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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Uñas de astracán

Las últimas escenas de Don Mendo Rock ¿la venganza?, en las que el reparto coral de esta pintoresca propuesta culmina su representación de la astracanada clásica de Muñoz Seca, pueden activar en el espectador que cargue años y memoria el recuerdo de uno de los títulos de culto de la comedia española de los 80: Que nos quiten lo bailao (1983) del valenciano Carles Mira. "Proponer un cine que no haya que ver de rodillas, un cine bailable, sabroso, que se deje meter mano. Un cine que huela a tomillo y a cebolla, que esté cosido a mano y que se pueda quemar, alegremente, al inicio de cada primavera", señalaba Mira en los fundamentos de una poética cinematográfica que planteaba la utopía de una obra alejada del monumento monolítico y, por tanto, homologable a una falla valenciana abierta a la combustión dionisíaca. En sus notas sobre la película, José Luis García Sánchez vincula su Don Mendo Rock... a otra tradición popular: la chirigota gaditana, otro instrumento de desarticulación satírica que nace con vocación de irreverencia efímera, capaz de lanzar sus dardos contra toda manifestación coyuntural de pompa, gravedad o mal rollo.

DON MENDO ROCK ¿LA VENGANZA?

Dirección: J. L. García Sánchez.

Intérpretes: Paz Vega, Manuel Bandera, Fele Martínez, Antonio Resines, María Barranco, Elena Furiase.

Género: comedia. España, 2010. Duración: 102 minutos.

Proyecto de encargo que el cineasta lleva a su terreno con la complicidad de Alonso de Santos y Kiko Veneno, esta puesta al día del astracán cuenta, pues, con una irreprochable declaración de intenciones y un pretexto narrativo que Berlanga podría haber aplaudido: trasladar los desvelos de Don Mendo a la contemporánea Andalucía multirracial, con su democrática crisis económica y su obscena corrupción capitular. El problema es que García Sánchez parece haber ido desestimando el potencial mordiente de su punto de partida para acabar entregándose a la fiesta como sentido último. Una fiesta que, en efecto, parece haber recorrido el espíritu del rodaje, pero a la que resulta difícil sumarse como espectador: el reparto parece estar pasándoselo en grande, pero el sentido del humor es más relajado que feroz, más amable que hiriente y, sobre todo, se revela poco permeable a esa diversidad cultural que, en su momento, Mira asumió como bandera.

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