspira Evans, que ha elevado al grado de caricatura, de lo grotesco casi, el habitual comportamiento obsesivo-compulsivo de los grandes deportistas y que, al igual que no descuida ni un detalle, conoce de memoria las diferencias que él, su gran motor, ha sacado en las últimas contrarreloj largas -un terreno en el que son más importantes los vatios totales, su fuerza, que los relativos al peso, el poder de Sastre- al escalador de El Barraco. En las tres últimas, las dos de 2007 y la primera de 2008, la media de segundos por kilómetro se acerca a tres, lo que hoy le llevaría a una ventaja de más de 2m 30s: hasta le sobraría un minuto en París.
"Pero cada año es un mundo", rebate Sastre; "el pensar en las referencias de entonces no me ha robado un gramo de energía". Y, además, Evans también sabe que ningún ciclista, por muy superior que haya sido, y ni siquiera él, ha enjugado nunca una ventaja superior al minuto en la última contrarreloj. Lo que algo quiere decir, si no reflejar en carne de reloj la leyenda del maillot con alas.
"¿La angustia psicológica? ¡Bobadas!", alega Sastre, que también tiene su carácter y que afronta el hecho de que el Tour, más de 3.500 kilómetros y casi 90 horas de duración, se resuelva en 53, en poco más de una hora de ejercicio, en una diferencia que puede quedarse en mínimos segundos, como la última gota del cáliz de la amargura que ha de sublimarle: "En la rampa de salida estaré como siempre, sólo que de amarillo, jugándome el Tour y sabiendo que me dolerán las piernas de la primera a la última pedalada, un dolor que sólo se supera sufriendo. Y, extrañamente, me siento tranquilo y relajado. Tengo delante de mí esta oportunidad y voy a luchar por ella. El gran día ha llegado y yo estoy listo".
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