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Contra la tolerancia

No hace mucho Jordi Llovet se hacía elogioso eco en estas mismas páginas de la aparición de una excelente, completísima, versión catalana de una de las obras clásicas de Nietzsche, L'Anticrist (Llibres de l'Índex), a cargo de Antonio Morilla y traducida por Marc Jiménez. Dejando de lado el notable valor de la edición, convendría poner el acento en una cualidad especial que cabe atribuirle, tal como subrayó Miguel Morey en su presentación: la de la actualidad de un desenmascaramiento de lo que Nietzsche llama compasión y nosotros podemos identificar, ahora y aquí, con la tan exitosa noción de tolerancia.

El Anticristo es una obra en que su autor denuncia los estragos de los "buenos sentimientos", esa especie de salivilla repulsiva que se escapa de la comisura de los labios de los exhibicionistas de la bondad, que afirman combatir la miseria ajena pero que hacen lo posible por conservarla y multiplicarla, puesto que al fin y al cabo viven de y por ella. Nada más malsano, nos dirá Nietzsche, que ese culto a la pobreza y al fracaso que hay tras la misericordia cristiana, cuya variante laica actual sería lo que algunos etiquetan con el eufemismo "solidaridad". Nietzsche despreciaba "aquella tolerancia que todo lo perdona porque todo lo entiende". "¡Antes vivir en medio del hielo que en medio de las virtudes modernas y otros vientos del sur!", clama el sabio en la primera página de la obra.

Las cosas no han cambiado demasiado. Hoy, peores que los racistas son los virtuosos del diálogo entre culturas, de la cooperación entre pueblos, los cultivadores afectados de la "apertura al otro", todos aquellos que se refugian en ciertas ONG dedicadas a suplantar a los humillados y usurpar su voz. Una equiparación a la que, por cierto, también llegaba Àlex Rigola en su lúcida relectura de Santa Joana dels Escorxadors, en cuya escena final la joven idealista -encarnación perfecta de ese virtuosismo vicioso que Nietzsche aborrece- recibe de los poderosos una banderita de la ONU, una manera de identificar la falsa generosidad de los Capuchas Negras de la obra de Brecht con la de las actuales organizaciones de apoyo al desarrollo que se han constituido en nuevo factor de intervención imperialista en los países dominados.

¿Qué es ser "tolerante" en la actualidad? En su notable Ellos y nosotros (Ministerio de Educación), Mikel Aramburu nos describe cómo los vecinos más pobres del Raval, que suelen responder en términos racistas a las encuestas y cuyo número provoca la alarma mediática, llevan a sus hijos a los mismos colegios públicos del barrio a los que acuden los hijos de los inmigrantes, con los que acaban mezclándose. En cambio, los pulcros profesionales que han adquirido pisos nuevos en la zona y que jamás contestarían de forma inadecuada a una entrevista sobre actitudes hacia los extranjeros, matriculan a sus hijos en colegios privados o concertados o en escuelas públicas alejadas del barrio, donde puedan estar a salvo de los aspectos menos amables de la diversidad. Ellos son los "tolerantes" de nuestros días.

En una sociedad en que ha quedado por fin abolida la lucha de clases en nombre de la "convivencia entre culturas", es indispensable que cunda el discurso moralizante de la mutua empatía entre distintos, la estética Benetton de la diferencia. Tras ella se oculta y legitima el abuso como forma de administración de lo humano. Como si de pronto se hubiera hecho posible el sueño dorado totalitario de una superación sentimental de los conflictos en nombre de valores abstractos mostrados como los más elevados. Eso es lo que se nos repite desde los altavoces oficiales: "Tended vuestra mano al distinto; demostradle una vez más que vuestra superioridad consiste en que no os sentís -aunque os sepáis- superiores". Modalidad actual de uno de los lemas más astutos que ha sido capaz de inventar y esgrimir el poder: "Amaros los unos a los otros, como yo os he amado".

En resumen, el racismo es hoy ante todo "tolerante". La explotación, la exclusión, el acoso... todo eso aparece hoy disimulado bajo vaporosas invocaciones a las buenas vibraciones entre culturas. Para ello somos colocados ante todo tipo de ferias organizadas por clubes de bondadosos solidarios: semanas de la tolerancia, jornadas interculturales, etcétera. En ellas la pluralidad humana, la misma que podemos ver desplegándose a nuestro alrededor por la calle, es instalada entre comillas en recintos cerrados, con frecuencia de pago, en las que el visitante es invitado a mirar como si fuese un turista a quienes han venido a vivir a su lado. En un texto reciente del colectivo Espai en Blanc se puede leer: "En las fiestas de la diversidad y en las escuelas multiculturales aprendemos las recetas de cocina de el otro, las fechas de su calendario y los nudos de su kimono o de su chador. Bajo tanto exotismo se cierra el espacio para las verdaderas preguntas: ¿Cuándo saliste de tu casa? ¿Qué has dejado allí? ¿Qué has encontrado? ¿Cuánto ganas? ¿Estás sola?".

Vigencia, por tanto, del desprecio de Nietzsche hacia esa babosidad cristianoide que ama revolcarse en la resignación y la mentira y que no es más que falso compromiso o compromiso cobarde. Porque ese discurso multicultural que proclama respeto y comprensión no es más que pura catequesis al servicio del Dios de la pobreza, de la desesperación, de la cochambre, demagogia que elogia la diversidad luego de haber desactivado su capacidad cuestionadora, de haberla sustraído de la vida. De la actual tolerancia humanitarista Nietzsche podría decir lo mismo que de aquella que le tocó contemplar en su tiempo y denunciar en El Anticristo: que para ella "abolir cualquier situación de miseria iba en contra de su más profunda utilidad, ella ha vivido de situaciones de miseria, ha creado situaciones de miseria con el fin de eternizarse".

Manuel Delgado es profesor de Antropología en la Universidad de Barcelona.

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