La rebelión 'mileurista'
Una incipiente rebelión comienza a recorrer las grandes urbes españolas. Es la de los mileuristas airados, movidos por la dificultad para acceder a un alojamiento digno y asequible. Una rebelión que encontrará nuevo aliento con la proximidad de las elecciones municipales.
En gran parte son hijos de las clases medias. Pero prestan su voz a otros colectivos sin capacidad de movilización, para los cuales la vivienda está agravando situaciones personales y familiares de riesgo. Dentro de ese grupo se encuentran jóvenes, divorciados, familias monoparentales, hogares con un solo miembro, familias sin núcleo, desempleados de larga duración, prejubilados con bajas pensiones, personas mayores en régimen de alquiler, personas con necesidades especiales e inmigrantes. Especialmente aquellas nuevas tipologías de familia en las que sólo entra un sueldo o una pensión.
Esa dificultad para acceder a una vivienda está comenzando a producir efectos sociales indeseados. Los medios de comunicación se hacen eco diariamente de casos de exclusión social por motivos de vivienda, de sobreocupación y hacinamiento, de alojamiento en espacios insalubres e inhabitables y de mobbing inmobiliario.
Pero quizá la patología social más sorprendente es el retraso en la emancipación de los jóvenes, que al afectar ya a los hijos de clases medias da a la vivienda una carga política de profundidad. En mi generación, el 75% de los jóvenes de entre 25 y 35 años vivíamos emancipados, es decir, fuera del domicilio de nuestros padres. Hoy ese porcentaje ha caído al 50%, algo que no tiene comparación con ningún otro país de nuestro entorno.
Probablemente, la vivienda está siendo la señal visible de un malestar más profundo que se está inoculando en las sociedades desarrolladas. Es un malestar cuyo origen está en la pauperización de los salarios y en el empleo precario que la globalización y el cambio técnico están introduciendo en nuestra economía. Es un malestar que, por cierto, me recuerda lo ocurrido a finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, cuando la primera oleada de cambio técnico y la globalización trajeron, a la vez, más riqueza y mayor desigualdad.
Por primera vez desde los "felices sesenta", ahora los salarios reales (descontada la inflación) no han seguido la expansión de la economía. Al contrario, han disminuido. Los beneficios del crecimiento se han ido a las rentabilidades de las empresas. De ahí los días de vino y rosas que vive la Bolsa española. Es verdad que se ha creado mucho empleo, pero es un empleo de bajos salarios. Por ese motivo, la participación de los salarios en la distribución de la renta nacional no deja de caer desde principios de la década de 1990, a pesar del aumento en el número de empleados.
Frente a esta depresión de los salarios ha emergido el pico de los precios de la vivienda. De ahí el abismo que se ha ido formando entre lo que ganan los jóvenes y lo que tienen que pagar por la vivienda. Ese abismo es lo que mueve a la rebelión mileurista, una rebelión que, al menos de momento, no va contra las causas del malestar, sino contra una de las consecuencias: la dificultad de acceder a la vivienda.
El ejemplo de Barcelona puede ilustrar la magnitud de ese abismo. La Agencia Tributaria publica la estadística Mercado de trabajo y pensiones en las fuentes fiscales, que nos permite conocer los ingresos laborales, por desempleo y pensiones. Esos datos nos dicen que el 25% de los residentes de Barcelona tenían en 2004 (año más reciente para el que tenemos estos datos) ingresos anuales muy bajos, iguales o inferiores a 6.000 euros. Esta situación ha cambiado poco en 2005 y en 2006.
He de advertir de que la estadística no nos permite conocer si esas personas viven solas o comparten hogar con otras que tengan ingresos adicionales. Pero si transformamos esos ingresos individuales en renta familiar, los datos señalan que en Barcelona existían en 2004 un 25% de hogares con ingresos medios inferiores a 10.000 euros. Si ahora comparamos estos ingresos con los precios de la vivienda comenzamos a comprender las causas del malestar.
Otra forma de ver la gran dificultad con que se encuentran los hogares de menores rentas es calcular el esfuerzo económico que han de hacer para acceder a una vivienda económica. Ese esfuerzo, medido en el número de años que le cuesta a una de esas familias pagar la vivienda utilizando para ello toda la renta anual, era en 2004 de 21 años, frente a 15 años en el 2001. Para las clases medias ese esfuerzo era de nueve años y para las de rentas altas de siete años. De 2004 hasta 2006 la cosa más bien ha empeorado.
Ahora bien, y esta aclaración es importante, eso no significa que todos los hogares comprendidos en ese 25% de rentas bajas o muy bajas no tengan vivienda propia, o no puedan acceder a ella en el futuro. Muchos, entre ellos, los pensionistas o personas mayores prejubiladas o en desempleo, tienen una vivienda en propiedad comprada hace años. Si la tuviesen que comprar o alquilar hoy con las rentas de la pensión o del desempleo les sería imposible. Por otro lado, muchos jóvenes mileuristas reciben ayudan de sus familiares o tienen riqueza para acceder a la vivienda. De hecho, un elevado porcentaje de jóvenes que viven emancipados en Barcelona declaran no pagar nada por alquiler o hipoteca de la vivienda en que viven. Por lo tanto, o la vivienda es de algún familiar o alguien de ese núcleo familiar les ayuda a pagarla.
Lo que dicen esos datos es que de entre ese 25% de rentas muy bajas, aquellos que no tengan vivienda previa, ayuda familiar u otro tipo de ingresos, lo tienen mal si las políticas públicas de vivienda no hacen algo para facilitárselo.
Pero el problema es que las políticas de vivienda, tanto los incentivos fiscales a la vivienda como la vivienda de protección oficial, están dirigidas a facilitar el acceso a la vivienda de las clases medias y altas, pero no tienen efecto directo sobre los hogares de rentas bajas ni sobre los pobres. Comprender por qué ocurre esto es el paso previo para poder diseñar nuevas políticas que posibiliten a los jóvenes el acceso a un alojamiento digno y asequible. Mañana veremos por qué fracasan las políticas.
Antón Costas es catedrático de Política Económica de la UB.
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