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¿Decisivos para qué?

A fuerza de repetirlo, lo hemos convertido entre todos en el tópico mayor de estas próximas elecciones: los 47 diputados elegidos por Cataluña -y entre ellos los de 25 a 29 que suelen repartirse las grandes formaciones de ámbito estatal- van a ser cruciales para decantar la victoria del lado del PSOE o bien del lado del PP. Puede que ello sea cierto en términos aritméticos, pero ¿lo es en términos políticos? Esa supuesta capacidad decisoria de los escaños catalanes, ¿empuja a socialistas y populares a esmerarse especialmente con el electorado de esta comunidad, a complacer sus demandas y ofrecerle unas candidaturas brillantes y atractivas por encima de la media?

Si se me permite una metáfora machista, diré que el PSC-PSOE trata a su potencial electorado catalán como a esa sufrida, resignada y fiel esposa tradicional que lo encajaba todo sin chistar y, encima, tenía la cena a punto y la muda planchada. ¿Qué iba a hacer, la pobre? ¿Fugarse con el PP? Nada en el despliegue preelectoral socialista evoca una estrategia de seducción, esa clase de esfuerzo que se emplea para conquistar a la novia o conservar a la amante, un deseo de deslumbrar a los tibios y agradar a los reticentes. Recordemos: el oscurantismo sobre las balanzas fiscales; el empecinamiento en la defensa de la infausta ministra Magdalena Álvarez; el fiasco de la reunión bilateral Estado-Generalitat de la pasada semana; el simultáneo desaire sobre el túnel del AVE, corregido en el último minuto; las declaraciones de José Blanco dando por concluidas -mientras el Estatuto permanece bajo la guillotina del Constitucional- las reformas autonómicas... De hecho, el lema tácito del partido socialista para Cataluña viene a ser: "¡No os quejéis, que mucho peor sería el PP!".

El PP abona la táctica del PSOE y del PSC y trata al electorado catalán como si éste fuese masoquista

El Partido Popular, por su parte, se ha juramentado como nunca para abonar la táctica del PSOE y del PSC, y trata al grueso del censo electoral catalán como si éste fuese masoquista. Puede que, tiempo atrás, bajo el liderazgo de un cierto Josep Piqué, el PP hubiese intentado aquí crecer en anchura y no en radicalidad, disputar la bandera centrista y hasta asumir un tibio, muy tibio, catalanismo. En todo caso, el modelo hoy imperante no es ése, sino uno anterior, el que capitaneó Vidal-Quadras entre 1993 y 1996. No lo digo a modo de descalificación, sino con ánimo estrictamente descriptivo: son los mismos argumentos, las mismas demandas, los mismos patrocinadores, los mismos corifeos.

El PP de Cataluña inauguró su precampaña de 2008 con un vídeo que denuncia la inmersión escolar en catalán y sugiere una enseñanza en las dos lenguas cooficiales al 50%; es, palabra por palabra, lo que don Alejo propuso en marzo de 1994, frente al rechazo rotundo de las demás fuerzas políticas, de la comunidad educativa, etcétera. Acto seguido, y nada menos que con Aznar como oficiante, se presentó en Barcelona el último libro de la FAES, ¿Libertad o coacción? Políticas lingüísticas y nacionalismos en España, donde se sostiene que la normalización lingüística persigue "la desaparición del castellano" y se asegura que "las cosas en Cataluña están como con Franco, pero al revés".

Si alguien se toma la molestia de comparar ese texto con algunas de las más célebres portadas y editoriales de Abc de 1993, o con el libro coetáneo de Federico Jiménez Losantos (La dictadura silenciosa), verá qué poco originales resultan las tesis de Xavier Pericay y demás autores del volumen que Aznar bendijo con su presencia. En fin, el fichaje del irascible adalid castellanista Francisco Caja para un lugar de salida en la candidatura del PP por Barcelona conecta directamente con el legado de Vidal-Quadras (Convivencia Cívica Catalana fue su criatura) y con los grupúsculos que promovieron la presunta guerra lingüística de tres lustros atrás. Y como entonces, no falta el cálido apoyo del radiofonista Federico azuzando el "esperanzador giro" de Sirera y la beligerancia de los populares en "el liberticida asunto de la lengua".

Pero no es sólo la lengua. Es la apuesta de Mariano Rajoy por Manuel Pizarro como número dos por Madrid y eventual vicepresidente económico de un gobierno del PP. No dudo de las habilidades profesionales del señor Pizarro, ni ignoro el mucho dinero que, bajo su presidencia, ganaron los accionistas de Endesa. Ahora bien, ¿no existía ningún otro gestor empresarial igualmente eficaz y de derechas que no hubiese ofendido a tantísimos catalanes con sus desplantes a propósito de la OPA de Gas Natural sobre Endesa ("no seré nunca empleado de La Caixa..."), con su chulería al rechazar ante el Parlamento cualquier responsabilidad en el gran apagón del pasado julio?

Algún ingenuo dirá que el PP ha resucitado el fantasma del conflicto lingüístico y las recetas de Vidal-Quadras para reproducir los excelentes resultados electorales que éste obtuvo en 1995-96. No es verdad, porque no hubo tales excelencias. En 1995 el catedrático de Física alcanzó un modesto 13,1% de los votos catalanes, y en 1996 -con Aznar partiendo ganador- aquel 18% que dejó a los populares a la merced del apoyo convergente y casi cinco puntos por debajo de su mejor registro hasta hoy, el de 2000 con Piqué.

No, el objetivo de los fichajes de Pizarro y Caja, del anuncio de una ley en defensa del castellano y del sumiso seguidismo a las consignas del ayatolá Jiménez no es lograr un gran resultado en Cataluña: basta ver la prisa y la imaginación empleadas en designar al cabeza de lista por Barcelona. Aquí, con esta campaña, conseguirán el pleno de sus votantes más acérrimos y recuperar a los electores pródigos de Ciutadans, como mucho. Si el PP ha convertido a Cataluña en el punching bag (el saco para entrenamiento de boxeadores) de su gimnasio político, es para recoger las ganancias en España. ¡Pues no está de moda ni nada, allí, "poner a los nacionalistas en su sitio", reformar la ley electoral para arrinconarlos, "pararles los pies a los catalanes", etcétera! De hecho, es el producto de la temporada.

Joan B. Culla i Clarà es historiador

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