Ahora, amigos para siempre
Schleck y Contador hacen las paces en Pau y se citan para la lucha final, mañana, en el Tourmalet
Qué poco se enteran los padres de las emociones que irrigan los corazones de sus hijos adolescentes. En un área de servicio de la autopista se detiene, necesitado, Johnny Schleck, el padre más famoso de Luxemburgo. "Andy está muy enfadado con Alberto", dice. "Tardará tiempo, unas semanas por lo menos, en perdonarle".
Pocas horas después los hechos, televisados convenientemente en directo, le desmienten con absoluto desprecio y obligan a los plumillas a pasar de un juego de palabras tópico, tal como el de la amistad y Casablanca, a otro más visto aún. En la meta de Pau, que significa, oh, casualidad, paz, entre abrazos, besos y carantoñas, y ante la embelesada mirada del presentador, Andy y Contador se juran amistad eterna. "Me disculpé en un vídeo nocturno, aunque no era necesario, porque no quiero que nuestra relación se rompa a consecuencia de lo que sucedió en Balès", dice el chico de Pinto, de amarillo luminoso como un sol. "Hemos hablado y está todo solucionado".
"Eso, eso", responde Andy, de blanco primera comunión con su maillot de mejor joven. "Lo que pasó no fue muy bonito, pero a veces sucede. Y el Tour no se va a decidir por un problema con el cambio. En el Tourmalet tendremos una buena guerra. El que gane en el Tourmalet (mañana, jueves) ganará el Tour".
Como a Contador, los aficionados franceses, ajenos al pastel, le volvieron a pitar en el podio -"respeto siempre al público", dijo el chico de Pinto, que no se ahorró su habitual ceremonial, "aunque me piten"-, el presentador, juez de paz en funciones, le pidió a Andy un gesto, y éste, buscando su mejor cara seria, miró a la cámara y exigió: "Dejad de pitarle, basta ya". Contador, entonces, se deshizo. "Gracias, muchas gracias, Andy".
El futuro era esto: Se oye en la radio francesa la expresión mis en examen (imputado) ligada a las palabras policía y deportista, y el periodista de ciclismo, reconvertido a la fuerza en los primeros Tours del siglo en especialista en sucesos, ni se inmuta, cambia de emisora con total tranquilidad, convencido de que el asunto debe de ir de futbolistas y sexo (en efecto, va de Ribéry y sus gustos), y no de doping. Y sin embargo, la lucha continúa, forma parte ya de la rutina policial del Tour, que cuenta con su batallón antidopaje de la misma manera que cuenta con el de motoristas que cortan el tráfico y el de gendarmes que vigilan que nadie se salte una valla, y con el mismo nivel de colaboración con las policías extranjeras de cada especialidad. Así, como el lunes muchos equipos dormían en Vielha (Lleida), la gente del antidoping de la Guardia Civil subió desde Madrid para colaborar. Pero ahora el periodista de ciclismo se ha reconvertido a la crónica social y pasa el día analizando las idas y venidas de la amistad de los duelistas como clave para entender lo que pasará en el Tourmalet, y se olvida hasta de que a Petacchi, que ayer perdió el maillot verde de la regularidad, la policía italiana le ha encontrado material dopante en su casa. Ocurrió antes del Tour pero se supo ayer. Otros años, recuerden a Rasmussen, la carrera le habría expulsado directamente. Ayer, no, solo estaba pendiente del amor de dos chavales.
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