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NO FUNCIONA

El derecho al silencio

Una lectora remite una queja enviada al alcalde de Barcelona y que no ha tenido respuesta. Vive en la Rambla del Raval y señala que padece exceso de ruido. "No perdería el tiempo escribiendo si tuviésemos una o dos noches de ruido al año". El motivo de la queja es doble: la situación general y lo ocurrido hace un par de semanas: "Me refiero al sábado 23 de mayo" cuando se celebró allí un encuentro de bastoners seguido de una "cena multitudinaria y posterior concierto". No tiene nada que objetar respecto a los actos de la tarde, dice, "pero considero prescindible y una falta de respeto a los vecinos el concierto de la noche".

Un portavoz del distrito dice entender los problemas y los lamenta: "Desde el distrito procuramos reducir los actos en la Rambla del Raval: ni siquiera se programan actos por la Mercè". El concierto, añade el portavoz, debía iniciarse a las 22.30 y terminar al filo de la medianoche.

Debía, pero no fue así, sostiene la lectora. "Empezó a las once de la noche", dice, y terminó abiertamente pasada la medianoche. "Ya tenemos suficiente con las molestias y ruidos de los botellones y conciertos espontáneos que animan nuestras noches".

El asunto se añade a otras quejas con denominador común: el ruido (al que el Consistorio llama contaminación sonora, como si así sonara menos fuerte) no goza de condena social en estos lares. De hecho, apenas hay fiesta que se precie en la que no se asocie la alegría al bullicio: como si la capacidad de pasarlo bien se midiera en decibelios. El derecho al silencio queda para los países del norte, donde, decía Espriu, la gente es más feliz.

Para quejas por el comportamiento de la Administración y empresas públicas, los lectores pueden dirigirse a Catalunya@elpais.es a la atención de Francesc Arroyo.

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