La memoria y el cáñamo
En nuestros días, el cáñamo ha conseguido aclimatarse a un gran número de balcones y terrazas barcelonesas, donde luce -ufano- a pleno sol. Pero en los nublados años de la posguerra, la sola mención de esta Cannabácea causaba escalofríos de pavor entre el vecindario. Por si no se acuerdan, la fábrica del Cáñamo fue -entre 1939 y 1942- uno de los campos de concentración del franquismo, donde se hacinaban los enemigos políticos del momento. De hecho, su fama fue tal que, junto al campo de la Bota, formó parte de la leyenda más negra de la ciudad. Aunque no fueron los únicos.
A su llegada, las nuevas autoridades se encontraron con una cárcel Modelo abarrotada y medio en ruinas, y miles de republicanos a quienes se debía buscar lugar de encierro. La improvisación, la sed de venganza y la alucinante miseria de la época hicieron el resto. Fructificaron así un rosario de cárceles de pega, en las que no había las mínimas condiciones para garantizar la vida de los prisioneros. Entre las más famosas, el edificio sobre el que -en 1957-, se hicieron las Llars Mundet, en Horta, protagonista de una de las fugas más sonadas de las organizadas en los primeros tiempos del maquis libertario.
Otro lugar de cautiverio fue el convento de Sant Elies, en Sant Gervasi. Edificio de tristísimo recuerdo, en el que -durante la Guerra Civil- había funcionado una de las checas más crueles del SIM estalinista, que ahora los vencedores no tenían problema alguno en reciclar. Como la masía de Can Duran, en Les Corts, reconvertida en lugar de internamiento para mujeres hasta 1953, en que fueron trasladadas a la nueva cárcel de la Trinitat. Estaba situada en lo que hoy es El Corte Inglés de la Diagonal y fue regentada con mano de hierro por la orden religiosa de las Hijas de la Caridad, a quienes en 2005 se concedió el premio Príncipe de Asturias a la Concordia. Aunque el más grotesco de aquellos presidios fue el instalado en las naves del palacio de las Misiones, en Montjuïc. Fue el que funcionó más tiempo y el que tuvo mayor variedad de inquilinos. Al principio, oficiales republicanos; después, homosexuales a los que se enviaba a campos de trabajo y -a partir de la década de 1950- vagabundos y barraquistas. Incluso, durante un tiempo, fue centro de internamiento para aquellos emigrantes andaluces que llegaban a Barcelona sin trabajo ni domicilio. Los sin papeles de antaño, vaya.
Todos estos lugares, curiosamente, han sido borrados del mapa. Lo contaba, hace poco, el historiador Borja de Riquer, en un coloquio sobre la memoria histórica, al recordar que la fábrica del Cáñamo -en la calle de Llacuna con Ramon Turró- se ha convertido en un hotel, sin que exista proyecto alguno de recordar su oscuro pasado. El complejo industrial de Can Esgarriadones o La Borra -como también era conocido- fue fundado en 1882 por la famosa saga de los Godó y en ella trabajaron niñas y mujeres en condiciones tan duras que, en la cercana Rambla de Poblenou, tienen una placa en su memoria.
Al terminar la guerra, el complejo fabril fue cedido como cárcel anexa a la Modelo, aunque en realidad el trato que allí se dispensaba estaba más cercano al de un campo de concentración, con un legendario director aficionado a propinar palizas al azar. Se calcula que más de 3.000 republicanos pasaron por sus naves, hasta que en 1942 fueron trasladados y volvió a reemprender su actividad industrial. Ahora, conservando la fachada, se ha convertido en el nuevo complejo Nozar-Eix Llacuna, que aloja un hotel de cuatro estrellas. Cuánta memoria para una planta a la que se acusa de debilitar la memoria, ¿no les parece?
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