Pensar con el carnet
Discúlpenme que empiece por precisar cuál es mi perspectiva de aproximación personal al asunto: conocí a Ferran Mascarell allá por 1973, en el patio de Letras de la Universidad de Barcelona, donde ambos estudiábamos el mismo curso de la licenciatura de historia. Durante el trienio siguiente, los dos contribuimos en muy diferente medida -él desde el timón, un servidor desde el fondo de la bodega- a la construcción de un proyecto de revista de historia que acabaría por ser L'Avenç, hoy felizmente consolidada. Ferran la dirigió hasta 1985, y luego potenció -siempre en la órbita socialista- su perfil de intelectual-político, abrazando ya en la década siguiente la militancia del PSC, lo que le llevó a ocupar altísimas responsabilidades en la dirección de la política cultural del Ayuntamiento de Barcelona.
Solo desde una concepción sectaria de la política se explica la reacción socialista al ver que Mascarell se pasa al "enemigo"
A lo largo de este dilatado trayecto discrepamos a veces, e incluso hemos polemizado, pero siempre respeté en él, más allá de la vieja relación de condiscípulos, el grosor intelectual, la capacidad de diálogo y la experiencia que acumulaba. Y creí, como tantos otros, que Mascarell era el consejero de Cultura in pectore para el día que el PSC presidiese la Generalitat. Pero, cuando esa circunstancia se produjo, Pasqual Maragall prefirió -en una decisión tan inexplicada como inexplicable- a la dermatóloga Caterina Mieras. Mascarell solo pudo ocupar el cargo para el que todo le preparaba durante siete agónicos meses de 2006, y en esta última legislatura ha comprobado hasta la saciedad que el PSC no contaba con él para ninguna tarea política importante. A lo sumo, como sparring del tambaleante alcalde Hereu...
Ciertamente, los partidos políticos no tendrían que ser ni agencias de colocación ni sociedades de socorros mutuos. Pero tampoco sectas regidas por un gurú colectivo llamado aparato, a las que el militante deba sacrificar su libre albedrío y someterse perinde ac cadaver. Si Mascarell se sentía desaprovechado y hasta marginado por el poder orgánico del PSC, ¿qué hay de condenable en aceptar la oferta de Artur Mas? ¿Se lleva acaso consigo alguna prebenda, o alguna fórmula secreta robada en la calle de Nicaragua? ¿Dónde están, pues, la "traición" o el "mercenarismo" que le reprochan sus hasta ayer correligionarios? Solo desde una concepción extremadamente sectaria y cuartelera de la vida política se explica la reacción airada de tantos socialistas al ver que uno de "los suyos" se pasa al "enemigo". Ese enemigo, por cierto, con el que el PSC rubricó un pacto de investidura hace apenas ocho días.
Por desgracia, esta tendencia de muchos políticos y algunos comentaristas a razonar con el carnet en vez de hacerlo con sus propias neuronas ha tenido amplio reflejo en las reacciones a la composición del Gobierno catalán que tomó posesión anteayer. Centrémonos, por economía de espacio, en la acusación de retorno del pujolismo. ¿Por ventura la presencia en el Consejo de ministros español de un Ramón Jáuregui, de un Alfredo Pérez Rubalcaba, de un Manuel Chaves convierte al actual Ejecutivo de Rodríguez Zapatero en un mero revival del felipismo? ¿Es que Convergència i Unió perdió el poder en 2003 de una forma tan humillante e ignominiosa que esté obligada a prescindir de todos sus cuadros de esa época y a nombrar consejeros sin pasado político, de 25 años para abajo? ¿Lo hizo el PSOE -y tenía más motivos- cuando recuperó el poder en 2004? ¿Lo hará el PP -y tendría más razones- si reconquista La Moncloa en 2012?
A la oposición le corresponde oponerse, criticar y presentar alternativas, sin duda. Pero sería prudente -y redundaría en su propio prestigio- que aguardase, si no los protocolarios 100 días, por lo menos 50 a tener motivos para la crítica. Estos no han de faltarle, tal como están las cosas. Entre tanto, las descalificaciones hechas con el piloto automático y desde el puro prejuicio solo agravan la desafección política y acentúan la imagen de unos partidos sumidos en el rencor de la derrota.
Joan B. Culla i Clarà es historiador.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.