Una obra maestra
El director japonés Yasujiro Ozu legó a la historia del cine un buen puñado de obras imperecederas alrededor de la familia, de sus contradicciones y de sus placeres, de sus tormentos y de sus (in) fidelidades. Por ello cada vez que un realizador japonés compone una reflexión sobre la parentela y sus (des) ventajas, sobre los (des) ajustes generacionales, parece obligatorio remitirse al autor de Otoño tardío y Había un padre. Y más en este caso, porque si hay una obra claramente inspiradora de Still walking (Caminando), portentosa película de Hirokazu Kore-eda, es la mítica Historias de Tokio, dirigida por Ozu en 1953.
Como en aquélla, hay una familia resquebrajada por la incomunicación, por la urgencia de los nuevos tiempos, por el peso del pasado, por el drama de la muerte. Como en aquélla, hay una aparente placidez en los comportamientos, en las miradas, en las complicidades. Como en aquélla, la puesta en escena es tranquilizadora, calmosa, pero no estática. Los planos fijos de Kore-eda, sus breves transiciones musicales cargadas de paz, sus espacios vacíos repletos de melancolía, remiten al cine de Ozu. Sin embargo, sería injusto aplicar con exclusividad la teoría de las reminiscencias artísticas. Sobre todo porque, para hablar de la familia, no hay fuente más cercana que uno mismo. ¿Y quién no tiene una a mano?
STILL WALKING (CAMINANDO)
Dirección: Hirokazu Kore-eda. Intérpretes: Hiroshi Abe, Yui Natsukawa, Kazuya Takahasi.
Género: drama. Japón, 2008.
Duración: 114 minutos.
Kore-eda, que en Nadie sabe (2004) ya elucubró sobre el desencanto familiar, aunque de forma mucho más lúgubre, aparca la tentación de la redención, de la catarsis emocional, para centrarse en lo más habitual: en la ausencia de cambios, en la amargura interior. Un dolor que ni siquiera tiene por qué ser insoportable. Puede ser tan llevadero como ese nombre en la punta de la lengua, como esa frase nunca dicha, como ese sentimiento nunca exteriorizado. Así pasa los días. Así pasa la vida.
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