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Columna
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Grecia somos todos

Si lo pensamos con inteligencia, Grecia es uno de los países más ricos del mundo. Y en contra de lo que se dice machaconamente, todos, especialmente los europeos, estamos en deuda con Grecia. La historia y la cultura europea está en deuda con una manera de mirar y entender la belleza y la fealdad, o con una forma de pensar que favorece prioridades en la acción humana y el estilo de vida: la deuda se agranda cuando se rememora el bellísimo paisaje de sus islas. Quien conozca el mar griego sabrá a qué me refiero. Grecia entera es un regalo para los sentidos, para lo humano. Eso no tiene precio.

¿Qué costaría hoy construir la armonía del Partenón, el encanto de la ciudadela de Lindos, en Rodas, o la simplicidad increíble de la isla de Patmos? Ni la tecnología punta, ni siquiera Walt Disney lo lograría. Nuestro lenguaje deriva, en buena parte, de lo que descubrieron los griegos. Y podemos decir que lo virtual existe, al menos,desde que Platón lo encontró en su caverna. No caben aquí todas las deudas que el mundo tiene con Grecia; los griegos, pues, son ricos. Y Europa es rica por ser hija de Grecia.

Unas élites tóxicas que quieren poner al dios dinero en el centro del beneficio infinito están ganando la batalla cultural

¿Por qué es imprescindible recordar ahora esta obviedad? Fácil: la idea de riqueza que acabo de esbozar no coincide, en absoluto, con lo que ahora mismo se entiende por riqueza: dinero + dinero; beneficios + beneficios. En la trastienda de la crisis está esa ideología fanática que, al desautorizar la riqueza humanística (histórica, cultural, civilizatoria), acaba desestabilizando a Europa en lo que es su fuerza y siempre la ha identificado. Es un ataque cultural en toda regla: una guerra de ideas cuyas consecuencias podemos observar a nuestro alrededor. Cada vez que se menciona el déficit, la quiebra o la deuda, se intenta arrancar una parte de nuestra alma y del ideal del modelo humanista, de colaboración y bienestar que, tras siglos de guerras, los europeos contemporáneos nos habíamos otorgado aprendiendo de nuestros errores.

El caso de la deudora Grecia es un símbolo y, a la vez, punta del iceberg de un objetivo ideológico: la desestabilización de Europa. Los síntomas de esta desestabilización que hoy vemos a nuestro alrededor pudieron empezar a apreciarse tras la caída del muro de Berlín: una gran Europa continental, percibida inicialmente como una oportunidad de mercado, fue transformándose en un modelo de cooperación incompatible con la era de la competencia salvaje y la ley de la selva del capitalismo desregulado. El éxito del euro como moneda común debió de sacar de sus casillas a quienes solo son capaces de ver competidores y enemigos en los demás.

El combate entre estas dos formas de entender la vida estaba planteado desde que, tras la II Guerra Mundial, un puñado de corajudos europeos dijeron "nunca más tantos sufrimientos" y buscaron un sistema para construir entre todos una sociedad más justa y libre. Su éxito ha sido completo: varias generaciones de europeos no hemos conocido la guerra en nuestros territorios. Pocas veces en la historia europea se había conocido tal privilegio.

Los españoles nos hemos beneficiado de muchas formas de este modelo europeo que ahora unas élites tóxicas están desestabilizando. Estas élites están logrando su propósito porque están ganando la batalla cultural -la más peligrosa- al poner al dios dinero en el centro de la religión del beneficio infinito, introducida en nuestras cabezas con paciencia de hormiga. Y hoy figura que, sin dinero, no somos nada, y si no que se lo pregunten al confeso señor Millet, en quien, imagino, pensaba el presidente Mas al proponer su "pedagógico" impuesto a las "grandes fortunas". Justo ahora, cuando tantos ven imprescindible la armonización fiscal europea.

La crisis es fuente inagotable de conocimientos. En 1985 ya se hablaba en Bruselas de las dificultades de las cuentas griegas y de armonización fiscal europea. Hoy un libro imprescindible; El banco. Cómo Goldman Sachs dirige el mundo (Ediciones Deusto), escrito por Marc Roche, corresponsal de Le Monde en Londres, explica cómo se hizo la más asombrosa rapiña de la historia, en la cuna de nuestra civilización. Grecia es un símbolo.

Margarita Rivière es periodista.

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