Un lugar en el mundo
Cuando Hemingway escribió -o dijo de viva voz- el que es considerado el cuento más breve de la historia -"Vendo zapatos de bebé, sin usar"-, capturó en seis palabras esa hondura sintética que caracteriza a cierta tradición de la literatura americana: una línea que desemboca en voces tan cercanas como las de Raymond Carver o Cormac McCarthy, pero que parece haber dejado muy poca huella en unos cineastas estadounidenses más amigos de sobreexplicarse que de, por ejemplo, plantearse de qué prescindiría John Ford.
De vez en cuando, hay excepciones tan gratas como esa Old Joy (2006), de Kelly Reichardt que está disponible en una caja de DVD dedicada al festival de Gijón. O The visitor, de Thomas McCarthy, que este año parece haber rellenado en las candidaturas a los Oscar la cuota indie: McCarthy no consigue ser tan elusivo como Hemingway en su relato, pero The visitor es un pequeño triunfo de la economía expresiva, de la perfecta armonía entre el relato, lo que captura el encuadre y el cuerpo de unos actores en estado de gracia que saben que el diálogo es sólo una pieza más. No es casual que McCarthy, que debutó como director con la arriesgada The station agent (2003), sea también actor: con la complicidad que da un profundo conocimiento del oficio, el director convierte a los cuatro vértices de su historia en una suerte de cuarteto de cuerda atento a las más frágiles vibraciones de una pieza que se juega su suerte en los detalles.
THE VISITOR
Dirección: Thomas McCarthy.
Intérpretes: Richard Jenkins, Haaz Sleiman, Danai Jekesai Gurira, Hiam Abbass.
Género: Drama. EE UU, 2007.
Duración: 107 minutos.
The visitor cuenta una historia que en otras manos adoptaría formas disuasorias, e incluso repelentes: Richard Jenkins, finalista al Oscar por este papel, encarna a un ensimismado profesor de universidad que, al viajar a Nueva York para dar una conferencia, encuentra en su viejo apartamento a una pareja de inmigrantes ilegales. Parece que McCarthy quiere contar la historia de un renacimiento a partir del contacto con el otro, pero las apariencias engañan y lo que parecía un emotivo cuento humanista se acaba revelando una extraña (y civilizadamente rabiosa) forma de cine político, pero, también, la crónica de la posibilidad de una historia de amor nonata, rematada en un plano final cuya ambigüedad abre la puerta de lo inquietante. Parafraseando al narrador de La ciudad desnuda (1948) podría decirse que Nueva York es una ciudad con 19 millones de historias y ésta es sólo una de ellas, pero una que atrapa, aísla y cuestiona el espíritu de esta época, apelándonos a todos.
Babelia
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