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Columna
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Gràcia como Woodstock

Con gran emoción, leo en la prensa que "Gràcia retirará los sacos de escombros de sus calles para no dar munición a los violentos". Según parece, el concejal del distrito ha explicado, durante una sesión del consejo del barrio, que en los días previos a las fiestas del barrio "los violentos lo tendrán un poco más difícil para encontrar munición". Y eso no es todo. Aparte de los sacos de escombros, también se retirarán los andamios, se prohibirán los envases de vidrio en los puestos de bebida callejeros y se considerará la posibilidad de que "cualquier persona, sea o no cliente de los bares, pueda hacer uso de los lavabos de los establecimientos". No me merezco vivir en esta ciudad tan cívica.

Como ven, son unas medidas la mar de efectivas y sé que los vecinos, con su habitual espíritu de sacrificio, colaborarán con el consistorio para que se cumplan. Si, por ejemplo, alguno de ellos está haciendo obras en el piso, guardará los escombros en el lavabo hasta que pasen las fiestas. Y si los miembros de una comunidad de propietarios, influidos por la campaña Barcelona, posa't guapa, están pintando la fachada, pedirán a los operarios que durante las fiestas desmonten los andamios y usen cuerdas de escalador o bien unos trapecios de esos que Ángel Cristo tenía en su circo antes de que se lo embargasen. En cuanto a los dueños de los bares, estarán encantados de dejar que los centenares de humanos que llenan las calles esos días y que se beben las terroríficas caipiriñas de los puestos callejeros usen sus lavabos. "Pase, buen borracho, pase", le dirán al beodo, "prefiero que usted vomite en el lavabo del bar, que es mío, que no que vomite en la calle, que es de todos". Después, pasarán el mocho y seguirán escuchando el CD de Manu Chao.

Pero no me parecen unas medidas suficientes. Yo creo que el concejal ha pecado de tímido y hubiese tenido que ir más allá. Los vecinos de Gràcia estarán de acuerdo conmigo en que eliminar los escombros y los andamios, así como ceder los lavabos de los bares a los visitantes, no es suficiente. Si una cosa tienen los violentos es imaginación, y si les dejas sin tochanas se las ingenian para lanzar supermahones. Por lo tanto, yo también retiraría los contenedores. Ya se sabe que los violentos los suelen quemar. Y los buzones. Y las bicicletas y las motos. En cuanto a los porteros automáticos, es urgente que durante las fiestas se sellen con silicona. Así evitaremos que los gamberros se dediquen a tocarlos por la noche. Luego, una vez pase todo, yo misma puedo encargarme de reponerlos, si se acepta mi presupuesto. (En La escopeta nacional el gran Saza interpretaba a un señor que conseguía una concesión para instalar porteros automáticos y le iba muy bien).

Otro problema que tenemos son las amables viejecitas que pasean por el barrio con su carro de la compra a una velocidad de dos kilómetros por hora. Es duro decirlo pero cuando un violento se queda sin escombros, sin andamios, sin contenedores, sin buzones, sin bicicletas, sin motos y sin porteros automáticos, puede ponerse nervioso y decidir que lanzará el carrito de una viejecita o a la propia viejecita contra las fuerzas de ocupación. Para evitarlo, estas viejecitas deberán llevar marihuana en los carros. Cuando se les acerque un violento ellas le ofrecerán un porro y hasta echarán un par de caladas con él. De este modo tan sencillo, el violento dejará de tener ganas de lanzar a la viejecita contra las fuerzas del orden y, en cambio, la ayudará a cruzar la calle y se despedirá de ella con un beso en la boca.

Creo que, con estas medidas, la convivencia en las fiestas está asegurada. Todos los sacrificios son pocos para evitar que los violentos actúen. Bueno, todos, excepto poner más policía, por Dios, eso sí que no, no vayamos a parecer fachas.

moliner.empar@gmail.com

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