Djokovic se hace 'grande'
El serbio gana a los 20 años su primer título del 'Grand Slam' con el público jaleando al francés Tsonga
Un abucheo denso como una noche de pesadilla sacudió Melbourne Park. Novak Djokovic, el tenista que había eliminado a Roger Federer, el campeón vigente, era el destinatario. Djokovic, el que había acabado con Lleyton Hewitt, el ídolo local, era su objetivo. Djokovic, el número tres del mundo, había estrellado una bola en la red como protesta contra sí mismo y había sido castigado por el público. Fue como azuzar a un caballo: el serbio respondió ganando su servicio en blanco, rompiendo el saque de Jo-Wilfried Tsonga y ganando el tercer set y el Abierto de Australia (4-6, 6-4, 6-3 y 7-6 ). El mundo del tenis ya tiene a su nuevo campeón, el primero desde enero de 2005 que no se llama Federer o Rafael Nadal. Ya tiene Djokovic su primer título grande. Y, aun así, para los 15.000 espectadores que llenaron la Rod Laver Arena, el campeón fue Tsonga, que dijo haber sentido "escalofríos" en una noche "mágica".
Empequeñecido por la responsabilidad, el serbio creció según se acercaba al precipicio
"Si hubieras ganado, te lo habrías merecido", le dijo el campeón al francés. "Sé que la gente le prefería y tiene derecho a decidir a quien apoyar. Fue algo contra lo que tuve que luchar para mantener la cabeza en el partido. La preparación mental, la fortaleza, han jugado un gran papel porque empecé nervioso. Esto es un gran éxito", matizó.
Tsonga salió a la pista entre saltos, con el puño en alto y dispuesto a dar forma al sueño de la grada, que quería presenciar el nacimiento de un campeón de leyenda, apadrinado por Melbourne y heredero del espíritu de Mohamed Alí, el más grande. No necesitó de mucho para encender al público. Había nervios. Dos tenistas temblando en un partido que se decidió por detalles. Y el primero que pagó la cuenta de la presión fue el francés: perdió su saque nada más empezar. Y la gente respondió a gritos.
"Alí!", embestía. "C'mmon Alí!", taladraba. "Allez!", le decían. Y Tsonga, embistiendo con su derecha. Y Tsonga, taladrando a Djokovic estacazo a estacazo. Y Tsonga, diciéndose que era su gran noche, que después de haber perdido el saque se había repuesto y había ganado la primera manga. Olía a pólvora, a puntos bárbaros y tenis troglodita, construido desde la potencia, el músculo y la fuerza controlada. El francés era el tenista que había ganado a Nadal. Tuvo cemento en los golpes para romper las cuerdas de la raqueta. Dinamita en las piernas. Protestas por las pérdidas de tiempo de Djokovic. Y primorosa suavidad de seda en la red. Hasta que llegó el abucheo.
La reprobación del público, que ya había golpeado tímidamente a Djokovic a la salida del vestuario, descubrió al serbio convertido en un jugador encogido, un mosquito intentando picar la gruesa piel de un elefante. El final del abucheo despertó a un jugador malencarado, dispuesto a reclamar respeto y el partido. Djokovic, empequeñecido por la responsabilidad, creció según se acercaba al precipicio. Aprovechó el tenis de riesgo de su rival, que hace de cada tiro un éxito de cine o un fallo de pesadilla. Y, con el partido en el alambre del tie-break del cuarto set, estuvo firme. Tsonga, aún pensando en que acababa de desperdiciar una bola de break, cometió seis errores no forzados en la muerte súbita y rompió así el equilibrio estadístico que había marcado el encuentro.
"Estoy muy orgulloso de mí mismo", dijo el francés, que ya está entre los 20 mejores, "y feliz por Novak, porque ha jugado a un nivel increíble. No sé si debería sentirme triste o feliz, pero me siento genial. Esto no es el fútbol. Aunque los dos jueguen bien, en el tenis no hay empate a cero. Siempre hay un vencedor".
A los 20 años, Djokovic, que fue tratado sobre la pista por dolores en su pierna derecha, fue el campeón. Campeón por su tenis valiente. Campeón por los errores de Tsonga, un azucarillo en la marea de emociones del partido. Y campeón por su presente y su futuro. Su victoria, por mucho que intente echar el freno -"un único torneo no cambia la historia: no voy a pensar en metas más altas, no hay prisa"-, es un toque de corneta. Los tiempos de Federer y Nadal como dominadores absolutos han terminado.
El aliento de Sting
Sábado noche. Toca Police en el Melbourne Cricket Ground y un tenista anda sumido en un mar de dudas. Ha conseguido invitaciones para el concierto. Quiere ir y conocer a Sting, el cantante. Quiere, igual que la rusa Maria Sharapova, ganadora en Australia el sábado, disfrutar de los temas clásicos de la banda británica. Pero al día siguiente, domingo, tiene una cita: la final del torneo.
"Antes del partido", explicó Novak Djokovic, el campeón, "intenté mantener mi cabeza lejos de las pistas de tenis y, simplemente, pensar en otra cosa. Ya saben: hice bromas, escuché música, vi algunos vídeos divertidos... Simplemente, de alguna manera, intenté relajarme". Djokovic quería ir al concierto. Los suyos, ya con las entradas en la mano, tuvieron que pararle los pies. "No seas tonto", le dijeron; "descansa". Y el serbio se quedó descansando en el hotel.
"Todo cambió en dos segundos, en cuanto entré en la pista", admitió luego. "Entras en un estadio a rebosar y te vuelves a sentir orgulloso de tí mismo. Quieres ganar. Por supuesto, estaba nervioso. Sentía presión", continuó; "estaba en una situación extraña, inusual y peligrosa: era favorito en la final de un torneo del Grand Slam. Conseguí reaccionar bien a la presión y ganar".
El cantante Sting levantó la admiración en la grada de la Rod Laver Arena. A su lado, dos filas de ruidosísimos hinchas, serbios y franceses entremezclados, recibieron especial atención por parte de los guardias de seguridad . A ese grupo les lanzó Djokovic su raqueta cuando terminó el partido, lo que a punto estuvo de provocar una pelea: la raqueta acabó tras varios tirones en manos de un forofo francés, lo que provocó las protestas de los seguidores serbios.
El campeón, sin embargo, ni se enteró. Esperaba al hombre que le había regalado su camiseta en Roland Garros en 2007. A Diego Armando Maradona. Y, mientras esperaba a hablar con él por teléfono, Djokovic se entretuvo tocando con mirada obnubilada los carteles con las fotografías de los campeones que decoran los pasillos del club de Melbourne. En 2009 su cara colgará de la pared.
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